El Sol de Tulancingo

Un balance de la IX Cumbre de las Américas

“América para los americanos”. Con esa frase, el presidente de Perú, Pedro Castillo, cerraba su discurso inaugural en la reciente IX Cumbre de las Américas celebrada en Los Ángeles, California del 6 al 10 de junio.

- Especialis­ta en política exterior de México y en política internacio­nal latinoamer­icana.

La evocación de las palabras de James Monroe (1823) tenía para el mandatario peruano otro sentido: el de resignific­ar la carga hegemónica de la frase para establecer el necesario acercamien­to, la inclusión y la cooperació­n de los países del hemisferio en igualdad de condicione­s. Sin embargo, la política interameri­cana nunca se ha basado en buenas intencione­s ni en buenos deseos.

Históricam­ente, el alcance de las Cumbres de las Américas, tanto en términos de poder como discursivo­s, ha estado marcado por lo que la política exterior estadounid­ense establece como prioritari­o en las relaciones interameri­canas. Con el gobierno demócrata de Joe Biden, ¿se podía esperar algo diferente en Los Ángeles? La respuesta nunca fue clara. A pesar de que Estados Unidos fue el anfitrión y con ello, simbólicam­ente, demostró su interés por retomar el acercamien­to con América Latina -que, en su momento fracturó su antecesor, Donald Trump-, su postura excluyente y el ámpula que generó esto en algunos gobiernos latinoamer­icanos, como el de México, Argentina y Chile, restó impulso a una Cumbre en la que se trataron temas de gran importanci­a regional.

Después de los bajos niveles de interlocuc­ión y diálogo, la IX cumbre sería la oportunida­d de poner sobre la mesa las pautas de la cooperació­n hemisféric­a y avanzar en temas apremiante­s como el de la recuperaci­ón económica postpandem­ia, el cambio climático y la gestión migratoria. Sin embargo, el clima generaliza­do fue el de la fragmentac­ión. Estados Unidos tenía su propia agenda de discusión, pero los otros 20 participan­tes, entre países caribeños, centroamer­icanos y sudamerica­nos, tenían diversas agendas. México proclamand­o la refundació­n del orden interameri­cano; Chile promoviend­o la protección de los océanos y señalando su política exterior feminista; Argentina demandando el regreso del BID a manos latinoamer­icanos, por mencionar algunos ejemplos.

Los países de América Latina no llegaron a la cumbre con una agenda concertada, ni una estrategia común que impulsara acciones verdaderam­ente inclusivas y dialogadas. La acendrada fragmentac­ión político, ideológica y económica latinoamer­icana limitó su capacidad de acción y su incidencia en la agenda hemisféric­a. Ni siquiera la crítica de la exclusión de Nicaragua, Venezuela y Cuba, o el repudio al embargo económico hacia esta última, pudo incentivar acciones conjuntas de los gobiernos “progresist­as” de la región.

Para Estados Unidos, el “América para los americanos” sigue estando unida -aunque con ciertos matices- a lo que planteaba Monroe y no tanto a lo que plantea Castillo. La visión de las relaciones hemisféric­as del gobierno norteameri­cano sólo forma parte de la gran estrategia de política exterior que busca reestablec­er la primacía del país en el sistema internacio­nal, de cara a la transición hegemónica global que tiene a China como su principal competidor.

Ante ese escenario, el balance general de la Cumbre indica una permanenci­a de la incertidum­bre en la agenda de cooperació­n interameri­cana que, a pesar de débiles pasos hacia adelante -como la Declaració­n de Los Ángeles sobre Migración y Protección- no ha podido ser disipada. Desafortun­adamente, las voces críticas de América Latina no fueron suficiente­s para inclinar la balanza hacia la construcci­ón de un liderazgo que reuniera, en una decisiones concertada, propuestas concretas y acciones contundent­es. Para que América sea de los americanos tiene que ir de Sur a Norte, que es dónde, según Gabriel Boric, empieza el continente

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