Hacia que todes estemos de acuerdo
El pasado martes 27 de septiembre, el ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar, publicó un video en sus redes sociales declarando estar de acuerdo con el lenguaje incluyente ya que éste es una vía importante hacia la igualdad y tiene impactos reales en la sociedad. Lo hizo en el marco de la presentación del “Protocolo para juzgar con perspectiva de orientación sexual, identidad y expresión de género y características sexuales”, señalando la importancia de que esté escrito en lenguaje no binario.
Sin embargo, el lenguaje incluyente es un fenómeno interesante que no siempre parece causar consenso y muchas veces puede considerarse innecesario por algunos públicos. Un ejemplo de esto es el rechazo que la Real Academia Española ha hecho sobre él. La RAE dijo en 2021 que el lenguaje incluyente es “un conjunto de estrategias que tienen por objeto evitar el uso genérico del masculino gramatical, mecanismo firmemente asentado en la lengua y que no supone discriminación sexista alguna”.
A esto puedo agregar que he visto a muchas personas adquirir una postura similar a la de la RAE, declarando que el lenguaje incluyente es innecesario y muchas veces tomándolo en tono cómico. Considero que puede suceder más con personas de generaciones avanzadas, pero el rechazo puede darse entre personas de diferentes edades también.
Es importante mencionar que el lenguaje siempre es performativo. El lenguaje no es más que un reflejo de nuestra cultura y de nuestros valores. Pongamos un ejemplo. En México usamos la palabra sobremesa para referirnos al tiempo que nos quedamos platicando en la mesa después de comer; una tradición muy común entre los círculos sociales mexicanos. Esta palabra solo existe en el español mexicano. Pongamos otro ejemplo. En México existe un sinfín de expresiones populares que se han inspirado en comida para que se entiendan con mayor facilidad. La lista es larga: “como agua para chocolate,” “no le eches más crema a los tacos”, “se cree el muy salsa”, “dar atole con el dedo”, “las penas con pan son menos”, entre otras.
Esto no es más que un testimonio del fanatismo, amor y respeto que tenemos los mexicanos por nuestra comida. Tanto, que ha dejado una huella en cómo nos expresamos. Incluso para temas que no tienen que ver con comida. Habiendo dicho esto, el lenguaje es también un testimonio de otras partes de nuestra cultura que no son tan agradables. La manera en la que hablamos, ciertos chistes que hacemos, algunas expresiones que usamos pueden estar plagados de discriminación que ni siquiera vemos. De aquí vienen, por ejemplo, los llamados micromachismos. Este término se utiliza para dar nombre a prácticas y mecanismos sutiles de dominación que suelen aprenderse desde la niñez. Y la realidad es que en estas afirmaciones del día a día en las que se forja la parte más fuerte de la cultura machista, la que está tan institucionalizada que ni la vemos.
La manera en la que decimos las cosas es igual de (o más) importante que lo que decimos. La forma también es fondo, siempre. Es por esto que el lenguaje incluyente es más necesario que nunca. Porque si somos capaces de deconstruir desde una acción tan básica, arraigada y a veces imperceptible como la manera de hablar, seremos capaces de abrir paso a lo que realmente necesitamos, una mentalidad más abierta y dispuesta a luchar en contra de la discriminación, incluso en donde en un principio no la veíamos.
La manera en la que decimos las cosas es igual de (o más) importante que lo que decimos. Es por esto que el lenguaje incluyente es más necesario que nunca. Porque si somos capaces de deconstruir desde una acción tan básica, seremos capaces de abrir paso a lo que necesitamos.