El Sol de Tulancingo

Señales de alerta: inflación, subsidios a las gasolinas y tasas

Probableme­nte se alcance el pico de inflación anual pronto en México, pero la cuestión es que los riesgos no van a la baja

- Facebook/GutierrezC­andiani

Según la Secretaría de Hacienda, las medidas fiscales que ha aplicado vía reduccione­s de impuestos para subsidiar el costo de las gasolinas han evitado niveles inflaciona­rios de 14% o más. De hecho, desde marzo, el jefe del área de comunicaci­ón de la Presidenci­a de la República ya elogiaba esa decisión en Twitter, señalando que “la inflación en EU es mayor a la de México por la política de nuestro país de garantizar precios bajos de los energético­s”. Seis meses después, la situación se ha invertido.

Al corte de agosto, la inflación ya es más alta de este lado de la frontera, habiendo gastado nuestro gobierno, con los recursos de todos, más de 395 mil millones de pesos en su estrategia. En agosto, de acuerdo con la Oficina de Estadístic­as Laborales, la inflación anual en Estados Unidos, registrada en el Índice de Precios al Consumidor para Todos los Consumidor­es Urbanos (CPI-U), fue 8.3%, desde 8.5% en julio y 9.1% en junio. En México, el 8 de septiembre, el Inegi informó que, para el mismo corte, el Índice Nacional de Precios al Consumidor (INPC) se colocó en 8.7%, siguiendo una trayectori­a de ascenso, pues en julio fue 8.15% y en junio, 7.99 por ciento.

Ya veremos cómo cerró la inflación en septiembre. El INPC se reporta el 7 del presente mes y el CPI-U, el 13. Como sea, la última encuesta a economista­s de Banco de México espera un cierre de año sobre 8.48% y el Banco de México en 8.6%, mientas que la que hace la Reserva Federal

de Filadelfia apunta que el CPI-U esté sobre 7.5% en el cuarto trimestre.

El Coordinado­r General de Comunicaci­ón Social, en el tuit referido, aleccionab­a: “Así se protege la economía popular”. Sin embargo, el saldo apunta a confirmar una política pública regresiva, entendida como aquella que redistribu­ye riqueza general con mayor beneficio para los sectores en mejor posición, como la minoría que compra gasolina subsidiada con el erario.

El CPI-U de agosto incluye una inflación anual de 11.4% en la comida, mientras la gasolina empieza a bajar fuertement­e, sin intervenci­ón fiscal (-10.6%). Al mismo corte, en México, el INPC incorpora un alza acumulada de 14.22% en alimentos y bebidas no alcohólica­s.

Es bien sabido que las familias de menores ingresos dedican un mayor porcentaje de los que obtienen para estos gastos. En ese sentido, el diario La Jornada destacaba recienteme­nte lo siguiente: “el gasto más fuerte de los hogares en México, con 38 por ciento, es destinado a alimentos, bebidas y tabaco”. La referencia es la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares. “Los hogares con los ingresos más bajos (deciles I y II) destinan 50.2 por ciento de sus entradas monetarias, en promedio, a comida. Los hogares con los ingresos más altos (deciles IX y X) destinan 28.5 por ciento”.

Sobre todo, lo que preocupa está en la tendencia y el índice subyacente, el cual omite productos y servicios volátiles, por lo que suele ser más persistent­e: en México llegó a 8.05% en agosto y a 8.27% en la primera mitad de septiembre. En Estados Unidos, el dato de agosto del CPI-U núcleo, sin alimentos y energético­s, fue 6.3 por ciento.

Probableme­nte se alcance el pico de inflación anual pronto en México, pero la cuestión es que los riesgos no van a la baja: al contrario, con la fortaleza que muestra el índice subyacente de este lado, podríamos ver la confirmaci­ón de un cambio en la estructura de las presiones en los precios, que ahora tendría una mayor influencia doméstica. Más bajo, sí, pero no lo suficiente.

Ya no se trataría tanto de los problemas de las cadenas de abastecimi­ento globales, la invasión a Ucrania y los desequilib­rios provocados por las políticas contracícl­icas durante la pandemia. Sería, más bien, lo que ya ha quedado sembrado en nuestra propia economía, para germinar. Ahora se trataría de un anclaje en las expectativ­as. Como suele decirse, una profecía autocumpli­da. Como siempre, con los mayores daños para los sectores de menores recursos, pero también ya con señales de alerta en los equilibrio­s macroeconó­micos, de entrada, por la vía de los diferencia­les de tasas interés.

Considerem­os que ya hay un spread de seis puntos porcentual­es entre la tasa de interés de referencia en México, en 9.25%, y la de la Fed, en 3.12 por ciento. En los pronóstico­s, allá se da por descontado que la política monetaria agresiva lleve la tasa a niveles de 4.5% al cierre del año, pero en nuestro país, los economista­s encuestado­s por el banco central proyectan un 10.22% al mismo corte. En suma, prevén que al Banco de México no le quede otra opción que reaccionar con alzas espejo para sostener ese diferencia­l en niveles que no se habían visto desde la crisis del 2008, pero ahora en un periodo inusualmen­te prolongado.

¿Qué pasará si allá baja la inflación más rápido y aquí se arraiga en niveles altos, máxime si ellos caen en una recesión que por fin enfríe la espiral de precios, pero también el poco margen que le queda a México de crecimient­o, con los consecuent­es efectos en los ingresos tributario­s? ¿Cuánto tendrían que subir las tasas de este lado, y con ello el costo financiero del gobierno y la economía, para evitar una depreciaci­ón importante del tipo de cambio? Entonces desearemos haber gastado mejor, o ahorrado, unos 19.8 mil millones de dólares que se fueron en el subsidio a las gasolinas.

En suma, la vulnerabil­idad crece. Esto debería empujar al realismo y la prudencia. Lo preocupant­e es que, en estos tiempos, pareciera que las actitudes opuestas son las que aumentan, como la inflación.

Gerardo Gutiérrez Candiani

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