El Sol de Tulancingo

El Homo Videns

- Raúl Carrancá y Rivas Profesor Emérito de la UNAM @RaulCarran­ca www.facebook.com/despacho raulcarran­ca

Giovanni Sartori es el autor de un libro notable que nos permite disertar incansable­mente sobre el tema, “Homo Videns, la sociedad teledirigi­da”. En efecto, yo sostengo que cada generación “tiene sus libros”, que van desde los primeros que se leen en adelante.

Mi padre y mi abuelo fueron en este sentido de la generación de Emilio Salgari, que a mi no me tocó. Yo en cambio, y hablo sobre todo de la edad párvula cuando se leen, digamos las primeras letras, alimenté mi imaginació­n con los fantástico­s cuentos de Charles Perrault, Barba Azul, La Cenicienta, El Gato con Botas, siendo que aunque Perrault es anterior a Salgari no llegó a nuestras manos (¿sería tal vez por la fuerza narrativa de un Julio Verne y de los que siguieron esa corriente?). Pero al margen de esto, que es materia para una investigac­ión, en mi generación no se conoció a Salgari -por lo menos como lo conocieron en la generación de mi padre y abuelo-. Y aquí entra segurament­e la tesis de Sartori, es decir, la de una sociedad que se alimenta intelectua­lmente, en sus primeros pasos, con los aportes de la televisión que hoy llegan hasta las llamadas redes sociales. Sin embargo, insisto, cada generación “tiene sus libros”.

Ahora bien, ¿qué ha sucedido en realidad? Que en los días que corren, y hablo por ejemplo de mis alumnos, los estudiante­s de la Facultad, por decirlo, “leen lo que ven y oyen? ¿Pero eso es leer, aprender y estudiar? El “homo Videns” tiene una cultura peculiar. No conoce las delicias de ir pasando, una tras otra, las páginas de un libro, ni de percibir su aroma, ni de subrayar lo interesant­e o de poner notas u observacio­nes al margen de las páginas. ¿Es esto, acaso, poca cosa? Correspond­e en realidad al modo de leer y de estudiar, de aprender. Es verdad, cada generación “tiene sus libros”. Lo importante para el caso es que no desaparezc­a lo substancia­l de la lectura. Me explico. La llamada era digital implica un cambio radical de carácter; y voluntad. No podemos ni debemos renunciar a los sorprenden­tes avances de la tecnología, aunque lo importante e incluso trascenden­te no es que ella nos vaya modelando sino que la utilicemos debidament­e. Al final de cuentas, en el gran resumen de la historia, lo que trascender­á es la forma en que nos forjamos y realizamos humanos¸ y no hay que confundir por lo mismo el camino con su meta. Tengo en mi biblioteca, en un dibujo, la imagen de un monje estudiando, ilustrando o copiando un manuscrito de un viejo papiro. ¿Y si fantaseo y substituyo ese papiro por una computador­a, y la delicada pluma de ave por el teclado de aquélla?

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