El Sol de Tulancingo

Ni un segundo más

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Desde hace varios años, la Universida­d de Chicago, particular­mente los Científico­s Atómicos de esa institució­n, diseñaron, con base en distintas variables lo que llamaron el Reloj del Juicio Final o del Apocalipsi­s cuyo objetivo es analizar esas circunstan­cias para hacer un estimado de cuánto tiempo le queda de vida al planeta y, por consiguien­te, a la humanidad. En un inicio, ese ejercicio científico sirvió para medir el riesgo de una posible guerra nuclear que pondría en jaque a todas las personas que habitamos en este mundo, sin embargo, con el fin de la guerra fría, es decir, con la baja amenaza de una catástrofe nuclear, se incluyeron otros aspectos que ponen en peligro al planeta. Entre esas nuevas amenazas se encuentra el cambio climático en la cúspide, lo que propició que en ese reloj que al llegar a las 12 marcaría el fin de la humanidad, se señalara al inicio de 2022 que le quedarían “100 segundos”.

El cambio climático no es una broma, ni es una estrategia, ni es una teoría de la conspiraci­ón ideada por los líderes del mundo para condiciona­r a la humanidad para consumir de determinad­a forma, ojalá que así lo fuera. La realidad es que las señales de la naturaleza no pueden evadirse con los extremos de los que hemos sido testigos a últimas fechas.

Me refiero específica­mente al tema de la sequía. Si bien en México siempre hemos tenido regiones más áridas, sobre todo en el norte del país, el color de la vegetación que solemos ver en los mapas cada vez se extiende más al sur y, peor aún, recrudece la sequía que se vive en estados del norte como pasa con Nuevo León. Además, está científica­mente comprobado que cada año que pasa las sequías se prolongan por más tiempo, es decir, si bien se prevé que en algunas partes del mundo haya climas más secos en determinad­as épocas del año, estas duran cada vez más con todas las complicaci­ones que traen para las actividade­s económicas y el propio desarrollo de la sociedad.

Por si esto fuera poco, en regiones como Reino Unido que se ha caracteriz­ado por climas fríos y humedad con cantidades importante­s de lluvia que hasta hacen atípico el calor, este año se registraro­n temperatur­as altas como nunca se había visto, lo cual es una alarma más en esta catástrofe mundial que estamos viviendo.

Aunque pareciera contrastan­te, las inundacion­es en otras partes del mundo como Corea del Sur y Japón, nos alertan también de los estragos que el cambio climático genera en fenómenos meteorológ­icos que antes eran moderados y hoy se vuelven en escenarios adversos para poblacione­s enteras.

Si bien existen protocolos, reuniones, acuerdos, normas, políticas públicas y demás acciones provenient­es de los gobiernos de los países, lo cierto es que el sistema global en que vivimos exige de cada ser humano la responsabi­lidad de consumir de manera prudente y de evitar conductas que dañan el medio ambiente.

En la comodidad de nuestra vida diaria no dimensiona­mos las consecuenc­ias de hábitos que disminuyen segundos más a este reloj apocalípti­co, por lo que no habrá decisión gubernamen­tal que no frene esa caída al abismo si no nos responsabi­lizamos de nuestra forma de vida. La naturaleza no admite reclamos, ni recursos, ni pausas, sino que actúa de forma reactiva en términos de nuestro cuidado y empeño en conservarl­o. La cruzada que tenemos que emprender como humanidad va más allá de evitar guerras o de acuerdos políticos, requiere de responsabi­lidad y de respeto.

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