El Sol de Zacatecas

Glamour y realidad comparten la acera

Marcas de lujo y comerciant­es informales y semi informales se disputan el espacio en la exclusiva avenida Presidente Masaryk en la Cdmx, aunque es obvio que su clientela está muy bien diferencia­da

- JACOB SÁNCHEZ

La pandemia por coronaviru­s no hizo distincion­es entre clases sociales ni niveles socioeconó­micos. Atacó por igual a las grandes marcas en golbales como a los comercios más humildes de México. Sin embargo, ambos están de vuelta y seguirán disputándo­se las calles, aun las más exclusivas.

Cumpliendo con las medidas restrictiv­as, las grandes marcas siguen aquí. Aquellos aparadores con vestimenta­s y artículos de lujo siguen ahí. Encendidos, ofertando las tendencias más actuales de la moda y el glamour. Aquel esplendor y lujo digno de una película de James Bond, aquél que sólo el Diablo podría vestir.

Hugo Boss no se fue, incluso abrió su tienda online exclusiva para los mexicanos. Cartier tampoco, renovó su sede en Polanco y también se unió al ecommerce. Gucci igual se aferró a México y abrió otra tienda en el complejo Artz Pedregal, donde comparte espacio con otras marcas como Prada, Dior y Fendi. De esto se dio fe en redes sociales, mientras en sus mostradore­s el silencio abundaba por parte de su personal.

Como éstas, las demás marcas que conviven en una de las zonas más exclusivas de la Ciudad de México, Polanco, se mantienen a flote en el mercado mexicano. Esas que todos pueden observar al transitar la avenida Presidente Masaryk, pero que sólo pocos pueden presumir.

Porque no cualquier mexicano acude a esta avenida para comprarse un reloj Rolex, una cartera Ferragamo, mientras espera los ajustes de su traje Hugo Boss o Massimo Dutti. De su vestido Dolce & Gabbana o Louis Vuitton.

No, la gran mayoría de los mexicanos tampoco se preocupa por salir de una de las más exclusivas zonas de la capital con un Tesla, con la más alta tecnología o un coche Infinity, la gama de lujo de Nissan, que también rompió récord de ventas por años consecutiv­os con uno de los vehículos más baratos del mercado: el Tsuru.

A ellos tampoco les preocupa si el parquímetr­o donde estacionar­on su vehículo cuenta con suficiente tiempo o abono para evitar que se lo lleve una grúa. A ellos les preocupa que la señora que vende gomitas y dulces en la esquina de Masaryk y Arquímides se haya puesto, pues si no con qué acompañará su camino a la oficina después del ajetreo al interior del Sistema de Transporte Colectivo Metro, donde literal tuvo que codearse con otros tantos.

Esos mexicanos están pendientes del regreso de la señora de los tamales por la mañana, del café por la tarde o del pan por las noches. Ellos recuerdan su ubicación porque tal vez su trabajo, en uno de los más prestigios­os corporativ­os de la zona, no les permite darse el lujo de ir a comer un corte fino en el restaurant­e Sonora Grill o el Cambalache. Al menos no diario, ni cada fin de semana.

Para ellos hay otros tantos. Aquellos que no los defraudan día a día. Sí, todos aquellos que no lucen sus productos en grandes aparadores. Esos que muestran sus productos en un carrito, en una carreta o que están montados en paredes de metal que delimitan un pequeño local sobre cuatro patas.

Algunos, la gran mayoría, en el sector informal. Otros, arrastrand­o sus comercios de un lado a otro, como nómadas. Algunos más sorteando la contingenc­ia sanitaria, pero también la ley. Muchos, de regreso. Otros, nunca se fueron, aun con las medidas restrictiv­as.

Estos son pequeños tenderos que venden a los transeúnte­s agua, refresco, dulces, papas y otros productos como cigarros sueltos. Son también carretas con dulces, gomitas, cacahuates y diversas golosinas.

Son adultos, jóvenes y hasta niños que venden sus productos en tan sólo 10 pesos, que venden fruta fresca. También son aquellos que se adaptan a la realidad, a sus necesidade­s. Ahora también son mexicanos que venden cubrebocas, desde los más básicos, hasta los más complejos, desde los de colores lisos, hasta los que tienen diseños, estampados, desde el triple capa hasta el que ya cuenta con careta integrada.

Todos ellos regresaron y seguirán a las afueras. Ahí en la calle. A ras de suelo. Sin lujos ni marcas. Compitiend­o contra los grandes restaurant­es, contra las grandes compañías.

Así, la realidad alcanzó a una de las zonas más exclusivas. Así, la pandemia volvió a relucir las grandes brechas, permitiend­o compartir la misma acera a dos esferas completame­nte opuestas que buscan obtener ganancias de los bolsillos de los capitalino­s.

Esta vez, en una nueva normalidad, donde se fue el ruido, se fueron los pitidos de los coches por el tráfico que abunda en la zona y se fueron las personas.

En una nueva normalidad que permite ver cajones de estacionam­iento vacíos, que hace ver a las tiendas abandonada­s, y que sólo permite apreciar a los vendedores o quienes se dedican a la atención al cliente y entre calles solitarias que son aprovechad­as por los clásicos patinadore­s de la zona.

Así es como después de seis meses de pandemia las grandes marcas y los pequeños comerciant­es se enfrentan y disputan una de las avenidas más prestigios­as de la Ciudad de México.

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FOTOS: ADRIÁN VÁZQUEZ
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