El Estado Moderno con manzanitas
Nos encontramos hacia finales del siglo XV en Europa. Está terminando esa obscura etapa en la historia de la humanidad conocida como la Edad Media, donde el atraso, la cerrazón, la ignorancia y el temor a irse al infierno si se ofende el orden existente son el pan de todos los días, recetados desde los púlpitos eclesiásticos. El continente está prácticamente atomizado en cientos de feudos y reinos. La epidemia de la peste, que redujo en un buen porcentaje a la población europea, fue el detonante de una nueva apertura y renacimiento del comercio. Una nueva clase social empieza a participar de gran parte de la riqueza que se genera y se produce: los comerciantes – burgueses, que detonaron una revolución para subir el peldaño que les falta para detentar el poder del Estado, derrocando a reyes cuya legitimidad se sustenta en la idea de que Dios los puso donde están. Era voluntad celestial el que los reyes gobiernen para todos así como el orden existente, según la obsoleta ideología que predominaba en este momento, por lo que habrá que cambiar ese conjunto de símbolos y creencias por otras para dar legitimidad al nuevo estamento que tomará y ejercerá el poder, entonces, desde ahora, el pueblo, la voluntad de las mayorías, será el cimiento de ese nuevo orden de cosas que se conoce como Estado Moderno.
Para todo esto se requiere una nueva filosofía político – jurídica que explique el nuevo entramado del ejercicio del poder: y aquí aparecen Montesquieu, Rosseau, Voltaire y John Locke, con sus ideas del estado de Derecho, división de poderes, los derechos constitucionales y el laicismo de las instituciones gubernamentales.
En esta arquitectura gubernamental, la división de poderes se ideó para establecer un sistema de pesos y contrapesos gubernamentales que permitieran la vigencia plena del Estado de Derecho, donde se respetaran por parte de quienes detentan el poder, los derechos más sagrados del individuo de toda persona, entendiéndose el establecimiento de un esquema donde el ser humano fuera el centro y beneficiario final, asignándose al poder judicial como garante final del respeto de los derechos humanos reconocidos por el Estado.
México, desde su nacimiento como estado independiente, ha tratado de emular y establecer en sus Constituciones y Leyes estos principios generales y fundamentales que sustentan el Estado Moderno.
Toda esta perorata para reiterar que no hemos superado, ni de chiste, y en términos de lo manifestado por el suscrito en la colaboración próximo pasada, la última puntada del Ministro Presidente de la Suprema Corte de la Nación, cuando en una declaración pública dijo: “Si ser populista es defender a los pobres, sí, soy populista”.
Seguramente la historia lo va a condenar. Al tiempo.