Tesoros escondidos en Macondo
En uno de esos procesos inherentes al “realismo mágico” y sorprendentes por su intempestiva impronta, un grupo de entusiastas maestros de español del Instituto Santa Clotilde de Estrasburgo culminó un elocuente ejercicio de la promoción de nuestra lengua común, con la conferencia magistral “Ascenso a la Gloria, cómo Cien años de soledad fue escrito y devino un clásico (de la literatura) universal”, impartida por el doctor e investigador español Álvaro Santana-Acuña.
Conjuntando una serie de elementos propicios para un ejercicio de mágico realismo, la vieja casona del Centro Cultural Lieu d’Europe abrió sus puertas a compatriotas de la Patria Grande y al vital grupo de promotores del español en la vida de esta capital europea, donde previo a una muestra de cumbia colombiana y un fandango huasteco, la generosidad de Santana-Acuña nos fue develando “los tesoros escondidos de la familia Buendía” y los procesos propicios de la gestación y aparición, el 30 de mayo de 1967, de Cien años de soledad.
Como “Francisco, el hombre”, Santana-Acuña nos ilustra con las noticias que recogió a lo largo de doce años de acuciosa investigación de los archivos personales del Premio Nobel de Literatura 1992; con la misma pasión que distingue al trovador de la novela, somete sus hallazgos al alambique concebido por su prodigiosa mente hasta lograr obtener asombrosos resultados emulando a Melquiades en Macondo, sorprendiendo a quienes se acercan a él, y como el gitano espera que su auditorio, cual émulo de Aureliano Buendía, consiga traducir y con ello recrear con sus hallazgos una impronta hecha manuscrito.
Develando una a una las facetas del autor, de su aprensiones, ambiciones, logros y tropiezos, Álvaro nos descubre la creativa creación de la novela y de su atinada estrategia de promoción, hecho que despertó en mi memoria la lectura por el autor de la epidemia de insomnio que asoló a los habitantes de Macondo, condenados a no dormir y, peor aún, a olvidar el uso y beneficio de las cosas, tragedia que permitió al extraordinario literato insertar en su magistral novela el valor de la escritura, el de la palabra escrita y por antonomasia el de la palabra impresa, prestándola como el antídoto contra esa amnesia colectiva que perfilaba el fin del proceso civilizatorio de Macondo y sus habitantes.
Esa lectura y los análisis que escuché en mi plena adolescencia marcaron mi vida al entender y apreciar el valor del libro y la escritura como tecnologías civilizatorias y receptáculos del derecho a la memoria de las futuras generaciones, íntimo descubrimiento que fortalecí al comprender la disolución del fantasma de Melquiades ante la comprensión de su críptico legado escrito por Aureliano Buendía.
La escritura como receptáculo de derechos de libertad, creación y memoria, es una premisa fundamental presente a lo largo de la obra de García Márquez, expresada en sus personajes a través de escritores, copistas y anhelantes lectores de cartas, mágicas excusas para rendir homenaje a quien con la imprenta democratizó el conocimiento, Johannes Gutenberg, cuya presencia en Estrasburgo es de vital importancia, pues merced a sus canonjías como Ciudad Imperial facilitó el crecimiento de la industria tipográfica y con ello la difusión de las ideas que provocaron y difundieron las Reforma de Lutero y de Calvino y su consecuente enfrentamiento con las armas y las letras a favor y en contra, reconfigurando a Francia en torno a sus reyes y a sus leyes, por sobre la supremacía del Papado.
El adormecimiento verbal impulsado desde los púlpitos afectos a Roma, dio paso a debates escritos y verbales entre hugonotes y católicos, despertando en la población el interés por leer y con ello ejercer el proceso de comprensión y reflexión inherente a la lectura que, en efecto, se transformó en esa “máquina de la memoria” que tanto anheló José Arcadio Buendía “para acordarse de todas” las invenciones que llevaron los judíos a su tierra para que su hijo Aureliano, “insomne experto”, entendiera que la letra impresa es el único antídoto para no olvidar, para recordar a través de las letras y de su onomatopeya “zaz”: el uso del instrumento para hacer sus pescaditos y así evitar el vaticinio de ser presas del olvido por la inexorable pérdida de sueños.
P.S. Estimados lectores, estén pendientes a las actividades que en torno a los 55 años de la aparición de Cien Años de Soledad organizan el Museo de Artes Moderno y el Archivo García Márquez, pues dentro de estas destacará la participación de Álvaro Santana-Acuña.
Estén pendientes a las actividades que en torno a los 55 años de la aparición de Cien Años de Soledad organizan el Museo de Artes Moderno y el Archivo García Márquez, pues destacará la participación de Álvaro SantanaAcuña. La escritura como receptáculo de derechos de libertad, es una premisa de la obra de García.