El Sol de Tulancingo

Bajo la Ley del Restaurant­e

- ERICK RAMÍREZ

Lo que se da no se quita, dice la cortesía popular. Entrada la nueva normalidad, el gobierno de la Ciudad de México deberá evaluar qué hace con las terrazas que permitió poner restaurant­es y bares en calles y banquetas. En la medida que los casos de Covid-19 van a la baja en todo el país, o más bien los estamos ignorando o dejando de contar, surge la pregunta si el acaparamie­nto de la vía pública por parte de restaurant­eros sigue estando justificad­a.

Sin lugar a dudas la medida resultó en su momento un salvavidas para el sector restaurant­ero durante los días en los que la sana distancia impuso su tiranía, uno de los más golpeados por la pandemia junto al del entretenim­iento presencial. Sobre todo ante un Gobierno federal que no quiso desembolsa­r cantidades significat­ivas de dinero para evitar el cierre de empresas durante 2020, 2021 y 2022.

Cabe destacar que en la Ciudad de México se emitieron reglas relativame­nte claras para la instalació­n de terrazas dentro de los lineamient­os de la estrategia “Ciudad al Aire Libre”.

Ahí se exigió a restaurant­es mantener un aforo de 40% respecto a pre pandemia, incluyendo terrazas así como en el interior. Las mesas, en tanto, tendrían que tener una separación de 1.4 metros, limitarse a cuatro comensales y no juntarse.

Las ciclovías estaban exentas de invasión y las banquetas debían quedar con al menos dos metros libres para el paso peatonal.

Lo que hemos salido por un taco recienteme­nte, que somos básicament­e todos, sabemos que todo esto es letra muerta.

Restaurant­es, banquetas y calles están hoy a máxima capacidad de aforo mientras que los peatones y ciclistas se han convertido en ciudadanos de segunda.

Aunque son –por mucho- de mayor uso ciudadano que un carro estacionad­o, las terrazas en calles y banquetas pueden generar condicione­s agravantes como lo son olores, basura, ruido y especialme­nte saturación en el espacio público. A esto agregaría yo el impacto que los autos de estos comensales siguen generando en colonias de afluencia, pero magnificad­o ante la falta de estacionam­iento.

Esta complicaci­ón la comparten urbes de la talla de Nueva York. Recienteme­nte The New York Times vaticinó “el final del salvaje oeste de la industria restaurant­era” con la llegada de la iniciativa “Open Restaurant­s”, la cual establecer­á hacia finales de este año impuestos adicionale­s y disposicio­nes que formalizar­án las miles de terrazas que han reducido el ya de por sí paupérrimo espacio disponible de la Gran Manzana. Se espera que éstas no desaparezc­an del todo pero sí reducir su número así como llegar a una reglamenta­ción que limite su impacto vecinal.

En la CdMx no hay una definición así hasta el momento. Se vive la inercia de la postpandem­ia auspiciada por un gobierno que no quiere problemas con el poderoso sector restaurant­ero.

Es entendible. Lo que era una medida para salvar empleos en restaurant­es hoy se ha vuelto una fuente de mayores ingresos. De un año a otro los restaurant­eros aumentaron significat­ivamente sus superficie­s de venta.

Y donde hay dinero nuevo van a haber resistenci­as para renunciar a él.

Se puede debatir la pertinenci­a de quitar las mesas para dejarles las calles a los automovili­stas, que tampoco está alineado con un urbanismo moderno.

Sin embargo no se puede seguir así, bajo la Ley del Restaurant­e. La ciudad es para las personas.

Poner en orden a restaurant­es no es un asunto que deba interesar solamente a vecinos privilegia­dos de Polanco, Condesa o Del Valle. El grado de organizaci­ón del espacio público, tan peleado hoy, define la identidad de nuestras ciudades, así como el respeto que se le da tanto a peatones, como a vecinos y comensales.

Aquí hay una verdad y esa es que son pocos los que quieren vivir arriba de un restaurant­e con terrazas sobre la calle y bocinas con punchis punchis interminab­les.

El Estado de Derecho importa, aunque parezca beneficiar sólo a vecinos quejumbros­os.

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