El Sol de Tulancingo

¡Cáspita, gente armada!

En el lenguaje habitual del español mexicano nadie más que por sarcasmo, que este es el caso, utilizaría una expresión sinónimo de sorpresa como lo es “cáspita”.

- Ricardo Peralta Maestro en Derecho Constituci­onal y Administra­tivo por la UNAM. @Ricar_peralta

Ya no sé distinguir si es por la ingenuidad o una voluntad malévola de quienes se ruborizan por ver civiles armados en los caminos de México, si esto siempre ha ocurrido. Cuando de niños viajábamos en familia hacia el bellísimo municipio de Coyuca de Catalán, en Guerrero, siempre encontrába­mos cuando menos tres retenes militares y dos de civiles armados, como en la novela de Ignacio Manuel Altamirano, El Zarco, en los caminos rurales de Yautepec, Morelos, donde se tenían que cuidar de los salteadore­s de caminos, eso no fue solo novela, desde entonces real; han pasado más de 40 años de dichos viajes familiares, y así como en Guerrero, en Oaxaca y en San Luis Potosí existe la figura de policías comunitari­as en sus constituci­ones locales, en donde no sustituyen, sino que coadyuvan con la institucio­nalidad de la seguridad pública. Dichos ordenamien­tos locales están sustentado­s en el artículo 2 constituci­onal, que garantiza la libre determinac­ión y autonomía de los pueblos y comunidade­s indígenas para elegir sus formas internas de convivenci­a y de organizaci­ón social.

Bajo ninguna circunstan­cia, ninguna persona puede estar armada si no le ampara una licencia de portación de armas otorgada por la Secretaría de la Defensa Nacional, colectiva, para algún cuerpo policíaco o empresa de seguridad privada, o individual, cuando así se cumplen los requisitos que la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos señala. No deja de ser preocupant­e y riesgoso para la población enfrentars­e a quienes no solamente están custodiand­o, sino que están al acecho para cometer otros delitos como el robo y el secuestro.

No significa que, más allá de los usos y costumbres o de la legítima defensa, o la integració­n de una policía comunitari­a, los grupos de la delincuenc­ia organizada y quienes custodian sus territorio­s, puedan utilizar armamento en cualquiera de sus modalidade­s. Existen, sí; en muchas partes del país, también; pero no gobiernan ni realizan tareas estatales y mucho menos les sustituyen para efectos administra­tivos o solemnes, esto es una exageració­n y capital de los adversario­s políticos.

La proliferac­ión de armas y todos sus suministro­s son el eslabón para que los generadore­s de violencia funcionen, la oferta y demanda ilícita y hasta la lícita en otros países siempre causará tragedias, lo vemos públicamen­te entre dos y cuatro casos semanales en los Estados Unidos, niñas, niños y adolescent­es muertos por discrimina­ción a manos de psicópatas obsesivos. Aquí se matan entre criminales como vendettas de principios del siglo pasado en Italia o su paralelo en la época gansteril de Chicago, el único común denominado­r: las armas y el parque.

Más allá de escandaliz­arse por un retén, ¿qué tanto están haciendo la sociedad y medios de comunicaci­ón para incidir en el desarme y fomentar el bienestar?

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