El riesgo de la soledad: hacia adentro y hacia afuera (II)
Existen pocas cosas que pesen tanto en la construcción de ideales de una persona como la pertenencia a un grupo.
En la edición anterior a este texto hablamos sobre los riesgos físicos y mentales que implica la soledad para los seres humanos. La soledad como fenómeno masivo, además de ser una seria amenaza a la salud, también se ha convertido en un caldo de cultivo para regímenes autoritarios.
La primera en señalar este riesgo fue Hannah Arendt en su libro Los orígenes del totalitarismo publicado en 1951. En este clásico Arendt argumenta que en los regímenes totalitarios -analizando especialmente los de Hitler y Stalin- los dictadores se aprovechaban de la sensación de soledad de las personas para aislarlas y controlarlas y así poder edificar su base electoral. La idea de un vínculo entre la soledad y la política de la intolerancia se ha mantenido vigente hasta nuestros días.
Arendt apunta hacia la existencia de una especie de soledad organizada, la soledad política que subyace a los movimientos totalitarios a través de la destrucción de la relación de las personas con la realidad usando la propaganda política. Esta propaganda apunta principalmente a hacernos dudar de nuestras propias opiniones, procesos mentales y percepciones de la realidad. Estos procesos y opiniones se ven sustituidos por lo que el líder del movimiento dice, al igual que su percepción de la realidad.
La soledad es un sentimiento inevitable en la realidad humana. Sin embargo, es esta clase particular de soledad y aislamiento la que puede generar suelo fértil para las creencias radicales, teorías de conspiración y apoyo a regímenes autoritarios. Una de las principales razones por las que esto tiene éxito es el sentido de comunidad que las personas experimentan al unirse a estos movimientos.
En su libro Miedo a la libertad, Erich Fromm argumenta que a pesar de la verdadera lucha de los seres humanos por su libertad a través de la historia, los sentimientos inevitables que vienen con la libertad son la soledad y el aislamiento. Y el ser humano, al ser un ser social por naturaleza, no tolera sentirse aislado y nuevamente renuncia a su libertad.
En medio de esta profunda soledad y renunciando a la libertad en medio de regímenes totalitarios, quienes comienzan a simpatizar con estos ideales también lo hacen porque comienzan a sentir pertenencia en el nuevo grupo al que se están integrando. Existen pocas cosas que pesen tanto en la construcción de ideales de una persona como la pertenencia a un grupo.
Una de las creencias más fuertes que se adoptan en estos movimientos es el miedo o aversión al grupo que se identifica como contrario. Los solitarios ven el mundo como un lugar más hostil y amenazante. Un ejemplo de esto es cómo los populistas de derecha alrededor del mundo han demostrado ser particularmente hábiles para explotar estos miedos. Esto, aunado a la tendencia natural del ser humano de no querer verse confrontado en sus creencias, reduce todavía más las posibilidades de un círculo social con ideales diversos y aumenta las posibilidades de sentir soledad.
El Siglo XXI ha traído consigo nuevos niveles de soledad, principalmente una clase de soledad que viene desde dentro y es independiente de cuánta gente nos rodee. La soledad a la que los seres humanos se han expuesto durante los últimos años es un verdadero riesgo para el futuro de las sociedades y la crisis de salud mental de las nuevas generaciones puede empeorar este panorama. Y a pesar de la complejidad que esto implica, una de las mejores opciones continúa siendo una vida llena de conexiones significativas y un seguimiento profesional a los trastornos de la salud mental.