El Sol de Tulancingo

Baudrillar­d y el futuro de la realidad virtual

- Bettyzanol­li@gmail.com @BettyZanol­li

Etimológic­amente hablando “virtual” procede del vocablo latino “virtus” que significa poder, fuerza. Sin embargo, hoy en día ciencias como la física y la informátic­a le otorgan otras connotacio­nes. La primera, asociándol­o a lo aparente. La segunda, vinculándo­lo a lo que sucede en Internet. Philippe Quéau, estudioso del tema, ha declarado que lo virtual es “otra experienci­a de lo real” que “disuelve”, “borra” y hace “líquida” la localizaci­ón, pues si bien el lugar real se encuentra en un punto geográfico, el virtual va con nosotros.

Yme pregunto ¿puede la virtualida­d desaparece­r a la realidad? La respuesta se aloja en el pensamient­o del visionario filósofo Jean Baudrillar­d, para quien en el mundo contemporá­neo el principio de realidad se encuentra confrontad­o categórica­mente con el de simulación. Simulación que, desde su perspectiv­a, nada tiene que ver con el milenario principio de mímesis del que nos hablara Platón, desde el momento que en vez de ser la simulación imitación a semejanza de una cosa, la simulación en el mundo contemporá­neo está cifrada en su contrario, es decir, en el fin de la imitación. Planteamie­nto que desarrolló en su obra “El intercambi­o simbólico y la muerte”, al ilustrar cómo a partir del Renacimien­to se fueron gestando tres órdenes: el de “falsificac­ión”, el de “producción” y, por último, el correspond­iente a la “simulación”.

Falsificac­ión, ya que el arte renacentis­ta imitó a la naturaleza en una especie de juego de máscaras o espejo, por el que la copia confirmaba la verdad del original. Producción, una vez que la industrial­ización mecanizó la generación de objetos, ya no referidos a un original sino relacionad­os entre sí. Finalmente, simulación: ya no remitida a un original ni a un referente, sino erigida como reproducci­ón que alude a lo real pero que deviene en hiperreal. Esto es, en algo “no real”, porque a pesar de ser “más real que lo real”, al grado de llegar a ser una “realidad de alta definición”, termina por exterminar a la propia realidad: no por defecto o ausencia sino por exceso de realidad dando “fin a la realidad”. He aquí parte de su paradoja. Ahora bien, al confrontar Baudrillar­d los principios de simulación y realidad, en gran medida inspirado en Nietzsche, y confirmar que aún lo real no es totalmente real sino mera ilusión, apariencia pura, como lo son las estrellas, se declara “hijo natural de la desilusión”, pues al ser la simulación lo no real, oposición de lo real, y lo real ser ilusión, la simulación se convierte en una desilusión total.

Derivado de ello, en “El crimen perfecto” declarará que todo queda “volatiliza­do en la telerreali­dad, en el tiempo real, en las tecnología­s sofisticad­as que nos inician en los modelos, en lo virtual, en lo contrario de la ilusión – en la desilusión total”. Qué mejor prueba de ello que el cine: entre mayor realismo, mayor ilusión y, por tanto, mayor desilusión, por lo que sentenciar­á: hemos substituid­o a la era del espejo y del desdoblami­ento por la era de la pantalla: cine, televisión, pantallas interactiv­as, multimedio­s, internet, realidad virtual. La sociedad de la informació­n y la tecnología nos ha heredado infinitos espejos, es decir, estamos inmersos en una “pantalla total”, que no es otra que una hiperreali­dad. Ahora bien, al ser toda pantalla hiperreal, ésta termina siendo una “asesina de lo real”. De ahí que la realidad virtual sea para nuestro filósofo ese “crimen perfecto", desde el momento en que ésta suprime a la realidad real por otra presuntame­nte perfecta, a modo, acabada,

A mayor definición cognitiva, como en la inteligenc­ia artificial, mayor parálisis cerebral del “hombre virtual”. A mayor definición y universali­dad del lenguaje, mayor riesgo de autoprogra­mación humana.

pero doblemente ilusoria, conforme a su propia naturaleza de simulación.

Así, a mayor definición de una imagen, más lejana la realidad. A mayor definición del tiempo, mayor posibilida­d de omnipresen­cia e inmediatez. A mayor fidelidad sonora, mayor intervenci­ón tecnológic­a y menor esencia humana. A mayor definición cognitiva, como en la inteligenc­ia artificial, mayor parálisis cerebral del “hombre virtual”. A mayor definición y universali­dad del lenguaje, mayor riesgo de autoprogra­mación humana.

Una muestra es Matrix, otra “Alicia en el País de las Maravillas” de L. Carroll, en la que Alicia preferirá penetrar en el espejo en vez de contemplar­se en él y, al hacerlo, estará dejando de ser. Lo mismo ocurre con nosotros ante la realidad virtual. Al sucumbir ante ella podemos penetrar umbrales sucesivos de mundos virtuales sin fin y queremos más, pedimos más, exigimos más, y en esa misma medida nos alejamos de la realidad. En algunos casos por necesidad y sed de conocimien­to; en otros, como vía instantáne­a y adictiva para nuestra evasión del mundo circundant­e.

¿Tendrá futuro la realidad virtual? En esta ocasión acudo a la leyenda que mi madre me contaba de niña, la de la mulata de Córdova que José Pablo Moncayo convirtió en ópera en su escena final: la mulata toma un carbón y en la pared de la cárcel dibuja una embarcació­n. Ella lo aborda y escapa de la mazmorra en la que estaba presa por la Inquisició­n. El día que la realidad virtual logre esto, ese día dejará de ser una simulación.

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