La Independencia con mirada de cristal
Por angas o por mangas a Miguel Hidalgo y Costilla, nuestro prócer de la Independencia mexicana, se le atribuye un físico que corresponde más a un viejito cascarín que a un hombre vigoroso de 58 años, los que tenía al ser fusilado.
De hecho hay algunas referencias de cómo era el cura de Dolores por descripciones de quienes lo conocieron y trataron, como también muchas referencias de él, posteriores a su muerte en 1811. Pero no un retrato fiel.
Ya se ha descrito que según el periódico El Imparcial, de la ciudad de México, en 1900, anuncia que la única imagen que se hizo de Miguel Hidalgo y Costilla mientras vivía es una estatuilla hecha luego de que ganó la Batalla de las Cruces (30 de octubre de 1810). El diario dice que es “el único retrato auténtico de Hidalgo que se conoce”.
La obra la atribuyen al escultor Clemente Terrazas y presenta a un hombre moreno, de prominente nariz ganchuda, el rostro con arrugas, sombrero de copa, traje de la época y botas altas para montar a su cuaco.
Hay otras imágenes –sobre todo del siglo XIX-- que intentan decirnos cómo era Hidalgo. Pero la mayoría de ellas puestas en el lienzo, “de oídas”. O bien por mandato, como es la imagen más conocida del héroe y que fue ordenada en 1865, ni más ni menos que por Maximiliano de Habsburgo durante su iluso y absurdo imperio mexicano (1864-1867), para celebrar la Independencia mexicana.
Es la más conocida, y en ella aparece el cura a modo patriótico, de pie, firme, con una mano que reposa sobre el escritorio en donde está el documento del grito de independencia, vestido con abrigo sacerdotal, al fondo la Virgen de Guadalupe y un reloj que apunta a que serán las 6 de la mañana, a tiempo para la arenga matinal a los feligreses. Él mira firme y rebosante. Chapeadín. Viejo. Calvo. Canoso. La hizo el pintor Joaquín Ramírez.
Y es que en vida no se hizo ningún retrato del prócer. Claro, él no pensaba que pasaría a la historia y no había lana para pagar a un retratista, sobre todo si era él un cura de un pueblo perdido en la serranía, como era por entonces Dolores, en Guanajuato. Y aunque él era un aspiracionista y tenía sus bienes y procuraba alguna producción, la verdad es que no era para tanto.
Así que pasamos de un cura imaginado a un cura imaginario. Pero siempre cargado de años, cargado de canas, casi calvo, medio encorvado; más en la idea del abuelito que toma su chocolate y sus churros en la noche.
Muy distinto a que aquel hombre que en realidad fue y que tenía vigor, fuerza, inteligencia y capacidad para echar a andar una guerra; que comandó a un gran número de seguidores –pagados o no--, que anduvo en su cuaco para todos lados durante meses hasta su fusilamiento en Chihuahua el 30 de julio de 1811 y quien si no consiguió la independencia, por lo menos dejó sembrada la semilla de un país sin gobierno externo.
Y con ese supuesto físico entró a la historia. Esa imagen del viejito-cascarín pasó al cine nacional, porque desde el principio este medio sirvió para llevar a la pantalla lo mismo solaz y entretenimiento como, de modo incipiente, el ideal nacionalista y mexicanísimo de las batallas que han librado en nuestra historia muchos hombres y mujeres, para construir a una Patria (que aunque suene demodé, cutre, arcaico y sin cepillar, aun es vigente el sentido de patria –que viene de padre). La misma que tan maltratada tenemos hoy.
En el cine ese ideal tiene más una orientación hacia la historia de bronce que hacia una historia crítica, que podría ser más saludable. Pero en parte está bien. La virtud de la historia de bronce –con todos y sus muchos defectostiene la de construir una cohesión nacional, una idea de país glorioso, fuerte y unido bajo toda circunstancia, con hombres y mujeres dispuestos a dar su vida para preservar a México y a su gente.
Así que ese es el tono broncíneo que, con excepciones, se le ha dado a la historia nacional en el cine. Muy particularmente lo que tiene que ver con la independencia de México.
