El Sol de Zacatecas

El documental

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derriba los mitos acerca de la banda española

Lo dijeron cien veces: no queremos poner a bailar a nadie. Los Héroes del Silencio sólo querían ser escuchados. España por entonces, era una caldera de frenesí juvenil. Los grupos de la Movida Madrileña tenían enloquecid­os a los adolescent­es que se querían sacudir las sobras conservado­ras del franquismo.

Pero aquella España visceral no fue asimilada por todos de la misma manera. No es que Héroes no viviera su propia furia. Simplement­e no querían bailarla. Ni tundirla en un slam. Lo que los Héroes buscaban era algo atípico en la mayoría de las bandas adolescent­es: pensar.

Eso y más se puede encontrar en el documental Héroes: silencio & rock and roll, que ha sido todo un éxito en Netflix, que, además, derriba algunos mitos alrededor de la primera banda de rock iberoameri­cano que puso a gritar a media Europa, en un tiempo donde cantar en español no era sinónimo de glamur ni de candela.

Quizás hoy el español sea la lengua más cantada o bailada del mundo. La consultora Nielsen Music cataloga al reguetón desde hace al menos cinco años, como el género más escuchado a nivel global. Pero hace tres décadas la situación era distinta.

"A Héroes del Silencio les toca surgir en un momento clave que no tuvo ninguna otra banda, al menos en el firmamento iberoameri­cano", dice en entrevista David Cortés, crítico musical que tuvo la oportunida­d de platicar con la banda zaragozana la primera vez que vinieron a México, en 1992.

"Era un grupo que despedía mucho magnetismo. Muy pocos lograron esa presencia escénica. Sin embargo, la soberbia y la arrogancia de su vocalista, Enrique Bunbury, provocó que mucha gente los viera con desprecio", sostiene el autor del libro El otro rock mexicano.

El documental de Alexis Morante tampoco niega esa versión: que los Héroes eran un cúmulo de egos insoportab­les. Y recapitula —con videos tomados por Juan Valdivia, guitarrist­a de la banda— el momento en que Héroes despega sin control. Fue en 1990, cuando lanzaron su segundo álbum, Senderos de traición, que los hizo girar por el mundo y vender millones de copias en países como Italia y Alemania. Dos años antes, la prensa española los llamó ‘Los Héroes del Aburrimien­to’. Desde inicios de los noventa emprendier­on giras monstruosa­s por Latinoamér­ica. Y fue en México donde ingresó otro integrante: Alan Boguslavsk­y, que inyectó sangre nueva a la banda pero no fue suficiente. Tantas horas juntos acabaron por sumirlos en silencios confusos. Eso, aunado a los excesos y a la trágica muerte de Martin Druille, su road manager, marcó la decadencia del grupo. Su último álbum, Avalancha (1995), fue una estampida de dinero. Todo lo que tocaban se volvía oro. Pero dentro de esa alquimia se escondía la maldición del silencio que sólo fue interrumpi­do por Bunbury poniendo un papel con cláusulas sobre la mesa: "El rumbo de Héroes es éste, firme quien esté de acuerdo".

Nadie firmó.

Hoy, Héroes del Silencio no existe. Bunbury sigue en lo suyo. Joaquín Cardiel, el bajista, quiere regresar, pero nadie le hace caso. Pedro Andreu vive en el anonimato; no se enteró del final del grupo porque lo estaban operando del corazón. Y Juan Valdivia ya no puede tocar: la distonía focal lo tiene sumido en el silencio.

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