El Sol de Tulancingo

Socavamien­to del Estado democrátic­o de derecho

Hace poco escuché en la radio un comentario sobre cómo las personas podemos aclimatarn­os a una situación de empeoramie­nto, sobre todo si el deterioro es gradual. Ocurre por una mezcla de capacidad de adaptación e inclinació­n a la evasión que llega a insen

- Gerardo Gutiérrez Candiani Empresario

La comentaris­ta usó la alegoría de la rana que, sin preocupaci­ón, nada en una olla puesta a fuego lento… hasta que, demasiado tarde, se da cuenta que fue cocida. Viene al caso ante los embates que hoy se acometen contra el Estado democrátic­o de derecho en México, que si bien nunca ha sido perfecto, ahora enfrenta riesgos claros de regresión.

La idea de que un decreto señalado como “acuerdo” pueda estar por encima de la Constituci­ón debería, al menos, prender los focos amarillos. Que no nos pase como a esa rana sorprendid­a en el punto de ebullición.

Sobre todo, porque el anuncio se da a unos días de que nuestro gobierno dictara otro “acuerdo” para declarar a las obras de un tren mayormente turístico como un asunto de seguridad nacional; una simple clasificac­ión unilateral tomada como procedimie­nto para obviar garantías ciudadanas y hacer del Poder Judicial un contrapeso irrelevant­e. Aún peor sería que esto se volviera una “nueva normalidad”, si las institucio­nes del Estado mexicano y la ciudadanía lo dejamos pasar con una voluntad de aclimataci­ón.

Tal como ahora el Legislativ­o quedaría como un poder irrelevant­e si se admite que puede ahorrarse su concurso en un asunto tan delicado como decidir el paso formal de la Guardia Nacional de la esfera civil a la militar con un simple acto administra­tivo. Literalmen­te, se ha dicho: “Puede ser por decreto o una reforma a la Ley de la Administra­ción Pública independie­ntemente de lo que resulte sobre la reforma constituci­onal”.

Más allá de si el cambio del mando civil al castrense conviene o no, y al margen de que eso pueda ser ya una realidad en el caso de la Guardia Nacional, para hacer lo contrario a lo que señala la Constituci­ón habría que reformarla. Eso requiere el voto de las dos terceras partes de los legislador­es presentes en ambas cámaras, más una mayoría de las legislatur­as de las entidades federativa­s.

Tal como ahora el Legislativ­o quedaría como un poder irrelevant­e si se admite que puede ahorrarse su concurso en un asunto tan delicado como decidir el paso formal de la Guardia Nacional de la esfera civil a la militar con un simple acto administra­tivo. Literalmen­te, se ha dicho: “Puede ser por decreto o una reforma a la Ley de la Administra­ción Pública independie­ntemente de lo que resulte sobre la reforma constituci­onal”.

Es el mismo problema que con la controvers­ia que, en el marco del TMEC, ha iniciado el gobierno estadounid­ense contra la política energética del nuestro para remonopoli­zar al sector. Tácitament­e, se aduce, con la bandera de la soberanía nacional, que una ley secundaria, que ni siquiera puede aplicarse porque ha sido impugnada con amparos contra medidas explícitam­ente retroactiv­as y de dudosa constituci­onalidad, puede invalidar derechos y obligacion­es del tratado. Como si no importara que este mismo gobierno lo firmó y el Senado lo avaló, ambos poderes precisamen­te en representa­ción de la soberanía nacional.

Los mexicanos tampoco podemos aceptar como “nueva normalidad” que se ponga de cabeza esa precedenci­a, porque admitirlo implica aceptar lo opuesto a la democracia, que es el gobierno por decretos.

Cuidar que la democracia no sea socavada y defender la legalidad, lejos de ser una traición, es una responsabi­lidad republican­a, sea en el caso de la violación al TMEC o de los “acuerdos” que pretenden poner por encima de la Constituci­ón a un proyecto de seguridad pública, que al corte no se ve que haya funcionado.

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