La anhelada y difícil hermandad
MIRAR.- Nuestro Padre Dios desea que todos vivamos como hermanas y hermanos, sin importar religiones, razas, culturas, sexo, posiciones económicas o políticas; sin embargo, desde el principio aparece Caín, que destruye a su propio hermano.
Esto ha sucedido en todos los tiempos y también ahora. Lo vemos en las guerras, como en la invasión de Rusia a Ucrania, así como en otra clase de guerras sin tanques y misiles. En la política, en vez de apreciar y valorar el punto de vista de los otros, para tomar en cuenta todo lo bueno que aportan y colaborar juntos al bien común, a diario se les descalifica, se les ofende con todos los calificativos imaginables, y se intenta destruirlos en los medios de comunicación y hasta en los tribunales.
Sucede también en las familias, en los barrios, en poblaciones de todo tamaño. En vez de tomar acuerdos que beneficien a todos, cada quien defiende sólo su interés personal. Hay quien pone su música a todo volumen por la noche, sin importarle el descanso de los demás. En las fiestas familiares, el excesivo ruido, a altas horas de la noche, es lo más contrario a la fraternidad. La quema de tantos cohetes en las fiestas populares, cuando los demás ya están descansando, alegando que esa es la costumbre, no es lo que a Dios más le agrada; incluso se dice que, si no aceptan esto, que se vayan a vivir a otra parte. ¿Es esa la forma de celebrar al Señor, a la Virgen y a los Santos?
Me ha tocado atender pastoralmente divisiones y enfrentamientos entre grupos armados por la posesión de la tierra, por luchas de poder político o económico, y también por diferencias religiosas. Todos se consideran creyentes, pero no ven a los demás como hermanos, sino como enemigos, y quisieran eliminarlos por completo. ¡Qué triste que sea tan difícil llegar a acuerdos pacíficos! Nadie quiere ceder y cada quien defiende lo suyo.
A veces hay posturas ideológicas de fondo, como cuando hay grupos que no aceptan el Concilio Vaticano II y a los Papas posteriores, y defienden su propia forma de vivir la fe, muchas veces sin incidencia social en la vida ordinaria.