El Sol de Tulancingo

Mensaje a los alumnos de Derecho de la UNAM

- Profesor Emérito de la UNAM Premio Universdad Nacional

Con motivo de la inauguraci­ón del último curso de actividade­s académicas y administra­tivas en la UNAM, el director de la Facultad de Derecho, Doctor Raúl Contreras Bustamante, nos sugirió que enviáramos a los alumnos un mensaje en el que resaltáram­os dos ideas, a saber, la de por qué elegimos estudiar Derecho y si la realidad actual correspond­e a nuestros ideales y propósitos. Y en consecuenc­ia un balance de ello.

En mi caso confluyero­n al respecto dos corrientes, la genética o personal, llamada vocación donde se abre una puerta hacia un camino marcado o inspirado en el pasado y que se vuelve presente bajo la influencia constante de un medio ambiente familiar y moral que no deja de latir como un corazón vital y existencia­l que distribuye su sangre.

Es la vocación que nos guía igual que la luz de una estrella (Stammler) en que prevalecen los valores que se respiran igual que el aire que nos conduce y lleva al compás de un destino superior. Es el pasado familiar convertido en presente intemporal, es la forma y manera de ser, el estilo existencia­l en el que hemos nacido. Es lo que me lleva en estas líneas a definir mi papel de alumno que fui, de profesioni­sta, de litigante que alterca y contiende y de profesor en el seno de la academia universita­ria.

Eso soy porque lo he sido y lo seré. En mi caso vengo de familias en que lo intelectua­l y lo literario hicieron del cultivo de la inteligenc­ia, del sentido y comprensió­n del mundo valorativo, la llave de oro para entrar en el Derecho visto y entendido éste como suma y síntesis de la que llamamos cultura y espiritual­idad que definen nuestra Raza que José Vasconcelo­s llamó Cósmica, y situarnos en el puesto que nos correspond­e en el Universo (Mas Sheeler).

Lo anterior genera alegría de vivir y en consecuenc­ia energía. Hay que vivir con energía y que ésta culmine en una vida donde la fortaleza moral y social sea una muralla infranquea­ble, sin límite alguno, y que nos separe de la nada, del vacío existencia­l que es el aburrimien­to cósmico, la anti vida y la muerte que pregonan los que se dicen existencia­listas y que buscan sin encontrar.

Felices son y somos los que entendemos y sentimos que el Derecho es y tiene un fin, un objetivo, un sentido, una función primordial que es hallarnos a nosotros mismos. Vernos es ver a todos y ver la totalidad es reconocer la unidad, la bondad del Derecho que Quintilian­o en sus Institucio­nes Oratorias definió como atributo del Vir Bonus Dicendi Peritus (Hombre Bueno Perito en el Arte de hablar).

No lo olviden queridos estudiante­s: El Derecho es verbo, palabra engalanada con la pulcritud del alma. No hay abogado sin idea convertida en palabra. Piero Calamandre­i en esa joya de la literatura jurídica, Intitulada el Elogio de los Jueces Escrito por un Abogado, ha escrito las siguientes memorables palabras: “Para encontrar la Justicia es necesario serle fiel, como todas las divinidade­s, se manifiesta solamente a quien cree en ella”.

Es que la Justicia se encuentra con fidelidad, con lealtad en que se expresa lo que verdaderam­ente existe por la fuerza de la propia creencia, volviéndos­e revelación. En este sentido la creencia crea y se manifiesta. Todo lo que existe, en rigor, primero ha sido creído, visto con absoluta evidencia a la luz de una creencia que Platón, Aristótele­s y Cicerón llamaron cósmica y por ende universal.

Ahora bien, lo justo no se aprende ni se estudia. Los alumnos deben aprender a sentirlo por haberlo primero pensado La función de la facultad es que este pensamient­o no se extravíe en las corrientes de la mera erudición engañosa, porque en este orden de ideas saber no es conocer. Hay que pensar lo justo con la emoción de sentirlo. Hay que sentir pensando y pensar sintiendo. Por eso en el exlibris de Calamandre­i una rosa pesa más que un libro (la mera letra o forma de la ley) en el platillo de la balanza, dándole al fiel su toque universal de equidad.

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