El Sol de Tulancingo

El diente frío

Vuelvo al tema de Miguel Hidalgo. Y me refiero concretame­nte al magnífico libro que, en memoria del caudillo, escribiera en 1996 el político, diplomátic­o e historiado­r, hoy desapareci­do, Mario Moya, bajo el título de

- Francisco Fonseca Premio Nacional de Periodismo Fundador de Notimex pacofonn@gmail.com

Dice Moya que “Hidalgo fue apodado por sus compañeros del Colegio de San Nicolás en Valladolid, hoy Morelia, con el mote de El Zorro,a causa de su inocultabl­e astucia, de su hábil manejo del lenguaje y también porque de sus labios se asomaba el protuberan­te canino derecho, que incluso aparece en uno de sus retratos al óleo que quedaron para la posteridad”. Este viejísimo retrato-pintura fue titulado por su autor como El Diente Frío.

Este cura, este líder, este zorro estuvo enjaulado; pero la jaula a la que se refiere el autor no es la prisión que sufriera en las Norias de Baján en Coahuila, ni en Chihuahua donde fue fusilado y en donde le cortaron “su hermosa cabeza blanca” como refiere Justo Sierra.

El Virrey ordenó que les cortaran las cabezas a Hidalgo, a los capitanes Allende, Aldama y Jiménez y que fuesen colocadas ¡durante diez años! en jaulas o escarpias en las cuatro esquinas del edificio que almacenaba el abasto guanajuate­nse, la Alhóndiga de Granaditas. Así pues, el título de la novela alude tanto al ambiente en el cual vivió nuestro Libertador antes del Grito de Dolores, como a la cruel e inhumana exhibición de la que fue víctima su cabeza convertida en una calavera descarnada.

Entre los cientos de incrédulos asistentes al fusilamien­to del cura, se hallaba una mujer harapienta que apenas podía sostenerse en pie. Desde lejos vio por fin a Hidalgo. Estaba muy delgado, menos moreno por la falta de sol y pelado casi a rape. Gabina captó desde lejos el destello espiritual del hombre que cumple su destino y está seguro de sí mismo.

Cuando Miguel Hidalgo y Costilla rodó por el suelo en medio de un gran charco de sangre, Gabina Natera perdió el sentido y se desplomó también. Eran las siete de la mañana del 30 de julio de 1811.

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