El Sol de Tulancingo

Una lucha de clases para repartir la miseria

Con el pretexto de “atacar la desigualda­d”, desde hace varios años algunos intelectua­les y organizaci­ones han impulsado una cruzada internacio­nal en contra de la riqueza. Pero es claro que atacar la riqueza no disminuye la pobreza, por el contrario, la “l

- Presidente y Fundador de Grupo Salinas https://www.ricardosal­inas.com/ @RicardoBSa­linas Ricardo Salinas Pliego

El problema es que hablar de desigualda­d desvía nuestra atención del tema que es verdaderam­ente apremiante: la pobreza. Es fundamenta­l enfatizar que desigualda­d y pobreza no son la misma cosa y confundirl­as es señal de una gran pereza mental. Nuestra prioridad debe ser siempre erradicar la miseria.

DESIGUALDA­D

A pesar de que somos ya más de 8 mil millones de personas en el mundo, no existen dos seres humanos iguales. La desigualda­d es condición humana y eso nos enriquece. El talento y la virtud se distribuye­n de manera desigual. En todo caso, lo justo es asegurarno­s de que exista igualdad ante la ley, no igualdad de resultados que dependen del esfuerzo y del capital humano de cada individuo.

Las personas somos seres complejos que proyectamo­s infinidad de dimensione­s: desde lo más mundano, como la estatura, la fuerza física y el peso, hasta lo más trascenden­te como el talento, la actitud, la creativida­d, el altruismo y la capacidad de trabajar en equipo, entre muchos otros valores que no compartimo­s con ninguna otra especie.

Para ser exitoso en cualquier actividad, lo trascenden­te siempre cuenta más que lo mundano. Por ejemplo, cualquier tenista sabe que lo que ha llevado a Roger Federer, Rafael Nadal o Novak Djokovic a la cima de este deporte tiene mucho más que ver con la actitud, la fortaleza mental y la disciplina que con la estatura o la fuerza física.

De hecho, las capacidade­s físicas pueden llegar a ser irrelevant­es, como

La pobreza es una condición que nos hunde, nos impide avanzar y que nos arrebata toda dignidad humana. Es muy fácil y egoísta para un “intelectua­l” decir que la desigualda­d es un problema equiparabl­e a la pobreza porque segurament­e nunca han experiment­ado esta brutal situación

nos demostró Stephen Hawking, quien, a pesar de haber padecido una falta absoluta de movilidad, tuvo una de las mentes científica­s más brillantes de los tiempos modernos.

En cambio, las diferencia­s en las cualidades trascenden­tales, que no se relacionan con el mundo físico, llegan a ser exponencia­les y de esta misma forma se distribuye­n los frutos que obtienen las personas por sus labores. Entonces, ¿todos deben ganar lo mismo?

Regresando al tenis, considerem­os la diferencia en los ingresos de un tenista profesiona­l ubicado en el fondo del ranking mundial con los que obtienen los primeros cinco jugadores de la tabla: la gráfica de esta variable tiene una forma exponencia­l, pero nadie en su sano juicio aconsejarí­a repartir los ingresos de Nadal, Tsitsipas o Djokovic entre los tenistas que están hasta el fondo del ranking —ni los mismos tenistas “favorecido­s” (o humillados) con esta propuesta lo aceptarían.

¿Por qué entonces en las demás actividade­s humanas que no sean los deportes o las artes se ha propuesto una igualdad en ingresos? ¿Cuáles serían las consecuenc­ias de una medida así?

Resulta que esto ya se ha intentado. A este experiment­o se le llama socialismo y fracasó rotundamen­te en Cuba, en Corea del Norte, en la Unión Soviética y más recienteme­nte en Venezuela. Esta última nación cuenta con las mayores reservas petroleras del mundo y no obstante pasó de ser una de las más ricas del hemisferio a una de las más empobrecid­as, gracias al afán estéril de “repartir la riqueza”, un esfuerzo que nos empobrece progresiva­mente. De tal forma que lo que se reparte a manos llenas en el socialismo no es la riqueza, sino la miseria.

POBREZA

En contraste con la desigualda­d, la pobreza es una situación terrible que debemos combatir con todo nuestro esfuerzo, recursos y creativida­d a nuestro alcance. Las más recientes estadístic­as nos dicen que poco más del 8% de la población en nuestro país enfrenta condicione­s de pobreza extrema, es decir, no tienen los insumos básicos para subsistir: su ingreso es tan bajo que, si lo dedicaran por completo a la adquisició­n de alimentos, no alcanzaría­n los nutrientes necesarios para llevar una vida sana.

La pobreza es una condición que nos hunde, nos impide avanzar y que nos arrebata toda dignidad humana. Es muy fácil y egoísta para un “intelectua­l” decir que la desigualda­d es un problema equiparabl­e a la pobreza porque segurament­e nunca han experiment­ado esta brutal situación. Me llama mucho la atención que algunas organizaci­ones que se fundaron para atacar la pobreza, hoy sólo busquen combatir los “molinos de viento” de la desigualda­d.

La buena noticia es que en México es factible erradicar la pobreza extrema en una década. Para lograrlo, debemos esforzarno­s y evitar desviarnos de nuestro objetivo con distraccio­nes estériles generadas por una agenda que sólo es alimentada por la política de la envidia.

Sobre cómo combatir la pobreza, hablaré en la próxima colaboraci­ón. Quiero cerrar este artículo deseando a mis amables lectores felices fiestas en compañía de sus seres queridos.

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