El Sol de Tulancingo

Libertad de prensa, arma contra la tiranía: Zarco

“Triste y doloroso es decirlo, pero es la pura verdad: en México jamás ha habido libertad de imprenta; los gobiernos conservado­res y los que se han llamado liberales, todos han tenido miedo a las ideas, todos han sofocado la discusión, todos han perseguid

- Betty Zanolli bettyzanol­li@gmail.com @BettyZanol­li

l, mejor que nadie, sabía en carne propia lo que significab­a cuestionar y enfrentar al candidato y luego titular del Ejecutivo Federal y sufrir su acoso y silenciami­ento al ser declarado por éste “un difamador”.

Sin embargo, fue precisamen­te esta dura experienci­a la que condujo al escritor, editor, poeta, ensayista y quien habría de inaugurar el reporteris­mo en el periodismo mexicano -al realizar la crónica parlamenta­ria de 1856-1857- a encabezar enérgica y valienteme­nte la lucha ciudadana contra la censura.

Zarco sabía que la libertad de escribir y publicar no podía ser una “concesión” estatal. Era, ante todo, el reconocimi­ento a la dignidad humana y un “tributo de respeto a la independen­cia del pensamient­o y de la palabra”. Por ello, con extremo cuidado debía analizarse si la publicació­n de una opinión podía restringir­se invocando como límites la vida privada, moral y paz pública.

La historia daba pruebas infinitas de ello, como bien recordó a sus colegas legislador­es: desde los casos de Arístides, Sócrates y Jesús, hasta las múltiples censuras que a lo largo de la Edad Moderna el poder había ejercido en Italia, España, Alemania, Inglaterra y Francia. El anhelo de Zarco era pues que el Constituye­nte hiciera efectiva la libertad de prensa. Para lograrlo, se apoyaba en la norma expedida en 1855 por el ministro Lafragua y en los argumentos expuestos por Ignacio Ramírez, yendo aún más allá de las posiciones adoptadas en este sentido por Filomeno Mata y Ponciano Arriaga. Sólo demandaba que todo escrito para ser publicado cumpliera con un requisito: estar firmado por su autor, dado que el anonimato era el refugio perfecto de “villanos, pérfidos y cobardes”. De ahí su célebre frase: “no escribas como periodista lo que no puedas sostener como hombre”. Toda otra restricció­n que no fuera la señalada sería, a su juicio, además de una incongruen­cia, un exceso que lastimaría a un derecho reconocido como humano, pero reconocía que el peligro existía, pues no era privativo del pensamient­o conservado­r: “no sé por qué hasta los gobiernos y las asambleas liberales ven a la prensa a veces con tanto desdén, a veces con tanto temor”, declarará.

Sí, era incomprens­ible para un hombre de su talla y valor que el poder censurara al escritor independie­nte cuya única misión era servir a la Nación.

Mucho queda pues por conocer, por leer y releer, por revisar y replantear­nos, de nuestra propia historia a partir de sus fuentes originales. Zarco es prístino ejemplo. Por ello a él evoco, a él recurro, pues además fue la voz constituye­nte que manifestó el 5 de febrero de 1857 en la promulgaci­ón de la emblemátic­a Constituci­ón Política que con dicho acto la revolución de Ayutla volvía al país “al orden constituci­onal”, cumpliendo con la enérgica exigencia popular contra el yugo del despotismo y la tiranía, sabedor que un pueblo sin institucio­nes está expuesto a trastornos y “a la más dura servidumbr­e”, al ser las institucio­nes vínculo de fraternida­d y medio para establecer armonías y evitar resistenci­as, colisiones y conflictos. De ahí que no sorprenda cuando en 1861, como ministro de Gobernació­n y Relaciones Exteriores, decretó la Ley de Imprenta que defendiend­o la libertad de expresión sería la base para los artículos 6 y 7 de nuestra Carta Magna de 1917.

Sí, Zarco, enemigo del “pupilaje” y defensor de la República y del Federalism­o y de los estados libres y soberanos, no se equivocaba, como tampoco lo hacía cuando reconocía que sólo los tiranos persiguen a sus críticos.

Lo absurdo y deleznable es que hoy se le invoque desde el máximo órgano de poder en medio de un discurso gubernamen­tal contrario a los principios por los que Zarco luchó y que distorsion­a, a modo, la historia nacional con el mero afán de servirse de ella, pero los hechos, las obras, las palabras están allí, esperando ser revisados con objetivida­d, justeza y amor patrio. Zarco ya lo sentenciab­a, lapidario: la prensa es “el arma más poderosa contra la tiranía y el despotismo” e “instrument­o más eficaz y más activo del progreso y de la civilizaci­ón”.

Lo absurdo y deleznable es que hoy se le invoque desde el máximo órgano de poder en medio de un discurso gubernamen­tal contrario a los principios por los que Zarco luchó y que distorsion­a, a modo, la historia nacional.

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