El diente frío
Vuelvo al tema de Miguel Hidalgo. Y me refiero concretamente al magnífico libro que, en memoria del caudillo, escribiera en 1996 el político, diplomático e historiador, hoy desaparecido, Mario Moya, bajo el título de
Dice Moya que “Hidalgo fue apodado por sus compañeros del Colegio de San Nicolás en Valladolid, hoy Morelia, con el mote de El Zorro,a causa de su inocultable astucia, de su hábil manejo del lenguaje y también porque de sus labios se asomaba el protuberante canino derecho, que incluso aparece en uno de sus retratos al óleo que quedaron para la posteridad”. Este viejísimo retrato-pintura fue titulado por su autor como El Diente Frío.
Este cura, este líder, este zorro estuvo enjaulado; pero la jaula a la que se refiere el autor no es la prisión que sufriera en las Norias de Baján en Coahuila, ni en Chihuahua donde fue fusilado y en donde le cortaron “su hermosa cabeza blanca” como refiere Justo Sierra.
El Virrey ordenó que les cortaran las cabezas a Hidalgo, a los capitanes Allende, Aldama y Jiménez y que fuesen colocadas ¡durante diez años! en jaulas o escarpias en las cuatro esquinas del edificio que almacenaba el abasto guanajuatense, la Alhóndiga de Granaditas. Así pues, el título de la novela alude tanto al ambiente en el cual vivió nuestro Libertador antes del Grito de Dolores, como a la cruel e inhumana exhibición de la que fue víctima su cabeza convertida en una calavera descarnada.
Entre los cientos de incrédulos asistentes al fusilamiento del cura, se hallaba una mujer harapienta que apenas podía sostenerse en pie. Desde lejos vio por fin a Hidalgo. Estaba muy delgado, menos moreno por la falta de sol y pelado casi a rape. Gabina captó desde lejos el destello espiritual del hombre que cumple su destino y está seguro de sí mismo.
Cuando Miguel Hidalgo y Costilla rodó por el suelo en medio de un gran charco de sangre, Gabina Natera perdió el sentido y se desplomó también. Eran las siete de la mañana del 30 de julio de 1811.