Oportunidades perdidas: la Segunda Guerra Fría
Algunos analistas consideran que fue el 10 de febrero de 2007, hace casi 16 años, durante la Conferencia de Seguridad celebrada en Münich, cuando Vladimir Putin, ya en su segundo mandato presidencial, dejó claro su oposición y extrañamiento con respecto a
Aunque algunos asistentes respondieron al mandatario ruso que la incorporación de nuevos integrantes fue una decisión soberana y que en el fondo lo que se buscaba era afianzar las fronteras centro-orientales de Europa, Robert Michael Gates, quién fuera secretario de Defensa norteamericano de 2006 a 2011, admitió más tarde que “tratar de incorporar a Georgia y Ucrania a la OTAN fue una exageración...fue un caso de imprudencia al ignorar lo que los rusos consideraban sus propios intereses vitales”.
En resumidas cuentas, “la relación con Rusia había sido mal gestionada”. Incluso, un partidario de la neocontención como Zbigniew Brzezinski, llegó advertir que una propagación precipitada de la Alianza Atlántica hasta los confines rusos podría resultar a todas luces contraproducente: “La ampliación de la OTAN no debería dirigirse promoviendo histerismos antirrusos que con el tiempo podrían convertirse en predicciones que provocaran su propio cumplimiento”.
¿Pudo evitarse la invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022 de haberse conducido con mayor prudencia? Cuando el entonces ministro de Defensa alemán, Volker Rühe, declaró poco después de la implosión de la Unión Soviética, en marzo de 1993, que “nosotros no excluiremos a nuestros vecinos del Este de las estructuras euro-atlánticas de seguridad”, el antecesor de Putin, Boris Yeltsin, propuso que los antiguos integrantes del Pacto Varsovia adoptaran el modelo finlandés de neutralidad. Para calmar los ánimos del Kremlin, Les Aspin, secretario de Defensa durante la Administración Clinton, impulsó la Asociación para la Paz o APP, un instrumento de la OTAN para tender puentes con Europa centro-oriental y las antiguas repúblicas soviéticas.