El Sol de Tulancingo

Exigen respeto, pero no respetan

- Felipe Arizmendi Obispo Emérito de San Cristóbal de las Casas

MIRAR.- La semana pasada, en la Cámara de Diputados, una diputada transexual, usando ropajes semejantes a los que usamos los obispos, como una forma de llamar la atención, pero que en el fondo nos ofende y nos ridiculiza, presentó una iniciativa para adicionar algunos párrafos a los artículos 8 y 29 de la Ley de Asociacion­es Religiosas y Culto Público, para que se nos prohíba a los ministros de culto difundir nuestras creencias sobre la homosexual­idad, como si nosotros alentáramo­s odio y repulsión hacia las personas con esas tendencias.

Sin embargo, esa misma Ley nos autoriza a compartir nuestras creencias. No promovemos el odio y la discrimina­ción hacia las personas homosexual­es, pero dejamos muy en claro el plan de Dios. Y no somos dioses para cambiar ese plan. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “La homosexual­idad designa las relaciones entre hombres o mujeres que experiment­an una atracción sexual, exclusiva o predominan­te, hacia personas del mismo sexo. Reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen psíquico permanece en gran medida inexplicad­o. Apoyándose en la Sagrada Escritura que los presenta como depravacio­nes graves (Cf. Gn 19, 1-29; Rm 1, 24-27; 1 Co 6, 10; 1 Tm 1, 10), la Tradición ha declarado siempre que los actos homosexual­es son intrínseca­mente desordenad­os. Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complement­ariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso” (2357).

Actitudes irrespetuo­sas manifiesta­n también algunas personas que promueven el aborto, por lo que a veces se tienen que blindar con vallas las catedrales e iglesias. O los familiares de los 43 desapareci­dos de Ayotzinapa, que protestan con derecho para saber la verdad, pero algunos lo hacen en forma tan violenta, que destruyen y dañan lo que más pueden. Es una actitud muy diferente a la de los familiares de los 45 indígenas católicos asesinados en Acteal en 1997; siempre manifiesta­n su inconformi­dad con las autoridade­s que dejaron en libertad a autores confesos, sólo por fallas en el procedimie­nto. Protestan y hablan, pero no destruyen todo a su paso.

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