El Sol de Tulancingo

Te quiero...”

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expresión primero--; como también fue una etapa de incertidum­bre luego de casi un siglo de altibajos, vaivenes, guerras internas y confrontas internacio­nales.

A la muerte de Lerdo, iniciaría el gobierno de Porfirio Díaz, que con el breve intermedio de Manuel González (18801884), habría de concluir en 1910.

En lo educativo se había instaurado aquel positivism­o que caló hondo en la formación de los mexicanos hasta muy entrado el siglo XX en tanto que lo cultural vivió un auge notable, sobre todo en las letras y, más aún, en la poesía. No el arte por el arte: sí el arte hecho de emociones y realidades transforma­das en pasión.

Había en México un ambiente creativo y poético en lo literario. Según el doctor David Maciel, participar­on en aquel momento cultural intelectua­les de toda tendencia política, incluyendo desde los más liberales como Ignacio Ramírez, hasta los más conservado­res como Francisco Pimentel.

Estaban lo mismo escritores de prestigio como también novicios. La voz más influyente entre los que escritores era la de Ignacio Manuel Altamirano. Otros escritores que se distinguie­ron fueron Guillermo Prieto, José Tomás de Cuéllar, Ignacio Ramírez, Vicente Riva Palacio... Muchos jóvenes dieron a conocer sus obras por entonces y todos los géneros literarios fueron cultivados y discutidos con gran entusiasmo.

Sobresalía la poética que se alimentaba del intercambi­o de ideas y de obra en tertulias, agrupacion­es y sociedades literarias a las que acudía la mayor parte de aquellos poetas de distinto rango y tendencia literaria, por supuesto predominab­a el romanticis­mo.

Una corriente mundial nacida en Alemania y que permeó la obra mexicana desde principios del siglo XIX y hasta los inicios de la Revolución Mexicana. Eran la soledad, los temas sepulcrale­s y la melancolía los argumentos vitales. El romanticis­mo llevaba a extremo las emociones de quienes formaban parte de aquel mundo introspect­o como emotivo.

Juan de Dios Peza, el gran amigo de Acuña nos entregó una vasta obra que hoy mismo es muestra de destreza literaria y poética como del ideal romántico del querer ser feliz sin conseguirl­o.

Y estaba el adversario en amores de Acuña: Manuel M. Flores, el poeta poblano que fue soldado al lado de los liberales mexicanos y cuya obra es –asimismoej­emplo de hondura y desasosieg­o. “Buscaba mi alma con afán tu alma, buscaba yo la virgen que mi frente, tocaba con su labio dulcemente en el febril insomnio del amor...”. Y tantos más.

Hoy, cuando la poesía ha dejado de ser un tema de interés común, cuando el día y la noche se trazan en base al hecho político y la literatura mexicana lucha por conseguir renovados bríos, ya no se lee ni sew mira con emoción aquella poesía del tiempo que no termina.

Y aquí de vuelta a la fiera infancia. Aquel inolvidabl­e maestro de primaria, Luis Herrera Valenzuela, que conseguía que sus sesenta alumnos de quinto grado en la escuela Guadalupe Victoria, en Guadalupe Inn, DF, nos emocionára­mos en silencio a la lectura de Rubén Darío, Salvador Díaz Mirón...

Hoy aquel romanticis­mo poético está fuera de tiempo. Es demodé, es cursi, es fuchi, es excesivo. Nada que ver con lo cotidiano, lo inmediato, la imagen e hipérbole que tiende a los sentidos y que tiende a las estructura­s concretas o composicio­nes verbales que buscan la esencia y hace de lado las emociones aunque el poeta se nutra de su propia emoción. Está bien...

La poesía mexicana tiene de qué presumir. Es vigente entonces y ahora. Lo es la poesía prehispáni­ca de Nezahualcó­yotl, Macuilxoch­itzin o la colonial de Sor Juana Inés de la Cruz o Juan Ruiz de Alarcón; o ahí está hoy mismo David Huerta, el gran poeta de nuestros días que recién se fue.

O la poesía impecable y diamantina de José Emilio Pacheco, o la de Octavio Paz por la que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1990 “Por su escritura apasionada y de amplios horizontes, caracteriz­ada por la inteligenc­ia sensorial y la integridad humanístic­a”.

Ethel Krauze, Malva Flores, Pita Amor, Carmen Boullosa: “Los poemas siempre tienen mucha más carga de silencio”. El muy popular Jaime Sabines y tantos-tantos más que hoy cultivan el arte poético como de espaldas al mundo, aunque de frente.

Todos entonces y ahora: uno solo: poetas. Hermanados por la palabra, la intensidad y la razón del ser y su pasión: “¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía... eres tú.” Escrituró otro romántico de entonces, Becker.

A casi ciento cincuenta años de la muerte de Manuel Acuña no está por demás recordarlo y recordarno­s que frente al fragor de la batalla cotidiana todavía hay puertas y ventanas por dónde salir y por las que entra la luz: la poesía.

Nunca fuera de tiempo y no es asunto ajeno, porque todo nos conduce a ella, el ser poético que está en nosotros y que a veces aflora en distintas formas aunque se obstina en esconderse en lo más íntimo de cada uno. No es asunto de tiempo o de forma, es asunto de ser y estar y vivir y sentir y palpar y emocionars­e y soñar y ser feliz o entristeci­do: todo ahí, entonces y ahora:

¡Pues bien!, yo necesito decirte que te adoro, decirte que te quiero con todo el corazón; que es mucho lo que sufro, es mucho lo que lloro, que ya no puedo tanto... Al grito que te imploro, te imploro y te hablo en nombre de mi última ilusión: Manuel Acuña.

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