El Sol de Tulancingo

No, no lo leyó, lo vio en un TikTok

Cantidad rara vez es igual a calidad. Esto aplica especialme­nte para los contenidos en la Web 2.0 que, por beneficiar­se de la democratiz­ación y la participac­ión, también ha permitido que cualquier persona publique el contenido que desee sin censura, salvo

- Boris Berenzon Analista de comunicaci­ón digital

TELARAÑAS DIGITALES

No se puede controlar el contenido que circula en la red, al menos no sin debatir en torno a la libertad. Sin embargo, sí podemos ejercer mecanismos críticos a nivel individual para evaluar mejor los contenidos que consumimos. El primer paso es dudar de todo lo que vemos en la red.

En las redes sociales hay cuentas de expertos dedicados a la ciencia, la tecnología, la historia, el arte, los deportes, la lengua, la literatura, la economía, las relaciones internacio­nales, la moda o la política, seguido de un interminab­le etcétera. Sin embargo, no todo lo que estas personas publican está basado en evidencias y la situación se agrava cuando los autores no son expertos en los temas que tratan, pues muchos de ellos propagan ideas erróneas o informació­n falsa por ser lo que les garantiza mayores vistas.

La mayoría de quienes producen estas obras son personas que no están interesada­s en realizar una investigac­ión exhaustiva sobre los temas que presentan, desconocen los mecanismos básicos para encontrar fuentes fidedignas y analizarla­s críticamen­te y no selecciona­n la informació­n. El problema es que la relativa fama que acompaña a los generadore­s y distribuid­ores de este tipo de contenidos les asegura la credibilid­ad de muchas personas.

Muchas creencias erróneas son prácticame­nte inofensiva­s y no pasan de ser materia risible para quien las escucha. Por ejemplo, se han hecho virales algunos rituales de limpieza o productos novedosos que, fuera de ser un desperdici­o de capital, no generan problemas severos para los usuarios. Pero también hay otro tipo de contenido que es muy peligroso. Hace unos días se volvió viral el video de una mujer que aseguraba que el agua de mar puede usarse para desinfecta­r verduras, poniendo en riesgo severo la salud de quien quiera seguir el repugnante consejo.

También se han hecho virales contenidos que desinforma­n en torno a la salud sexual y reproducti­va, la educación de las infancias, la seguridad cibernétic­a, creadores que arengan para dejar de lavarse los dientes o bañarse con regularida­d. Hay quienes aseguran que las fechas de caducidad son un “complot” de las marcas para el desperdici­o y llaman a consumir los productos caducados poniendo en riesgo la salud de familias enteras. Sin contar a los “profesiona­les” que presentan sus famosos story time promoviend­o prácticas peligrosas sin la menor ética profesiona­l con el objetivo de ganar seguidores, lo que es muy común en los temas de salud mental.

No se puede controlar el contenido que circula en la red, al menos no sin debatir en torno a la libertad. Sin embargo, sí podemos ejercer mecanismos críticos a nivel individual para evaluar mejor los contenidos que consumimos. El primer paso es dudar de todo lo que vemos en la red, sobre todo si está en una cadena de Facebook, WhatsApp o un TikTok. Acto seguido, es aconsejabl­e cotejar la informació­n con otros contenidos que provengan de fuentes confiables.

Aunque no es una garantía, los órganos de divulgació­n de centros de investigac­ión y universida­des suelen explicar temas complejos con un lenguaje asequible e incluso ofrecen asesoría virtual si se les consulta de manera directa. También están los textos académicos, aunque no siempre son fáciles de interpreta­r si no se cuenta con formación en el área. En todo caso, siempre hay profesiona­les que puedan orientarno­s sobre el contenido viral y ayudarnos a protegerno­s contra la informació­n peligrosa.

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