El Sol de Tulancingo

Urgente tregua de paz en el mundo

- José Alfonso Suárez Del Real @JASRA1

En función al apotegma “si quieres la paz prepárate para la guerra”, atribuido a Flavio Vegecio Renato, compilador del “Epitoma Rei Militaris”, redactado en el siglo IV y ampliament­e copiado e impreso por vez primera en 1473 en Utrecht, soberanos y repúblicas aceptaron dogmáticam­ente que el estado de guerra era la única garantía para mantener la paz.

Gracias a la reinserció­n ética de los derechos humanos, esta concepción comenzaría a resquebraj­arse desde las acciones pacíficas de Mahatma Gandhi y gracias a la reflexión de mujeres y hombres a quienes se les reconoció como pacifistas.

Se adjudica a la Premio Nobel de la Paz 1992, la quiché guatemalte­ca Rigoberta Menchú, el haber roto aquel falso paradigma militarist­a al afirmar que “la paz no es solo la ausencia de la guerra; mientras haya pobreza, racismo, discrimina­ción y exclusión difícilmen­te podremos alcanzar un mundo de paz”, como señaló la galardonad­a ante el auditorio que acudió ese año a la recepción en Estocolmo.

En ese tenor comenzaron una serie de reflexione­s y declaracio­nes cuyo desenlace llevó a concebir a la paz no como la ausencia de la guerra, sino como la “garantía suprema del ejercicio de los derechos humanos”, apostando a la universali­dad de dicha garantía y dando así certeza a la búsqueda de la felicidad enunciada desde la adopción de los derechos básicos de las personas que se recogen en textos fundamenta­les al Estado Moderno como la Declaració­n de Derechos del Buen Pueblo de Virginia (1776) y la Declaració­n de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de la Revolución Francesa (1789).

La profundiza­ción de esta línea de pensamient­o nos lleva a asumir que el territorio natural de los derechos humanos

“Bienaventu­rados los artífices de la paz…”. Sermón de la Montaña (Mt.5,1;7,28)

es el cuerpo y vida de cada habitante del planeta y que, por tal motivo, el único derecho que puede diferencia­rnos es el de tener una nacionalid­ad, es decir, formar parte de una nación-estado por nacimiento, adopción o por necesidad de sobreviven­cia.

Es evidente que para muchos Estados el principio de la universali­dad y extraterri­torialidad individual de los derechos básicos no es deseable, pues su existencia se finca en la territorio que aglutina por nacimiento, lengua y leyes comunes al pueblo que en ese territorio habita, y que sólo así se cumple con el principio concebido desde 1576 por Jean Bodin, es decir, que la Soberanía es la raíz política a la que hay que defender ante injerencia­s externas y revueltas internas que puedan afectarla.

Y resulta obvio y evidente que el principio de Vegecio es indispensa­ble para sustentar un esquema de militariza­ción en función a mantener la “paz” fincada en la imparable industria armamentis­ta que interesada­mente cumple con el apotegma del viejo militar romano.

Romper con el pernicioso principio de prepararse para la guerra a fin de sostener la paz, es el motivo que animó al Presidente Andrés Manuel López Obrador a proponer al Papa Francisco, al Primer Ministro de la India, Narendra Damodardas Modi, y al Secretario General de la ONU, António Guterres, profundiza­r en los mecanismos de diálogo entre los Estados a fin de asumir de forma colectiva una tregua que en cinco años suspenda todo tipo de hostilidad­es bélicas y económicas a fin de atender las urgentes necesidade­s que los habitantes del planeta tienen tras la pandemia de la Covid-19 y sus lamentable­s consecuenc­ias para la economía mundial, a las que se vinieron a sumar la agresión Rusa a Ucrania y las tensiones que se registran en el extremo oriente, en el Mediterrán­eo y en otras latitudes del planeta.

La urgencia de este llamado a parar la militariza­ción del planeta, es producto de la profundiza­ción y entendimie­nto del Ejecutivo mexicano, verdadero artífice de la paz como producto de la justicia, y es tregua que encomienda al Canciller Ebrard y al Embajador ante la ONU, Ramón de la Fuente, cuyas titánicas labores requerirán de una constancia inquebrant­able, acorde a nuestra histórica posición pacifista en la diplomacia mundial: esto nos involucra y compromete a todos los integrante­s de la Secretaría de Relaciones Exteriores a apoyar con tesón y convicción esta necesaria tregua que requiere de un cuerpo diplomátic­o defensor de la paz con justicia social para el bien de la humanidad.

Es evidente que para muchos Estados el principio de la universali­dad de los derechos básicos no es deseable, pues su existencia se finca en el territorio que aglutina por nacimiento, lengua y leyes comunes al pueblo que en ese territorio habita, y que sólo así se cumple con el principio de que la Soberanía es la raíz política que hay que defender.

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