Según reseñas, se tiene referencia de una película de 1907 que se llama
“El Grito de Dolores o la Independencia de México”. Una cinta del cine mudo que se dividía en siete capítulos alusivos a la gesta independentista. Aparecían ahí representados por actores Hidalgo, Allende, Aldama, la corregidora de Querétaro…
En adelante se seguiría la misma línea heroica y la muestra de la lucha ingente de aquellos independentistas, las intrigas de los realistas, las dudas de quienes querían una independencia momentánea en tanto regresara al trono español Fernando VII, quien había sido obligado a abdicar por Napoleón Bonaparte, durante la invasión francesa a España en 1808.
En 1934 apareció un largometraje que relata una parte de la vida de Hidalgo. “Viva México”. Comienza con la conspiración de Querétaro y hasta el fusilamiento en 1811. La hizo Miguel Contreras Torres quien se especializó en llevar a la pantalla dramas históricos. Es una película con una alta carga de nacionalismo y de orgullo patriótico; de loas a los héroes de la patria y tal.
Para 1942 ya con cine parlante aparece una película del gran Julio Bracho. Se llama “La virgen que forjó una
patria” y en tono patriótico y místico relata el impacto de la Virgen de Guadalupe en la lucha por la Independencia, baluarte de los independentistas y escudo de Miguel Hidalgo. Por supuesto un Hidalgo viejito.
En 1943 se exhibió “El rayo del
Sur” de Miguel Contreras Torres. Una visión patriótica de José María Morelos y Pavón (Domingo Soler); sus avatares desde la toma de Oaxaca y Acapulco, luego la persecución hasta su captura y condenado a muerte por los ‘realistas’.
Luego hubo otras películas alusivas a la Independencia de México, a sus héroes y a la circunstancia que llevó a esta lucha que duró once años… y más.
Ya para 1976 Antonio Eceiza, un español radicado por entonces en México, dirigió la historia de Xavier Mina, un militar vasco que llega a México invitado por fray Servando Teresa de Mier, a quien conoció en Londres, para apoyar la causa de la independencia. Sus triunfos militares pero también el embrollo de intrigas y envidias que lo rodearon hasta su muerte aquí.
En 2010 aparece “Hidalgo, La Historia Jamás Contada” de Antonio Serrano, que retrata a un Hidalgo más humano, más metido en sus propios conflictos personales, más puesto con los pies en la tierra.
El guion, que es muy interesante, es del director Antonio Serrano y de Leo Eduardo Mendoza, buen escritor que aporta novedades en el frente. Sin embargo igual: Hidalgo, canoso, calvo y conflictuado es Demián Bichir, y doña Josefa es Ana de la Reguera.
Engolosinado con el tema, en 2012 el mismo Antonio Serrano dirige “Morelos”. Es la zona boscosa del héroe a la altura del arte. Sus luchas desde la toma de Oaxaca y la persecución de la que es objeto. Pero sobre todo su tono humano al presentarlo con su hijo, Juan Nepomuceno.
Muchas otras artes se han ocupado de la gesta por la Independencia de México. Lo importante ahora es que ya estamos en plenas fiestas patrias, ya suenan las cornetillas de cartón, los espanta suegras están al aire, las serpentinas, los gorritos brillante con alusiones al “¡Viva México, cabrones!” y todo ese ambiente de ponche de granada, buñuelos, pozole en el que nos envolvemos en todo el país por estos días. Los de la patria ‘impecable y diamantina’, al grito de:
“Soy puro mexicano y nunca me he dejado, si quieren informarse la historia les dirá: qué México es valiente y nunca se ha rajado. ¡Viva la democracia! ¡también la libertad!...”
Si importa que seguimos aquí después de más de doscientos años; y que a pesar de todo y de nuestros días de nebulosa confusión, estamos y estaremos al pie del cañón para preservarnos, para reconocernos como únicos de raza y como herederos de un país que es nuestro país, el de todos los aquí nacidos, no el de un sólo hombre y sí al que queremos libre y democrático, justo y mirando a la izquierda cierta, siempre.
Por todo lo que es y será. Pero sobre todo porque es el único que tenemos. Y con López Velarde cantaremos por estos días, frente a unos ricos chiles en nogada, con la copa levantada a la mitad del foro:
“Suave Patria: permite que te envuelva, en la más honda música de selva, con que me modelaste por entero, al golpe cadencioso de las hachas, entre risas y gritos de muchachas y pájaros de oficio carpintero.”