El duro frío invernal
Se dice que hay un sólo paso entre el misterio y la sabiduría, y dentro de este reino de la incertidumbre todavía subsiste la pregunta: ¿por qué nos quejamos tanto del duro frío invernal? Pues porque siempre hemos sabido que México es un país tropical, y que gran parte del territorio está por debajo de la línea del Trópico de Cáncer. Y, además, sí ha habido cambios en el clima del país. Y, por si fuera poco, hemos transformado el grandísimo valle de México en una grandísima plancha de cemento. O ¿no?
Vemos, por ejemplo, a los comentaristas de noticias poner demasiado énfasis en las consecuencias nocivas para la salud que ocasiona el viento cortante y la temperatura –óigase bien – de un grado bajo cero. Con justa razón.
Y esto sucede en gran parte del territorio nacional. No obstante, tenemos extensas zonas del país que pasan varios meses debajo del grado cero de Celsius. Se nos recomienda por ello abrigarnos con guantes y bufandas y orejeras y gruesos suéteres. Los cubrebocas, en esta época de pandemia, son una gran ayuda para evitar respirar aire helado.
Cada año me percato que la segunda quincena de febrero es la más fría del invierno con la entrada de los frentes fríos del 40 al 45, provenientes del norte polar.
¿Qué pasa verdaderamente con el frío? ¿Será efecto apocalíptico del temido invernadero ambiental, o es que los glaciares han tomado la delantera por descuido y negligencia del género humano? Esto último es muy importante. Empecemos por el principio. El principio es la llamada Capa de Ozono. ¿Qué es esto?
Tenemos conciencia plena de que la llamada capa de ozono se encuentra dentro de la atmósfera terrestre y tiene la función de ser una capa protectora que justamente preserva la vida del planeta haciendo las veces de escudo contra los rayos del sol llamados UV o radiación ultravioleta, absorbiendo del 97 al 99 por ciento de ellos.
Esta capa, tan delgada como el grueso de una uña, fue vulnerada y rota por el ser humano en su inconsciente forma de producir gases de cloro, bromo y dióxido de carbono (clorofluorocarbono), que saturaron la atmósfera terrestre, subieron por ella, accedieron a la capa de ozono, y sí tenían los componentes necesarios para romperla.
Aquí es en donde, en la historia de los grandes ingenieros químicos mexicanos, interviene José Mario Molina Pasquel Henríquez (1943-2020) y destacado por ser uno de los descubridores de las causas del agujero de ozono antártico. Molina, junto con los científicos Paul J. Crutzen (1933-2021) neerlandés, y Frank Sherwood Rowland (1927-2012) estadounidense, trabajaron arduamente e investigaron este fenómeno atmosférico de dimensiones entonces desconocidas. Los tres recibieron honrosamente el Premio Nobel de Química en 1995 por su dilucidación de la amenaza a la capa de ozono.
El agujero en la capa de ozono de la Antártida creció y modificó gran parte de las expectativas climáticas que, por siglos, conoció la humanidad. Hoy tenemos días fríos y ventosos en invierno y en verano; las temporadas de lluvias no corresponden más al fenómeno siempre conocido.
Por cierto, que los mal llamados esquimales en Canadá, Alaska, Groenlandia y Siberia, están acostumbrados a vivir en la infinita soledad y en la hipnotizante blancura del mar congelado. Se dice que, durante el mes de mayo, cuando impera una temperatura cordial de sólo 35 grados centígrados bajo cero, los Inuies –esquimales canadienses- salen alegremente a fumar a la puerta de su casa disfrutando del sol y del buen tiempo.
Y pensar que no hay en todo el planeta un medio geográfico más duro que el que habitan los grupos humanos del casquete polar. En verdad, ellos han sobrevivido por siglos en un infierno gélido hiperbóreo, aguantando noches que duran meses, temperaturas imposibles y hambrunas atroces sin disponer de los recursos indispensables.
¿Qué pasa con el frío? ¿Será efecto apocalíptico del temido invernadero ambiental, o es que los glaciares han tomado la delantera por descuido y negligencia del género humano?