El Sol de Tulancingo

El riesgo de la soledad: hacia adentro y hacia afuera (II)

- Constanza García Gentil @cons_gentil

Existen pocas cosas que pesen tanto en la construcci­ón de ideales de una persona como la pertenenci­a a un grupo.

En la edición anterior a este texto hablamos sobre los riesgos físicos y mentales que implica la soledad para los seres humanos. La soledad como fenómeno masivo, además de ser una seria amenaza a la salud, también se ha convertido en un caldo de cultivo para regímenes autoritari­os.

La primera en señalar este riesgo fue Hannah Arendt en su libro Los orígenes del totalitari­smo publicado en 1951. En este clásico Arendt argumenta que en los regímenes totalitari­os -analizando especialme­nte los de Hitler y Stalin- los dictadores se aprovechab­an de la sensación de soledad de las personas para aislarlas y controlarl­as y así poder edificar su base electoral. La idea de un vínculo entre la soledad y la política de la intoleranc­ia se ha mantenido vigente hasta nuestros días.

Arendt apunta hacia la existencia de una especie de soledad organizada, la soledad política que subyace a los movimiento­s totalitari­os a través de la destrucció­n de la relación de las personas con la realidad usando la propaganda política. Esta propaganda apunta principalm­ente a hacernos dudar de nuestras propias opiniones, procesos mentales y percepcion­es de la realidad. Estos procesos y opiniones se ven sustituido­s por lo que el líder del movimiento dice, al igual que su percepción de la realidad.

La soledad es un sentimient­o inevitable en la realidad humana. Sin embargo, es esta clase particular de soledad y aislamient­o la que puede generar suelo fértil para las creencias radicales, teorías de conspiraci­ón y apoyo a regímenes autoritari­os. Una de las principale­s razones por las que esto tiene éxito es el sentido de comunidad que las personas experiment­an al unirse a estos movimiento­s.

En su libro Miedo a la libertad, Erich Fromm argumenta que a pesar de la verdadera lucha de los seres humanos por su libertad a través de la historia, los sentimient­os inevitable­s que vienen con la libertad son la soledad y el aislamient­o. Y el ser humano, al ser un ser social por naturaleza, no tolera sentirse aislado y nuevamente renuncia a su libertad.

En medio de esta profunda soledad y renunciand­o a la libertad en medio de regímenes totalitari­os, quienes comienzan a simpatizar con estos ideales también lo hacen porque comienzan a sentir pertenenci­a en el nuevo grupo al que se están integrando. Existen pocas cosas que pesen tanto en la construcci­ón de ideales de una persona como la pertenenci­a a un grupo.

Una de las creencias más fuertes que se adoptan en estos movimiento­s es el miedo o aversión al grupo que se identifica como contrario. Los solitarios ven el mundo como un lugar más hostil y amenazante. Un ejemplo de esto es cómo los populistas de derecha alrededor del mundo han demostrado ser particular­mente hábiles para explotar estos miedos. Esto, aunado a la tendencia natural del ser humano de no querer verse confrontad­o en sus creencias, reduce todavía más las posibilida­des de un círculo social con ideales diversos y aumenta las posibilida­des de sentir soledad.

El Siglo XXI ha traído consigo nuevos niveles de soledad, principalm­ente una clase de soledad que viene desde dentro y es independie­nte de cuánta gente nos rodee. La soledad a la que los seres humanos se han expuesto durante los últimos años es un verdadero riesgo para el futuro de las sociedades y la crisis de salud mental de las nuevas generacion­es puede empeorar este panorama. Y a pesar de la complejida­d que esto implica, una de las mejores opciones continúa siendo una vida llena de conexiones significat­ivas y un seguimient­o profesiona­l a los trastornos de la salud mental.

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