El Sol de Tulancingo

Mi pasión por la comunicaci­ón (V)

Aprendí pues, que tener un periódico escolar es muy importante, ya que motiva a los compañeros a sentirse parte activa del colegio, además de fomentar diversas prácticas necesarias para el ser humano como son el trabajo en equipo, la responsabi­lidad, la c

- Francisco Fonseca Fundador de Notimex Medalla Ricardo Flores Magón pacofonn@gmail.com

PPepe Díaz ero mensualmen­te La Voz que Ruge siguió saliendo. Había verdaderos amigos que sí se interesaba­n en la publicació­n: Gustavo Mora, Pepe Lomas, Adolfo Lati, Núñez, Fermín Espinosa, Javier Cevallos, Juan José del Villar, y otros que se me escapan. Otros compañeros de salón ofrecieron su ayuda, que mucho agradecí, pero sí hubiera sido una revoltura.

Siguieron publicándo­se las secciones de anécdotas, películas, cuentos, etc. Y los amigos del salón escribían principalm­ente sobre actividade­s deportivas. Allí en el colegio se jugaba futbol, voleibol, basketbol, frontón, y eventualme­nte béisbol.

Nuestro maestro de deportes Constancio Córdoba fue un destacado dirigente nacional de basketbol y nos tenía bien entrenados, y si nos portábamos mal, nos quitaba los zapatos tenis y nos hacía caminar sobre charcos de agua. No era muy agradable con alumnos que no podían cumplir al pie de la letra sus instruccio­nes; llegó a tener actitudes que nos llamaron la atención, algo grosero, digamos.

De todo ello hubo constancia en el periódico. Trabajamos bien con él, trabajamos fuerte. Y como dije antes, años después dirigió magistralm­ente a la selección nacional de basketbol.

El periodiqui­to interesó. Varios compañeros me entregaban sus textos, pequeños o discretos, o grandes y extensos. Alguien escribió que cuando salíamos a recreo, en el centro del patio había un gran árbol con una grande caja de madera llena de balones y pelotas; la mayoría tomaba las pelotas para jugar, pero a veces un grupo de malvados metía a mi amigo Adolfo Lati a la caja vacía; se sentaban encima, y no lo dejaban salir hasta finalizado el descanso. Al término, el pobre Adolfo levantaba la tapa y le caían encima todas las bolas y pelotas que regresaban a su lugar de resguardo.

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