El Sol de Zacatecas

A este paso...

- Catalina Noriega catalinanq@hotmail.com @catalinanq

Van a quedar pocos candidatos locales. Los matan como a mosquitos y, sabido de sobra, los homicidios quedan en la impunidad. Da lo mismo que se trate de una figura conocida, que quienes accedieron por chiripazo. Incluso, más de uno llega a sustituir a quien se quedó a medio camino.

En marzo, Rosa Icela Rodríguez, Secretaria de Seguridad Federal, declaraba que se habían asesinado a 70 políticos, aunque en otras informacio­nes se hablaba de más de 90. Sin distinción de género, partido o edad, los infelices suspirante­s se encuentran con San Pedro, ejecutados por sicarios que, con la caracterís­tica eficiencia de estos malditos, les vacían cartuchos completos.

Guerrero se lleva la "gloria" de ocupar el primer lugar, en el número de lápidas. Suena inconcebib­le, que alguien se atreva a presentars­e para un cargo, habida cuenta de que no va a contar con la mínima protección oficial. En el momento en el que acepta, de acuerdo con lo que afirman, empiezan las amenazas. Del dicho al hecho, como se comprueba, hay un "corto" trecho.

Hay que tener los pantalones y las enaguas bien puestas, para contender en estas elecciones que se presumen las más sangrienta­s de décadas. Y aún faltan más de 20 días.

Hay expertos que atribuyen la violencia a las intencione­s del narco por controlar alcaldías, en las que puedan actuar con absoluta impunidad. Además obtienen beneficios extra, como la informació­n de operativos y el estar a sus anchas.

A los candidatos les exigen pactar. En ocasiones, a pesar de que acepten, los matan; quienes no se salvan son los que rechazan un acuerdo con los malandrine­s.

Abel Murrieta era un tipo plantado, de larga trayectori­a, reconocido a nivel estatal y de buena fama y prestigio –cosa rara en quien había sido Procurador de Sonora y trascendió sexenio y partido del gobernante en turno, por méritos propios-. Era el abogado de la familia Le Barón, la que perdió a tantos miembros en el ataque en Bavispe, frontera de la entidad con Chihuahua.

Gracias a las gestiones de Murrieta se logró encarcelar a un par de los sátrapas que atacaron a mujeres y niños, en una de las matanzas más crueles y despiadada­s de que se tenga memoria.

Buscaba ser Alcalde de Cajeme, enclave al que aspiraba a devolver la paz perdida. Aunque suene poco en el ámbito de la insegurida­d nacional, en Sonora se han incrementa­do los delitos y, cantinela que llevamos años escuchando, se debe a una batalla entre cárteles de la droga.

Lo mataron de manera miserable, a la plena luz del sol, mientras entregaba propaganda en la calle. Se presentaba por el partido Convergenc­ia Social y su líder, Dante Delgado, sin pelos en la lengua, responsabi­lizó y culpó a AMLO de su muerte.

¿En base a qué? En la negligenci­a, falta de estrategia­s, de voluntad para combatir al crimen organizado, imparable en su brutal violencia. Lo dijo el exembajado­r de Estados Unidos, Christofer Landau: Los maldosos se han apoderado de un 40 por ciento del territorio mexicano.

El tabasqueño dejó libre a Ovidio Guzmán, cuando el Culiacanaz­o; fue a saludar a la "mami" del Chapo Guzmán, como si se tratara de una vieja amiga. Discursea estupidece­s como la de aconsejarl­es a los bandidos que se porten bien y abrazos y no balazos. La república está convertida en un camposanto y el único que no se entera es quien debería tener como prioridad, la paz social. Su venenosa lengua mañanera, divide y convoca a mayor violencia. Elecciones del miedo.

Abel Murrieta era un tipo plantado, de larga trayectori­a, reconocido a nivel estatal y de buena fama y prestigio –cosa rara en quien había sido Procurador de Sonora y trascendió sexenio y partido del gobernante en turno, por méritos propios-. Era el abogado de la familia Le Barón, la que perdió a tantos miembros en el ataque en Bavispe, frontera de la entidad con Chihuahua.

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