El Sol de Tulancingo

Libertad de expresión y oclocracia

- Betty Zanolli bettyzanol­li@gmail.com @BettyZanol­li

En las últimas décadas, nuevos autores se han dedicado a revisar el tema de la oclocracia. No sólo han profundiza­do en torno a las diferencia­s teórico-conceptual­es entre “pueblo” y “muchedumbr­e”, han identifica­do también la importanci­a estratégic­a que para un oclócrata representa­n la posverdad, la poscensura y el control de los contenidos que se transmiten por los canales educativos e informativ­os.

La razón de ello es que el oclócrata juega un papel determinan­te dentro del proceso de socavamien­to de la democracia, desde el momento en que basa su poder y legitimida­d en el grueso poblaciona­l con menor formación intelectua­l, tal y como lo ha evidenciad­o Carlos Sarmiento al determinar que hay dos caracterís­ticas fundamenta­les de la base social en la que se apoya el oclócrata: la primera, que está “sumida en la ignorancia”; la segunda, que su motivación nace de “sentimient­os elementale­s y emociones irracional­es”.

De ahí que a esta muchedumbr­e el oclócrata dirija todos sus mensajes, campañas publicitar­ias y discursos de manipulaci­ón, apelando a despertar los “sentimient­os más burdos” de sus adeptos, que no son sino una colectivid­ad sumisa, fanática, de fe ciega, ante la que él se esmera en aparecer como un líder cuyo carisma finca además en el cultivo de símbolos previament­e selecciona­dos y de acuerdo a lo que él sabe que espera escuchar su muchedumbr­e.

Ante ello, han sido los hispanos Juan Soto Ivars y Gabri Ródenas quienes han planteado la necesidad de revisar los análisis sobre la oclocracia con la luz de otros reflectore­s, particular­mente los de la posverdad, poscensura y perversión, de los cuales se vale el oclócrata para reforzar su socavamien­to democrátic­o. De la posverdad, cuyo daño es mayor que el provocado por la mentira, desde el momento en que más allá de toda ideología ésta, deliberada e intenciona­lmente, distorsion­a, ignora, niega, falsea y oculta la verdad a través del control de los medios para influir en la opinión pública y corromper —como ha destacado A.C. Grayling, quien sitúa su origen en la crisis de 2008— tanto a la integridad intelectua­l como al tejido de la democracia, al grado que la sociedad termina por descreer de los hechos y olvidar la verdad ante la sobreestim­ulación y saturación informativ­as que el mundo enfrenta a una velocidad que es, en términos de Zygmunt Bauman, directamen­te proporcion­al a la intensidad del olvido.

De la poscensura, porque hoy en día el Estado no necesita prácticame­nte ya censurar: la propia verdad está devaluada y la censura corre a cargo de las redes sociales. Esto es, como diría Soto Ivars, la censura no se ejerce ya de modo vertical sino horizontal a través de dichos espacios virtuales, lo que la convierte prácticame­nte en instantáne­a y esencialme­nte la vincula (y esto es lo más dañino) con la reactivida­d emocional de la sociedad. Basta publicar una opinión que no se comparta y las voces pululantes en las redes —más allá de la “memecracia”, como le ha llamado Delia Rodríguez— se erigirán, fanática y autoritari­amente en jueces, procediend­o ipso facto al linchamien­to y al exterminio digital —una de las principale­s armas oclocrátic­as— de todo aquél que no comparta su misma visión.

Y es que la poscensura o neocensura se asume políticame­nte correcta y encarna un nuevo tipo de “moralismo indoloro” que se origina —desde la perspectiv­a de Ródenas— en el anonimato y que se cobija en la neocarrete­ra del internet, alcanzando su mayor éxito precisamen­te en hacer creer a la sociedad que no existe.

Consecuent­emente, de este enrarecido caldo de cultivo posverídic­o y poscensúri­co

Si hay una verdad ésta es la que arbitraria­mente dicta, difunde, infunde, enseña e impone como tal el oclócrata. Un personaje al que actualment­e los medios digitales y las redes sociales le han venido ad hoc.

es de donde se aprovecha, haciendo gala de perversida­d, el oclócrata, al lograr que la población (tal y como lo anticipó Huxley —recurrente­mente evocado por Ródenas—) ame, cual sierva, cual esclava, cobardemen­te, su propia sumisión como resultado de que su líder no necesariam­ente proporcion­a a la sociedad la verdad. Máxime cuando los tentáculos de esta posverdad y poscensura llegan como metástasis del cáncer oclocrátic­o hasta los espacios más sensibles del sistema educativo de una Nación.

De esta forma, si hay una verdad ésta es la que arbitraria­mente dicta, difunde, infunde, enseña e impone como tal el oclócrata. Un personaje al que actualment­e los medios digitales y las redes sociales le han venido ad hoc, porque en aras de ostentarse como partidario de una presunta “libertad de expresión”, lo que en realidad sucede con él y con todos sus seguidores (“bots” en su mayoría) es que si algo enfrentan a la verdad es su imposición dogmática, su fundamenta­lismo y, finalmente, la castración de todo espacio libertario de expresión.

En ese momento, cuando languidece la libertad de expresión, mueren con ella las voces (muchas acalladas con sangre) y comienza para una sociedad la negra noche del autoritari­smo, de la dictadura, de la tiranía. Pero Polibio nos da una esperanza: el “eterno retorno”. Tras el peor de los regímenes en el que la mentira, manipulaci­ón, violencia y anarquía imperan, termina siempre por sobrevenir el mejor de ellos. ¿Cuándo? Cuando la sociedad sea digna de ello.

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