Desilusiones
Aunque gocé la extraordinaria experiencia de haber sido cronista deportivo profesional durante algunos años de mi juventud es muy raro que me anime a tocar un tema de esa materia en mis colaboraciones que aparecen hace más de 20 años en estas páginas, des
Pero sucede que coincidieron en mi ánimo sendas desilusiones provenientes de los ámbitos deportivo y político que me llevaron a reflexionar sobre los efectos colaterales producidos por la corriente de pensamiento neoliberal que todo lo impregna y lo deforma.
Como antiguo aficionado me causó gran decepción la semana pasada constatar como hasta el beisbol ha sido víctima del eficientismo tecnocrático que todo lo mide en función de resultados materiales ligados al beneficio económico. El método analítico aplicado por gerentes encerrados en el examen de fórmulas y registros estadísticos altamente sofisticados, pero ignorantes de los aspectos anímicos de los jugadores ha derruido la naturaleza del Rey de los Deportes.
No es el tiempo que duren los partidos lo que pueda alejar a los fanáticos sino la obsesión por una supuesta objetividad que quiere medir hasta el último detalle para tomar decisiones que convierten al manager en un robot al servicio de burócratas sentados en una oficina. Cuándo debe relevarse a un pitcher no solo tiene que basarse en las veces que ha lanzado sino en otros factores que corresponden a la sensibilidad humana y no al registro de las máquinas.
El haber sacado al extraordinario lanzador de los Dodgers Clayton Kershaw del montículo cuando había tirado siete entradas perfectas y ponchado a 13 bateadores con solo 80 lanzamientos, por el supuesto afán de cuidarle el brazo para el desarrollo de la temporada, fue un atentado contra el beisbol. Las Grandes Ligas se deben en primer lugar a los fanáticos y sin duda la mayor ilusión de un aficionado al beisbol es presenciar un juego perfecto. Este prodigio consistente en que un pitcher acompañado por su equipo logre eliminar sucesivamente a 27 bateadores sin que nadie se embase, ha ocurrido ¡23 veces! en casi 220 mil juegos jugados en 150 años de historia de las Ligas Mayores, lo cual da una noción de lo raro y difícil que es ser testigo de una hazaña deportiva de esta índole. Haber privado al aficionado de la emoción que ello significa es imperdonable, cualquiera que sea la razón. Además, se impidió al lanzador intentar pasar a la historia de la actividad a la que se ha dedicado.
Yo me aficioné a los Dodgers, entonces de Brooklyn, en 1955 cuando por primera vez ganaron una serie mundial a los Yanquis de Nueva York. Seguíamos las transmisiones radiofónicas en las que brillaba la narración de Buck Canel que influyó en mi vocación de cronista deportivo. Al año siguiente tuve la fortuna de escuchar el único juego perfecto lanzado en una Serie Mundial, el pitcher era Don Larsen y entendí la extraordinaria emoción que produce una hazaña en la que a medida que se acerca el juego a la perfección el alma da un vuelco en cada lanzamiento, al extremo de que puede acabarse apoyando al lanzador del equipo contrario para que lo logre. Esa es una virtud del beisbol cuya afición actúa con gran nobleza respecto del adversario al que le guarda particular respeto. Lamentablemente las concepciones tecnocráticas que ahora imperan en este deporte privaron a los aficionados de la posibilidad de presenciar el 24o juego perfecto.
Igualmente desilusionante para mí