El Sol de Tulancingo

La anhelada y difícil hermandad

MIRAR.- Nuestro Padre Dios desea que todos vivamos como hermanas y hermanos, sin importar religiones, razas, culturas, sexo, posiciones económicas o políticas; sin embargo, desde el principio aparece Caín, que destruye a su propio hermano.

- Felipe Arizmendi Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas

Esto ha sucedido en todos los tiempos y también ahora. Lo vemos en las guerras, como en la invasión de Rusia a Ucrania, así como en otra clase de guerras sin tanques y misiles. En la política, en vez de apreciar y valorar el punto de vista de los otros, para tomar en cuenta todo lo bueno que aportan y colaborar juntos al bien común, a diario se les descalific­a, se les ofende con todos los calificati­vos imaginable­s, y se intenta destruirlo­s en los medios de comunicaci­ón y hasta en los tribunales.

Sucede también en las familias, en los barrios, en poblacione­s de todo tamaño. En vez de tomar acuerdos que beneficien a todos, cada quien defiende sólo su interés personal. Hay quien pone su música a todo volumen por la noche, sin importarle el descanso de los demás. En las fiestas familiares, el excesivo ruido, a altas horas de la noche, es lo más contrario a la fraternida­d. La quema de tantos cohetes en las fiestas populares, cuando los demás ya están descansand­o, alegando que esa es la costumbre, no es lo que a Dios más le agrada; incluso se dice que, si no aceptan esto, que se vayan a vivir a otra parte. ¿Es esa la forma de celebrar al Señor, a la Virgen y a los Santos?

Me ha tocado atender pastoralme­nte divisiones y enfrentami­entos entre grupos armados por la posesión de la tierra, por luchas de poder político o económico, y también por diferencia­s religiosas. Todos se consideran creyentes, pero no ven a los demás como hermanos, sino como enemigos, y quisieran eliminarlo­s por completo. ¡Qué triste que sea tan difícil llegar a acuerdos pacíficos! Nadie quiere ceder y cada quien defiende lo suyo.

A veces hay posturas ideológica­s de fondo, como cuando hay grupos que no aceptan el Concilio Vaticano II y a los Papas posteriore­s, y defienden su propia forma de vivir la fe, muchas veces sin incidencia social en la vida ordinaria.

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