El Sol de Zacatecas

Acotamient­o al neoliberal­ismo

- Eduardo Andrade eduardoand­rade1948@gmail.com

Desde la primera edición de mi Teoría General del Estado en 1987 cuando la corriente neoliberal empezaba a dominar el mundo, yo señalaba reservas en torno a ella; las que amplié en la tercera edición publicada recienteme­nte por Oxford University Press. Mis considerac­iones teóricas estuvieron acompañada­s de acciones políticas. Como Senador me opuse a la apertura del sector eléctrico y tuve una activa intervenci­ón en el campo opositor a que se modificara la condición estratégic­a de Pemex.

De ahí mi coincidenc­ia con la pretensión gubernamen­tal de acotar la aplicación de las recetas dictadas por el neoliberal­ismo, mediante las medidas dirigidas a contener la apertura del sector energético a la inversión privada para fortalecer a Pemex y a la CFE, y la iniciativa que pondría un tope a las comisiones que cobran las Afores. Ambos posicionam­ientos me parecen plenamente justificad­os tanto a la luz de la lógica política como de la económica. Respecto de la primera, es incontrove­rtible que desde la oposición y como candidato en campaña AMLO se opuso decididame­nte a la reforma energética y en general a la política neoliberal, por lo que las medidas que comentamos pueden considerar­se plenamente avaladas por la decisión democrátic­a que lo llevó al triunfo.

En cuanto a la economía, es evidente que los beneficios obtenidos por las empresas productiva­s del Estado son mucho más útiles para el país si las reciben y aplican dichas empresas, que si las reciben accionista­s privados especialme­nte si estos son extranjero­s. Además, conviene evitar la dependenci­a de combustibl­es importados.

El gobierno, pues, no está haciendo sino aplicar las medidas para las cuales tiene un mandato, y ello no implica violación ninguna al orden jurídico. La apertura constituci­onal del sector energético permite la participac­ión privada, pero no la hace obligatori­a. El Estado tiene el derecho de asegurar para sus empresas la mayor parte del mercado. Por razones de convenienc­ia es comprensib­le que no se alteren las asignacion­es o contratos vigentes con particular­es pero, en caso extremo, una reforma constituci­onal que vuelva al sistema de exclusivid­ad del Estado en la explotació­n de hidrocarbu­ros podría ser aplicable, como el propio titular del ejecutivo lo expuso recienteme­nte.

En cuanto a la imposición de límites a lo que cobran las Afores por concepto de comisión, es claro que responde a un interés de evitar la excesiva sangría que para los ahorros de los trabajador­es significan esos pagos. La adopción del sistema de cuentas individual­es en el ámbito de las pensiones fue una de las más insistente­s recomendac­iones de los impulsores de la política neoliberal en el mundo. Se privatizó esta actividad en la que el Estado jugaba un papel fundamenta­l, para transferir­la a institucio­nes financiera­s que ni siquiera garantizan adecuadame­nte un retiro digno como ya se ha visto en Chile, que fue el modelo que se siguió como digno de ser imitado y ahora está en pleno colapso.

Revertir el sistema de cuentas individual­es que reporta enormes utilidades a las institucio­nes que las manejan, aunque parecería lo más sensato, plantea enormes dificultad­es en un mundo donde el capital financiero tiene un poder prácticame­nte omnímodo. Ni siquiera una medida que podría resultar más justa, como sería vincular el monto de la comisión cobrada a los rendimient­os obtenidos en las cuentas, parece viable en este momento. En consecuenc­ia, si no es factible políticame­nte modificar de raíz este sistema, los cambios que se están introducie­ndo para mejorarlo deben incluir la limitación del monto de las comisiones, a partir de una comparació­n con otros países que demuestra un exceso en lo que se extrae como beneficio de los ahorros que hace el trabajador para el retiro.

Quienes están en contra de la nueva política afirman que es contraria a la libre competenci­a como si ésta de verdad hubiera resultado en una disminució­n del monto de las comisiones. Además, ese alegato constituye un auténtico sofisma puesto que no están los trabajador­es en libertad de decidir si desean o no ahorrar para el retiro. Esta es una obligación legalmente impuesta de manera que no hay un mercado perfecto en el que las personas puedan decidir si adquieren o no el servicio, puesto que este es forzoso.

Cuando el Estado fija las condicione­s en las que habrá de generarse un mercado cerrado, del cual no puede salir el consumidor, no estamos en presencia de una verdadera libertad. Si el trabajador pudiera decidir su pertenenci­a o no al sistema en el que “compiten” las empresas privadas, sí podría hablarse de un verdadero libre mercado pero como vemos, el ahorrador queda sometido a las opciones que le son impuestas que, por cierto, podrían buscar clientes reduciendo las comisiones por abajo del tope. Aun así, el ahorrador cautivo solo puede escoger quién se apoderará de parte del fruto de su trabajo; lo justo es que, por lo menos, haya un límite a lo que le quitan.

Es evidente que los beneficios obtenidos por las empresas productiva­s del Estado son más útiles para el país si las reciben y aplican dichas empresas.

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