El Sol de Zacatecas

De las casas y los indígenas

- Profesor Emérito de la UNAM @Raulcarran­ca www.facebook.com/despacho.raulcarran­ca Raúl Carrancá y Rivas

En los años de 1550 y 1551 se llevó a cabo en el Colegio de San Gregorio de Valladolid la famosa Junta, derivada en polémica, en que participar­on fray Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda. En efecto, se trató de la llamada “polémica de los naturales” en que sostuvo el primero los derechos de los indígenas y el segundo el derecho al dominio de los españoles sobre los naturales a quienes concebía en calidad de inferiores.

Por cierto, allí salieron a relucir los argumentos del gran salmantino Francisco de Vitoria promotor de los derechos del hombre. Pero lo relevante es cómo de las Casas se destacó al grado de figura inmarcesib­le en el panorama de la llamada Conquista. Fue el representa­nte de toda una corriente humanístic­a que puso las primeras raíces de lo que es México. No era posible, desde luego, que la Conquista estuviera exenta de graves errores que no lograron, a mi juicio, descalific­ar su más elevado sentido. España, que resumía en su hazaña todas las caracterís­ticas del Renacimien­to europeo, no podía evitar, como ningún país del viejo continente que hubiera llegado a estas tierras en lugar de ella, que junto al espíritu renacentis­ta predominar­a en determinad­os momentos el fulgor y el fuego de la espada más destructor­a que constructo­ra.

Por eso se resume admirablem­ente ese drama en la siguiente frase: la Conquista fue una espada con una cruz en la empuñadura. Y no podríamos negar, pues sería injusto e incluso inútil, que esa cruz, remontando dogmas religiosos y prejuicios teológicos más o menos envueltos en la túnica pagana de Aristótele­s, derribara fanatismos y abriera las puertas para que a través de ellas el México precolombi­no fuera respirando el aire, que entraba a torrentes, de la que hoy es nuestra identidad mestiza y nacional. En una palabra, de nuestra cultura.

Ahora bien, no es válido a mi entender ignorar esa gesta de la que nos guste o no venimos como mexicanos. Hoy menos que nunca pues en las horas difíciles que nos ha tocado vivir, la cultura y la política deben, en su función primordial de pilares de la cohesión nacional, afianzar el sentimient­o de nacionalid­ad y de mexicanida­d. Hay que dejar de lado rencillas mentales, rencores mal habidos y aversiones sin sólido sustento, para dar a paso a un reconocimi­ento de los lentos pasos de la historia que van consolidan­do, bajo el impulso de sus propias leyes, lo que conforma el destino de pueblos, naciones y hombres. Clío, decía Caros Pereyra, mide y pesa en su balanza las corrientes de la vida social para formar y equilibrar una sólida masa con la que edificamos nuestra realidad. Por lo tanto cada generación tiene sus reglas y sus hombres, sus personajes, que no pueden retroceder en la gigantesca rueda de Clío, ni tampoco supuestame­nte avanzar. Cada generación es responsabl­e de su andar, por lo que en este sentido pedirle cuentas al pasado es o sería tan absurdo como pedírselas al futuro. Lo que heredamos del ayer, eso sí, es la vocación cultural. En tal virtud debemos irnos identifica­ndo con nosotros mismos y no renegar de lo ya sucedido. El que pide cuentas de lo que sucedió, en realidad se las está pidiendo a sí mismo. México reclama, requiere, en estas largas horas de pandemia un mirarnos en el espejo y no contrariar­nos con nuestro propio rostro; porque mirándonos así, miraremos con concordia humana a los demás. Un paso enorme ante la nueva era que se avecina, y que en rigor está llegando, es saber lo que uno es y no lo que pudo haber sido en otras situacione­s hipotética­s. No hay nación sin noción de lo que es México.

En tal virtud debemos irnos identifica­ndo con nosotros mismos y no renegar de lo ya sucedido. El que pide cuentas de lo que sucedió, en realidad se las está

pidiendo a sí mismo.

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