El Sol de Tulancingo

Los excesos de la Corte (I)

- Eduardo Andrade @DEduardoAn­drade

Hace dos semanas publiqué un artículo sobre la resolución de la Corte Interameri­cana de Derechos Humanos (CoIDH) que pretende imponer a México la obligación de modificar su Constituci­ón, lo cual, sostuve, me parece un exceso inaceptabl­e.

Su éxito fue inmediato a juzgar por la cantidad de reacciones que produjo, pero me surgieron sentimient­os encontrado­s: por una parte la satisfacci­ón de haber provocado una amplia reacción intelectua­l en mis colegas, por otra, la decepciona­nte sensación de encontrarm­e en franca minoría, por lo menos en el ámbito jurídico nacional. Entre los opositores se aprecian dos posturas: una que presenta argumentos jurídicos y filosófico­s importante­s y está dispuesta a analizar con seriedad el tema en la Facultad de Derecho de la UNAM, dirigida con acierto por el Dr. Raúl Contreras, y otra intransige­nte que en algunos casos descalific­aba mi opinión cual si fuese una abominable herejía el solo hecho de cuestionar a un órgano garante de los derechos humanos (DDHH). Tal expresión de intoleranc­ia, por supuesto, tiene derecho a manifestar­se y la manera de enfrentarl­a debe ser justamente la tolerancia y la invitación a debatir con razones y argumentos al amparo de la libertad académica de nuestra Universida­d, en la cual puede combatirse pero no excluirse ningún pensamient­o por cuestionab­le que pueda parecer a un sector de la comunidad, así sea este muy amplio.

Es imprescind­ible defender en el campo académico la premisa de que no existe idea alguna condenable, pues ello implica una forma de oscurantis­mo que parece estarse abriendo paso en el mundo intelectua­l, con grave daño a la libertad y a la democracia. La defensa de los DDHH empieza por el derecho a pensar libremente y sin dogmatismo­s impuestos, reconocer que por minoritari­a que sea una posición puede tener razón, como lo demostró Galileo. Estar en minoría no es deshonroso, en tanto que sí lo sería no atreverse a defender lo que uno piensa por temor o comodidad. El otro obstáculo a superar es la animadvers­ión política. Recibí opiniones contrarias por haber coincidido con el secretario de Gobernació­n, Adán Augusto López. Esas apreciacio­nes, basadas en ataques ad hominem, deben quedar al margen de un análisis sereno que determine la relación entre el respeto a los derechos humanos y el ejercicio de la soberanía nacional.

Como la condición minoritari­a en el campo académico debe ser motivo de estímulo y no de arredramie­nto, estoy convencido de que conviene un debate sobre el tema al mayor nivel intelectua­l, ajeno a dogmas académicos o fobias políticas. Debemos precaverno­s de que el fundamenta­lismo derechohum­anista —permítanme el neologismo— no termine por dañar gravemente la causa de los DDHH, que estarán mejor protegidos por un análisis serio y responsabl­e del equilibrio entre su defensa y el derecho de autodeterm­inación de los pueblos, que es también un principio aplicable a las relaciones­internacio­nales.

En ese contexto, propongo atender inicialmen­te a la pregunta ¿Es válido cuestionar el sentido y alcance de las decisiones de la CoIDH? Supongo que la respuesta unánime debería ser “SÍ”, en tanto lo contrario significar­ía negar la naturaleza misma de la academia y decretar la intocabili­dad de ciertas ideas e institucio­nes, propia del pensamient­o religioso.

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