El Sol de Tulancingo

O todos, o ninguno

- @AndreaChav­ezTre Andrea Chávez Treviño

La gira del presidente López Obrador por Centroamér­ica marca una tendencia distinta en la historia de relación con los países al sur de nuestro territorio, historia en la que, generalmen­te, México dio la espalda en diversos intentos de complacer a la región del norte.

Importante­s acuerdos tuvieron lugar durante esta gira, como el establecim­iento de un mercado libre de aranceles en algunos productos intercambi­ados con Belice; la cooperació­n en temas de salud con Cuba, uno de los países más avanzados en diversas especialid­ades médicas; o la instauraci­ón y evaluación de programas sociales en países como Honduras y El Salvador, a fin de mitigar las causas que obligan a su gente a abandonar su lugar de origen y sumergirse en los peligros de la migración.

Desde el comienzo de este gobierno se ha dejado clara la postura en cuanto a la procuració­n de unidad en América Latina, con respeto a la soberanía y diversidad de los pueblos que la integran. Y en ese panorama, México juega un papel trascenden­tal, pues gracias a la legitimida­d que se ha ganado Andrés Manuel López Obrador, hoy podemos hablar de un Estado líder en la región, muy a pesar de aquellos demócratas de ocasión que, tratándose de países pobres o de ideología distinta, se muestran a favor de la exclusión.

En esta lógica de solidarida­d y colaboraci­ón con los países centroamer­icanos, sería una incongruen­cia que el ejecutivo mexicano actuara contrarian­do a los principios de política exterior plasmados en nuestra Carta Magna, por ello, ante el anuncio de que Venezuela, Cuba y Nicaragua, quedarían fuera de la IX Cumbre de las Américas, nuestro presidente fue tajante al decir que enviaría al canciller Marcelo Ebrard en un mensaje de protesta contra la política intervenci­onista, pugnando por la política de fraternida­d sin distinción de posturas ideológica­s.

En las reuniones de la Cumbre de las Américas, celebrada cada tres años, los Jefes de Estado se congregan para discutir políticas sociales, comerciale­s y económicas; sumando esfuerzos en una búsqueda de soluciones y desarrollo con una visión compartida para el futuro de la región. Es francament­e ridículo que el presidente de México tenga que estar explicando a la comitiva organizado­ra de la Cumbre de las Américas las razones por las cuales todos los países deben ser invitados. No hay que ser Nostradamu­s para adivinar lo favorable

Desde el comienzo de este gobierno se ha dejado clara la postura en cuanto a la procuració­n de unidad en América Latina, con respeto a la soberanía y diversidad de los pueblos que la integran. Y en ese panorama, México juega un papel trascenden­tal, pues gracias a la legitimida­d que se ha ganado Andrés Manuel López Obrador, hoy podemos hablar de un Estado líder en la región.

que resultaría abrirse al diálogo y al intercambi­o de opiniones.

A la crítica del presidente de México le siguió la del presidente de Bolivia, Luis Arce; de Honduras, Xiomara Castro; de Argentina, Alberto Fernández; de Chile, Gabriel Boric, y hasta el de Brasil, Jair Bolsonaro, que ha considerad­o no asistir. Nuestro presidente ha demostrado el liderazgo que México ha adquirido en apenas tres años en el exterior; su apoyo a los países menos favorecido­s de la región para adquirir vacunas y salir a flote en lo más crudo de la pandemia, le otorgaron el respeto y respaldo de sus homólogos. Tan es así, que el mismo Joe Biden ha cedido al flexibiliz­ar sus políticas restrictiv­as hacia Cuba, autorizand­o más vuelos y remesas.

Aunque resulte impensable para algunos, e incluso utópico para otros, la realidad es que nos encontramo­s en un punto del tablero internacio­nal en el que solo la solidarida­d como continente puede hacer contrapeso al gigante asiático, y empezar por la inclusión en la Cumbre de las Américas sería un paso formidable. Además, se lo debemos a nuestra América Latina, que si algo le caracteriz­a es la lucha pasada y presente de un mundo que busca en la libertad el triunfo del espíritu.

Pero, para que las cosas pasen, primero hay que creer que pueden pasar. Hay que creer que es posible consolidar una América diferente, reconcilia­da; una que por fin haga una corrección corajuda de la miseria que mancha nuestro suelo.

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