¡Peligro tóxico! Los comentarios en las redes sociales
Pocas cosas en la vida son tan tóxicas como las palabras. En el mundo digital, donde es difícil asestar un golpe—aunque no imposible si te vacían las cuentas—las palabras son el arma de poder en las relaciones. Las redes sociales, hijas de la Web 2.0, favorecen la libre participación de las personas sin importar cuáles son, incluso si utilizan avatares o identidades robadas. Los comentarios en redes sociales burlan constantemente la censura.
Es cada vez más común usar palabras inventadas para referir a otras, e intercambiar símbolos para que los caracteres no sean reconocidos por los filtros. Así es posible referir temas prohibidos donde se incluyen las drogas, el sexo y diversos tipos de violencia. Los comentarios en redes sociales emplean juegos de palabras y emojis, imágenes y sonidos con la finalidad de evitar la censura que se ejerce para “mantener la paz en la red”.
El ambiente en los comentarios públicos de las redes tiende a ser tóxico, y por tóxico retomamos el convencionalismo post-Web 2.0 para indicar “violento, agresivo, intimidatorio, controlador” y similares. La mayoría de las publicaciones abiertas, es decir, donde cualquiera puede participar y que por lo general son creadas por influenciadores, empresas, comunicadores, líderes de opinión o personas del espectáculo; están plagadas de comentarios negativos donde la gente se insulta sin límites y cayendo en la irracionalidad. Los comentarios reflejan el trauma social.
En los comentarios se llevan a cabo verdaderas batallas y esto, si se quiere comparar con lo que ocurría en el mundo analógico, sí plantea al menos algunas novedades. En primer lugar, parece que las redes actúan como catalizadoras de violencia, pero también como termómetros de intolerancia donde el insulto demuestra incapacidad de negociación en la resolución de conflictos, tan característica de nuestras sociedades modernas. En segundo lugar, las redes han desatado monstruos internos pues no hay temor ante el escarnio público, cualquiera puede ser abiertamente agresivo sin mayores consecuencias, aprovechando el anonimato y la distancia.
El problema de estos espacios es que, si bien la participación y libertad de expresión es necesaria para una sociedad saludable, también lo son las normas básicas de convivencia social que, sobra decirlo, se han transformado en el ámbito digital, no parece existir la necesidad de introducir los modales que se crearon en el mundo analógico como resistencias a la violencia física. Tener espacios de diálogo controlado en el mundo analógico evita escalar al conflicto físico, pero al parecer esto rara vez preocupa en el digital, por lo que las pugnas van de lo irracional a lo acrítico, pasando por los prejuicios y las agresiones personales que la mayoría de las veces no vienen al caso.
Pero que el combate en palabras secas, crudas y dolorosas sea inocente es relativo. La tensión entre Estados Unidos y Corea del Norte hace unos años, llevada a cabo mediante Twitter es un ejemplo grande entre miles de pequeños. Los discursos de odio y los dogmatismos sí que tienen consecuencias en el mundo real, afectan la salud mental, las relaciones interpersonales y acrecientan el conflicto social. El racismo, la misoginia, la intolerancia a las minorías, todos estos males se transmiten en palabras y se llevan a las familias y a las calles. En pandemia, las agresiones en los comentarios de redes sociales a personas asiáticas y personal de salud migraron al mundo real y esto ocurre constantemente cuando llenamos los ambientes de palabras que dañan.
Tener opiniones diferentes es saludable y debatir racionalmente en torno a ellas es positivo y necesario para poder convivir; pero es preciso ser cuidadosos, pues debatir no es igual a insultar, acosar o intimidar. Si una “opinión” no tiene más propósito que hacer daño al otro, quizá deberíamos tomar un tiempo para reflexionar si vale la pena ejercerla.