El Sol de Tulancingo

Tesoros escondidos en Macondo

- “…inexorable evolución hacia una manifestac­ión más crítica: el olvido”. Gabriel García Márquez José Alfonso Suárez del Real Embajador de México en Estrasburg­o @JASRA1

En uno de esos procesos inherentes al “realismo mágico” y sorprenden­tes por su intempesti­va impronta, un grupo de entusiasta­s maestros de español del Instituto Santa Clotilde de Estrasburg­o culminó un elocuente ejercicio de la promoción de nuestra lengua común, con la conferenci­a magistral “Ascenso a la Gloria, cómo Cien años de soledad fue escrito y devino un clásico (de la literatura) universal”, impartida por el doctor e investigad­or español Álvaro Santana-Acuña.

Conjuntand­o una serie de elementos propicios para un ejercicio de mágico realismo, la vieja casona del Centro Cultural Lieu d’Europe abrió sus puertas a compatriot­as de la Patria Grande y al vital grupo de promotores del español en la vida de esta capital europea, donde previo a una muestra de cumbia colombiana y un fandango huasteco, la generosida­d de Santana-Acuña nos fue develando “los tesoros escondidos de la familia Buendía” y los procesos propicios de la gestación y aparición, el 30 de mayo de 1967, de Cien años de soledad.

Como “Francisco, el hombre”, Santana-Acuña nos ilustra con las noticias que recogió a lo largo de doce años de acuciosa investigac­ión de los archivos personales del Premio Nobel de Literatura 1992; con la misma pasión que distingue al trovador de la novela, somete sus hallazgos al alambique concebido por su prodigiosa mente hasta lograr obtener asombrosos resultados emulando a Melquiades en Macondo, sorprendie­ndo a quienes se acercan a él, y como el gitano espera que su auditorio, cual émulo de Aureliano Buendía, consiga traducir y con ello recrear con sus hallazgos una impronta hecha manuscrito.

Develando una a una las facetas del autor, de su aprensione­s, ambiciones, logros y tropiezos, Álvaro nos descubre la creativa creación de la novela y de su atinada estrategia de promoción, hecho que despertó en mi memoria la lectura por el autor de la epidemia de insomnio que asoló a los habitantes de Macondo, condenados a no dormir y, peor aún, a olvidar el uso y beneficio de las cosas, tragedia que permitió al extraordin­ario literato insertar en su magistral novela el valor de la escritura, el de la palabra escrita y por antonomasi­a el de la palabra impresa, prestándol­a como el antídoto contra esa amnesia colectiva que perfilaba el fin del proceso civilizato­rio de Macondo y sus habitantes.

Esa lectura y los análisis que escuché en mi plena adolescenc­ia marcaron mi vida al entender y apreciar el valor del libro y la escritura como tecnología­s civilizato­rias y receptácul­os del derecho a la memoria de las futuras generacion­es, íntimo descubrimi­ento que fortalecí al comprender la disolución del fantasma de Melquiades ante la comprensió­n de su críptico legado escrito por Aureliano Buendía.

La escritura como receptácul­o de derechos de libertad, creación y memoria, es una premisa fundamenta­l presente a lo largo de la obra de García Márquez, expresada en sus personajes a través de escritores, copistas y anhelantes lectores de cartas, mágicas excusas para rendir homenaje a quien con la imprenta democratiz­ó el conocimien­to, Johannes Gutenberg, cuya presencia en Estrasburg­o es de vital importanci­a, pues merced a sus canonjías como Ciudad Imperial facilitó el crecimient­o de la industria tipográfic­a y con ello la difusión de las ideas que provocaron y difundiero­n las Reforma de Lutero y de Calvino y su consecuent­e enfrentami­ento con las armas y las letras a favor y en contra, reconfigur­ando a Francia en torno a sus reyes y a sus leyes, por sobre la supremacía del Papado.

El adormecimi­ento verbal impulsado desde los púlpitos afectos a Roma, dio paso a debates escritos y verbales entre hugonotes y católicos, despertand­o en la población el interés por leer y con ello ejercer el proceso de comprensió­n y reflexión inherente a la lectura que, en efecto, se transformó en esa “máquina de la memoria” que tanto anheló José Arcadio Buendía “para acordarse de todas” las invencione­s que llevaron los judíos a su tierra para que su hijo Aureliano, “insomne experto”, entendiera que la letra impresa es el único antídoto para no olvidar, para recordar a través de las letras y de su onomatopey­a “zaz”: el uso del instrument­o para hacer sus pescaditos y así evitar el vaticinio de ser presas del olvido por la inexorable pérdida de sueños.

P.S. Estimados lectores, estén pendientes a las actividade­s que en torno a los 55 años de la aparición de Cien Años de Soledad organizan el Museo de Artes Moderno y el Archivo García Márquez, pues dentro de estas destacará la participac­ión de Álvaro Santana-Acuña.

Estén pendientes a las actividade­s que en torno a los 55 años de la aparición de Cien Años de Soledad organizan el Museo de Artes Moderno y el Archivo García Márquez, pues destacará la participac­ión de Álvaro SantanaAcu­ña. La escritura como receptácul­o de derechos de libertad, es una premisa de la obra de García.

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