“Il Vate”, el poeta profeta (I)
El teatro italiano del siglo XIX tuvo grandes cultores como Giuseppe Giacosa y Luigi Illica, dos de los más grandes libretistas del verismo operístico que colaboraron juntos para Giacomo Puccini en óperas como La Bohème, Tosca y Madama Butterfly y, en lo
Manzoni, al influir en el desarrollo del teatro lombardo mediante la exaltación de la historia -tomando en consideración que en aquel entonces lo “lombardo” no se reducía a las dimensiones regionales de la hoy Lombardía, pues lombarda era toda el área “padana” ubicada al norte de lo que un día se llamaría Italia y en la que Milán era la ciudad más importante-, ya que para él historia y poesía debían ser los ejes de la nueva dramaturgia trágica moderna. Estructura que el propio Giuseppe Mazzini, en su obra “Del dramma storico”, desarrollará y que servirá como fuente de inspiración para los nuevos autores dramáticos, convirtiéndose el teatro histórico en eje decisivo para la Unificación y el Risorgimento.
Sin embargo, faltaba por escribirse uno de los capítulos más trascendentales de la historia dramática y lírica de la flamante nación. Este capítulo sería escrito por “Il Vate”, el prolífico escritor de casi 50 tomos de obras literarias: Gabriele D’Annunzio. Su ingreso al mundo teatral tuvo lugar en la plenitud de su carrera política, justo cuando su pensamiento estaba enfocado en el concepto del “suprauomo” (superhombre), haciendo del teatro su vehículo por excelencia para comunicar al pueblo las ideas que al respecto había ya expuesto en otras de sus obras.
¿Qué lo acerca al teatro? Mucho se ha dicho que fue su relación amorosa con la célebre actriz Eleonora Duse, musa en quien se inspiró para dar vida a sus heroínas, mujeres llenas de fuerza interior, dotadas de un espíritu heróico y capaces de enfrentar los límites de la moral convencional, al tiempo que su vida y destino eran guiados por un profundo sentido patriótico. Teatro d’annunziano que, buscando ser profesional, moderno y estar siempre ligado al teatro clásico, se distinguiría del entonces cultivado por su célebre contemporáneo Giovanni Verga.
Por eso fue decisiva su relación con la Duse: entre los dos buscaron crear y refundar la experiencia teatral través de la superación de los roles, de tal modo que no necesariamente fuera imprescindible la semejanza física entre actor y personaje. D’Annunzio se ocupaba de la preparación de los artistas, de la supervisión de todos los detalles de la escenografía y para ello se vinculaba con los más diversos artistas plásticos. La Duse, por su parte, atendía diversos aspectos de la organización y de la producción. “Sogno di un mattino di primavera” fue la primera puesta en escena de su colaboración y de su visión compartida de lo que sería el nuevo teatro moderno italiano, a la que siguieron “La Gioconda” y “Francesca da Rimini”, siendo particularmente importante “La figlia di Iorio”, inspirada en la tierra natal de la Duse, concebida y producida mediante el empleo de diversos recursos teatrales y que llevó a D’Annunzio a ser reconocido ampliamente.
De esta notable experiencia, el inquieto e infatigable D’Annunzio se planteará un nuevo objetivo. “Il Vate” no se conformará con haber logrado la renovación de la dramaturgia de su patria. Buscará alcanzar
Casi 200 años han transcurrido desde la primera incursión operística de D’Annunzio. Desde entonces sus luces continúan alumbrándonos desde el palco escénico, pero aún “Il Vate”, el poeta profeta, sigue en espera de justa y humana comprensión.
otro espacio artístico y éste será la ópera y Pietro Mascagni uno de los primeros compositores en inspirarse en sus obras teatrales. “Parisina”, la “flor de pasión y poesía” en términos de Mascagni, fue el producto de la colaboración entre dos creadores que habían nacido en 1863: D’Annunzio en Pescara, Mascagni en Livorno, y que se estrenó en el Teatro alla Scala de Milán en 1913. Lo mismo sucederá más tarde con “Francesa da Rimini”, transformada en ópera con la música de Riccardo Zandonai; con “Fedra” con música de Ildebrando Pizzetti y con “La nave” de Italo Montemezzi.
Todas ellas, caracterizadas por ser óperas en las que se entrelazan aspectos de primitivismo pastoril y magia, pero sobre todo una profunda exaltación acerca de las pasiones que ardían en el corazón de las heroínas y héroes dannunzianos.
Grande en consecuencia fue su influencia en la ópera de principios del siglo XX, pero ésta no le sería reconocida por la crítica literaria de su tiempo. Se le consideró una especie mixta de autor decadente y futurista y se pasó por alto su profundo lirismo, vivo y palpitante, materializado en frases como las que pertenecen a “Parisina”: “¿Qué fuego es este que quema y no consume? / ¿Qué plaga es ésta que la sangre no derrama? / ¿Quién me dio esta ala sin plumas? / ¿Quién pregunta y me llama y no espera?”.
Casi 200 años han transcurrido desde la primera incursión operística de D’Annunzio. Desde entonces sus luces continúan alumbrándonos desde el palco escénico, pero aún “Il Vate”, el poeta profeta, sigue en espera de justa y humana comprensión.