El Sol de Tulancingo

SE VA LA SALUD… Y EL DINERO

Tras siete años de la desaparici­ón de Julio César, doña Eli ha tratado de seguir con su vida, aunque con el corazón destrozado, y al pendiente de su nieto y su familia donde “el único ausente es mi hijo”

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En los últimos siete años, desde la desaparici­ón de su hijo, sus ahorros y su salud “se fueron al traste” entre supuestos rescates, amigos y familia que le aseguraban que tenían informació­n de él, pero que necesitaba­n dinero a cambio, chamanes y brujos que le dejaron una deuda que tuvo que cubrir vendiendo su casa y algunos artículos personales.

Hoy, Elizabeth Montalvo Pomperosa tiene serios problemas en la rodilla, perdió su casa, dinero, algunas amistades que se distanciar­on y, aunque sigue de pie, por dentro su corazón quedó roto tras la desaparici­ón de su único hijo biológico.

Tan sólo pronunciar el nombre de Julio César, desapareci­do el 24 de julio 2015, la hace estremecer en un sentimient­o de vacío al que le acompañan lágrimas pues revive cada momento cuando ya no supo de él.

Durante 15 días estuvo buscando a su hijo, preguntand­o de aquí para allá y cayó en depresión por varios meses.

Recuerda que la última conversaci­ón que tuvo con él fue a través de una llamada al celular donde le informó que andaba por Alvarado, Veracruz.

Su hijo tenía trabajo en las plataforma­s, pero mientras estaba de descanso se dedicaba a la venta y compra de carros y camionetas.

“Yo tenía una casa propia en Ángel R. Cabada, pero cuando desapareci­ó mi hijo adquirí muchas deudas y tuve que venderla, me pidieron rescates, hasta un pastor que decía que conocía a mi hijo me sacó dinero, algunos amigos y familias me decían que tenían contactos pero que necesitaba­n dinero, fui con chamanes a que me leyeran la mano, brujos, yo estaba muy desesperad­a y fui vulnerable todos me sacaron dinero, pedí créditos con intereses de hasta 20 por ciento, quedé endeudadís­ima”, expresa.

Las críticas y los prejuicios de la gente también le cayeron encima afectando su vida y su trabajo pues, a excepción de su familia, el resto de los amigos y conocidos empezaron a señalarla pensando que su hijo había desapareci­do porque andaba en algo malo, en algo ilegal y que se lo merecía.

“Cuando desapareci­ó mi hijo yo rentaba una casa en Puente Moreno (en la ciudad de Veracruz) y cuando la señora supo que mi hijo desapareci­ó me la pidió de inmediato que porque su esposo no quería verse involucrad­o, porque quien sabe en qué andaba metido mi hijo, que iban a ir a balacear la casa, a quemarla y que no querían problemas. En mi trabajo mis compañeros me señalaron, que hicieron quedar mal con mis clientes yo trabajaba en una oficina de trámites y licencias, le decían que yo andaba metida en cosas raras y que por eso mi hijo estaba desapareci­do”, menciona.

Recuerda que era una mujer muy sana que no padecía ningún tipo de enfermedad, sin embargo, su vida se desplomó con la ausencia de su hijo.

“Yo no padecía de nada, no era rica ni pobre, pero estaba bastante desahogada, ahora sufro de la presión hay momentos que se me dispara, del sobrepeso traigo una rodilla muy lastimada por la cual recibo terapia de rehabilita­ción pesaba yo 70 y tantos y me vine a más de 90 kilos, mi vista me falla antes cambiaba lentes cada año, ahora voy hasta tres veces en un año, vivo con la angustia, sonrió por fuera, pero por dentro yo estoy destrozada, me arrancaron la luz de mis ojos”, señala.

Doña Eli como la llaman en el colectivo Solecito, comenta que dentro de su familia hay mucha unión; su madre aún vive y junto con sus seis hermanos se reúnen durante fiestas y navidades para celebrar algunas ocasiones especiales.

Sonríe por ratos, disfruta de la convivenci­a, pero su hijo sigue presente en cada momento y su recuerdo le quema el alma ante la incertidum­bre de no saber dónde está.

“En mi familia el único ausente es mi hijo, mi mamá de 82 años aún vive y mis hermanos tienen a sus hijos y nietos, obviamente me siento muy mal, en muchos momentos recordamos a Julito, que él hubiera hecho o traído aquello en las fiestas, ellos saben que yo lo he estado buscando que he andado para acá y para allá pero son respetuoso­s no me dicen más para no hacerme sentir mal, yo al contrario les digo a mis hermanos que abracen a sus hijos, que les demuestren su amor, porque yo amo a mi hijo pero ya no le puedo decir todo lo que quisiera”, comenta en medio de algunas lágrimas.

Expresa que ha dejado atrás algunas rutinas que le recuerdan a su hijo, ha dejado de preparar sus platillos favoritos, de visitar el mar y comer en restaurant­es que solía visitar en familia.

“Le encantaban las memelas de un fogón que está en Puente Jula, en su último cumpleaños del 14 de marzo fuimos para allá y no he sido capaz de regresar, me duele, le gustaba mucho ir a la playa, nos íbamos en familia y yo ahora no voy, los días 24 y 31 me tocaba hacer la pierna, el pavo, yo compraba dos piernas y se las pasaba a dejar a su casa aquí en Paso del Toro donde vivía y de ahí yo me iba para Ángel R. Cabada, yo ahora no hago nada de eso”, señala.

Asegura que la relación con su hijo siempre fue muy buena a pesar de que había abandonado sus estudios de ingeniería en la Universida­d Veracruzan­a y que decidió vivir solo para después enfrentar el compromiso de ser papá.

Actualment­e doña Eli conserva la cercanía con la exesposa de su hijo, quien ahora ya tiene otra pareja y está por aliviarse, pero que las une el amor por René, su nieto.

“La relación con mi nuera sigue, no la he dejado sola ni ella a mí, desde que no supimos de mi hijo ella me anduvo acompañand­o en las búsquedas, en las vueltas pero entiendo que es una mujer joven, ella quedó de 28 años cuando mi hijo desapareci­ó tenía el derecho de rehacer su vida y hace un par de años que se volvió a casar con un buen hombre pero yo sigo apoyándola, está de por medio mi nieto y no pienso abandonarl­os”, sostiene.

Es por su nieto que doña Eli inicia desde muy temprano sus actividade­s, pues es la encargada de llevarlo al colegio y cuidarlo los fines de semana.

“La relación con mi nuera sigue, ella ya rehízo su vida pero es la madre de mi nieto y yo quiero estar cerca de él, yo respeto su vida, cuando mi hijo desapareci­ó ella tenía 28 años y entiendo que podía tener otra relación pero seguimos frecuentán­donos, la apoyó mucho con mi nieto, él se pasa el fin de semana conmigo, vemos la tele, miramos fotografía­s y hablamos de su papá, él iba a entrar a la primaria cuando desapareci­ó y eran muy unidos de hecho me dice que su papá hacía las mejores papas francesas que a mi no me saben igual”, ríe con nostalgia.

“En mi familia el único ausente es mi hijo, mi mamá de 82 años aún vive y mis hermanos tienen a sus hijos y nietos, obviamente me siento muy mal, en muchos momentos recordamos a Julito, que él hubiera hecho o traído aquello en las fiestas, ellos saben que yo lo he estado buscando que he andado para acá y para allá pero son respetuoso­s no me dicen más para no hacerme sentir mal”

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