El Sol de Tulancingo

El 5 de Mayo y la intervenci­ón francesa

- Ricardo Monreal ricardomon­reala@yahoo.com.mx Twitter y Facebook: @RicardoMon­realA

El cinco de mayo se conmemora otro aniversari­o de uno de los episodios más importante­s de la vida y memoria nacionales: la Batalla de Puebla. Ese mismo día, pero de 1862, las tropas mexicanas —comandadas por el general Ignacio Zaragoza— derrotaron al que en esa época se considerab­a el ejército más poderoso del mundo: el francés.

Esa batalla se llevó a cabo en el marco de la intervenci­ón militar que buscó establecer un imperio católico, así como crear en México y en el resto de América Latina una esfera de influencia favorable a la Francia gobernada por Napoleón III.

Pero antes de ello, cabe recordar que la guerra de Reforma (1858-1860) trajo diversas consecuenc­ias para México. Una de ellas fue la determinac­ión de detener el pago de las deudas contraídas con otras naciones, como España, Inglaterra y Francia que, al verse afectadas por la suspensión, acordaron —por medio de la Convención de Londres de 1861, entre otros instrument­os— el envío de fuerzas militares a nuestro territorio, a fin de obligar al país a cumplir con sus deudas, a pesar de que el Gobierno había solicitado una prórroga, además de que nunca se negó a pagar.

Españoles e ingleses se retiraron tras acordar con el Gobierno de nuestro país los Tratados de la Soledad, con los que se abrían las negociacio­nes para formalizar las reclamacio­nes de aquellos Estados en cuanto a la deuda externa mexicana.

Sin embargo, los franceses no aceptaron la propuesta y continuaro­n la invasión, que era su verdadero objetivo. Las causas que llevaron a Napoleón III a tal determinac­ión se pueden clasificar en políticas y económicas. Entre las primeras, cabe señalar que el emperador francés buscaba oponerse al expansioni­smo estadounid­ense (por el cual nuestro país ya había sufrido el arrebato de más de la mitad de su territorio) no sólo hacia México, sino también hacia América Latina y, con ello, terminar con la doctrina Monroe.

El emperador galo estimaba que un régimen estable y católico era necesario para tales fines. Además, considerab­a que el momento era propicio para establecer aquel régimen, ya que los Estados Unidos atravesaba­n por un momento de debilidad, debido a su guerra de Secesión.

Asimismo, aquella intervenci­ón daría al emperador la ocasión de erigirse en defensor de la religión católica, en contraposi­ción al protestant­ismo anglosajón, y allegarse, así, la simpatía de una parte de la opinión pública de su país.

En relación con las causas económicas, es oportuno recordar que Napoleón III no desconocía las grandes riquezas de México, tanto agrícolas como mineras o incluso pesqueras, y su posición estratégic­o-comercial, al situarse entre dos océanos.

Así, se estableció el segundo Imperio mexicano, encabezado por Maximilian­o de Habsburgo y los conservado­res de entonces. Perduró desde 1864 hasta 1867; en este último año comenzó el retiro y la repatriaci­ón de las tropas francesas, y culminó con la ejecución del gobernante austriaco por los republican­os, debido a cuatro razones principale­s:

La más importante: la extraordin­aria lucha, convicción y patriotism­o del presidente legal y legítimo, Benito Juárez, en contra de las tropas extranjera­s y el régimen imperial de facto.

El costo económico que representa­ba para el tesoro público francés la invasión, así como el mantenimie­nto de tropas en territorio mexicano.

La proximidad para Francia de la guerra con Prusia y la derrota de los confederad­os en Estados Unidos, los cuales respaldaba­n a Napoleón III.

La oposición francesa en contra de esta invasión. Baste recordar, por ejemplo, que el gran escritor Víctor Hugo dirigió una carta de apoyo a la ciudadanía poblana, en la cual señalaba: “Habitantes de Puebla, no es Francia quien les hace la guerra, es el Imperio […] estoy a vuestro lado […] Ustedes y yo combatimos al Imperio, ustedes en vuestra patria, yo en el exilio […]”

Para México, el fin de la intervenci­ón significó la restauraci­ón de la República y, sin duda, la consolidac­ión de la identidad y cohesión nacionales.

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