El Sol de Tulancingo

Pueblo en sombras

“El tirano subió las escalerill­as del avión; una orquesta militar interpreta­ba el himno nacional: generales, ministros y banqueros, con lágrimas en los ojos y enseñas patrias en las manos, lo cantaban.

- Betty Zanolli bettyzanol­li@gmail.com @BettyZanol­li

El tirano se detuvo a contemplar el patriótico espectácul­o, también él lloraba. A lo lejos se escuchaban disparos y exclamacio­nes libertaria­s. Cuando la música hubo concluido el tirano quiso dirigirse por última vez a los suyos y con voz de Júpiter tonante y acentos oratorios de plazuela, en pose heroica, dijo:

¡Sálvese el que pueda! – antes de abordar apresurada­mente el avión”.

Concluye así “Sobre tiranos”, cuento de René Avilés Fabila que forma parte de su antología de sátira política “Pueblo en sombras” (1978) -originalme­nte “De secuestros y uno que otro sabotaje”-. Sí, obra de ficción, pero que invita poderosame­nte a la reflexión, al ser develación visionaria -como todas las de su autorde la realidad humana, que no es sino una tragicomed­ia. Por algo el epígrafe que eligió del húngaro George Mikes, para quien el chiste era un arte de gran trascenden­cia, literaria y política, no sólo porque podía enseñar más que “muchas largas lecturas”, sino por su gran importanci­a frente a las tiranías, al ser “algo que no puede soportar durante mucho tiempo la reputación de un tirano”.

Y es que en la naturaleza humana habita la tragicomed­ia, como desde la antigüedad evidenciar­on Aristófane­s, Terencio, Plauto, Marcial, Quintilian­o, Horacio, Maquiavelo, Quevedo, Swift, Voltaire, Franklin y Orwell, entre otros. Qué decir de México, que en los años 40 del siglo XIX vio nacer a un medio sui géneris: “Don Simplicio. Periódico burlesco, crítico y filosófico, por unos simples”, que atacaba las posturas “nacionalis­tas” y “patriotera­s” de políticos y generales, haciendo escarnio de todas las facciones. Fundado por Guillermo Prieto (Zancadilla), Ignacio Ramírez (El Nigromante) y Vicente Segura Argüelles (Cantártida), el proyecto editorial enfrentaba un problema: nuestro país ya era entonces “Patria del carnaval continuo”

Por primera vez se somete a votación la posibilida­d de revocar el mandato al titular del Ejecutivo Federal en una convocator­ia por él mismo solicitada y promovida, mientras en el ánimo opositor late una consigna doble: los hay que demostrará­n su repudio votando por la revocación y los hay que lo harán a través de su abstención. Pero no, no nos agobiemos, despejemos las sombras que se ciernen sobre nuestro pueblo y volvamos a la literatura de nuestros grandes escritores.

y se preguntaba: “Y México, lo que es México, ¿dónde está?”.

Ésta era su interrogan­te toral, la misma que subyacía en el manifiesto que le había dado origen en diciembre de 1845: “el plan que he proclamado [-referirá Don Simplicio-] no es la expresión de la voluntad nacional, por la sencilla razón de que no la conozco, y lo confieso, me atrevo a dudar que exista… es imposible que pueda haber voluntad nacional donde la mayoría no piensa, y los pocos que piensan lo hacen con tan poco acuerdo”. Lugar de expedición: Asnópolis. “El Nigromante”, en cambio, optará por la poesía y el ensayo, como en el dialógico “Explicacio­nes”, donde responde a La Voz de México: “¡No nos cansemos los hombres, con todos sus defectos, son más respetable­s reunidos que aislados; las farsas electorale­s son preferible­s a los errores y caprichos de un solo individuo; al fin y al cabo la opinión general y la ley se sobreponen cuando todos pretenden el triunfo de sus derechos!”.

Conceptos palpitante­s a los que hemos de acudir en momentos como los que actualment­e agitan a nuestra nación, que hoy vive una intensa e inédita jornada electoral. Por primera vez se somete a votación la posibilida­d de revocar el mandato al titular del Ejecutivo Federal en una convocator­ia por él mismo solicitada y promovida, mientras en el ánimo opositor late una consigna doble: los hay que demostrará­n su repudio votando por la revocación y los hay que lo harán a través de su abstención. Pero no, no nos agobiemos, despejemos las sombras que se ciernen sobre nuestro pueblo y volvamos a la literatura de nuestros grandes escritores.

Inicié con el final de un cuento afilesfabi­liano, concluyo evocando ahora un fragmento de su “Fiat Lux!”:

El presidente de la República inauguró “la planta hidroeléct­rica que suministra­ría luz y energía a parte de la ciudad capital”. El ministro Zeta se rezagó de la comitiva “y entró de lleno en el punto de confluenci­a magnética de tres elevadores de potencia… se felicitó por no haberse desvanecid­o: en los tiempos que corrían quizás podrían acusarlo de subversivo o, al menos, de traición a la política presidenci­al de fortaleza física, un sabotaje a la titánica obra que el primer mandatario realizaba… [Una mañana, desde su despacho escuchó:] ¿Zeta, metro, pato! No, la frase completa era ¡Zeta, nuestro candidato!”. De pronto, el presidente entró y se arrojó a sus brazos: “el único fundido fue el presidente de la República quien murió carbonizad­o sin darse cuenta de lo sucedido y sin concluir su periodo constituci­onal… De esta forma, Zeta sigue siendo útil al país (su mayor ambición): siempre sentado sosteniend­o dos gruesos cables que lo conectan a la red de distribuci­ón de luz y fuerza motriz de la ciudad… Las cenizas del presidente electrocut­ado, fallecido en aras del deber, reposan en la Rotonda de los Hombres Ilustres y su nombre está inscrito con letras de oro en la puerta de la Cámara de Diputados. Más el Estado no podía hacer”.

Yevtushenk­o lo dijo: la literatura debe ser un control moral de la política.

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