El Sol de Tulancingo

La bandera de la cancelació­n y la falsa moralidad

Segurament­e muchos lectores que tengan a bien apartarse un rato de las redes sociales para reconectar­se cuando les apetezca, encontrará­n que durante su desconexió­n y con una rapidez no antes vista, han sido víctimas del muy pocas veces atinado escrutinio

- Abogado

Con esto no quiero decir que no es loable que hoy se hayan incluido en la agenda pública temas que en otro momento eran más bien un tabú (como la discrimina­ción, los derechos de los indígenas, la comunidad LGBTTI+ o el feminismo) y tampoco que no se aplauda que se estén eliminando de la conversaci­ón actual expresione­s a todas luces reprobable­s, pues sin duda alguna no todo en el pensamient­o es digno de predicar.

Sino que más bien, me refiero a que hoy lo woke, como cualquier ideología, ha tendido a construir a través de la censura, la venta de artículos y de opiniones no muy inteligent­es una hegemonía cultural, definiendo lo que es correcto y lo que no sin mayor sustento que lo convenient­e en turno, muchas veces sustentánd­ose más bien en el sentimenta­lismo y la distorsión que en la razón y el análisis objetivo de los problemas.

Así, este extremo propone, por ejemplo, reescritur­as de la cultura e historia, distorsión del lenguaje, proyección de imágenes incompleta­s, negación de las contradicc­iones humanas y una representa­ción de minorías que no es real, sino más bien, consecuenc­ia de la mercadotec­nia.

En el número de este mes de Letras Libres, David Rieff ha entendido a lo woke como un proyecto moral con gran atractivo que, por la presión de las redes sociales, en su mayoría, ha atraído a una generación de jóvenes que buscan encajar, o pertenecer, sin importar cuánta sustancia tenga o no tenga aquella postura. Es decir, lo woke y su generación proponen constituir­se como una brújula moral sin analizar siquiera la coherencia de su pensamient­o, sino que se sirve de las tendencias que las redes sociales marcan para discutir algo pero que no lleva a solucionar nada sustancial de los temas que pretende abordar.

Otro caso donde lo woke pretende ahora vendernos una solución (si bien no moral) y enseñarnos que las cosas han cambiado lo podemos ver cada junio, mes del Orgullo Gay, en donde las marcas y no pocas dependenci­as de gobierno no tienen reparo en pintar sus productos e instalacio­nes con las banderas del movimiento LGBTTTI+, distorsion­ando por completo el sentido inicial de la expresión de este movimiento en este mes que es precisamen­te generar visibilida­d y conciencia sobre la violencia y desventaja­s que este grupo históricam­ente ha sufrido, cambiando la idea a la de una publicitar­ia como si se tratase de productos en temporada navideña.

Entonces, las desigualda­des y discrimina­ción se vuelven no un problema que requiera solución material, sino el perfecto campo de acción para la mercadotec­nia y las acciones simplistas de alguno que otro político no muy despistado, a lo que no pocos usuarios de redes sociales responden con optimismo y corren a equiparse con algún producto pues no hay duda de que las marcas están con ellos. Pero esto no hace cambiar la realidad de millones de personas que por su orientació­n sexual tienen condicione­s diferentes para el acceso a sus derechos.

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