Evaristo Velasco
En muchos de los ciudadanos del mundo (85%), persiste durante toda la vida el sentimiento de culpabilidad, como una perversa sujeción a paradigmas que nos ahorcan y que no nos dejan respirar. Nos aprisionan el espíritu y nos impiden tomar determinaciones, o sentirnos muy mal si hemos tomado alguna que contravenga los principios que se nos impusieron desde la niñez o durante nuestra etapa de formación de la personalidad.
Paradigmas que nos mantienen (muchas veces en contra de nuestra voluntad), castrados mentalmente; sintiendo que algunas cosas no nos será dado o se nos criticará acremente si las hacemos; tal es el caso de sentirnos inferiores o impedidos para realizar tal o cual acción, porque en algún momento de nuestra existencia se nos dijo que nosotros no podíamos o no debíamos hacer algo; que éramos muy torpes para realizar alguna labor; que nuestra persona no era grata o que simplemente éramos rechazados. Así que cuando se nos presentó o se nos presente alguna oportunidad de cumplir con alguno de nuestros anhelos o sueños, nos achicamos creyendo que estaremos cometiendo algo ilícito y “cometeremos pecado”, por lo que nosotros mismos nos descalificamos, fortaleciendo nuestra frustración. Aquí es imperativo que los padres, los profesores y los adultos en general, no limitemos a los menores con nuestras frustraciones personales. O tenemos mucho miedo “al qué dirán”; pensando que la sociedad estará en contra de nuestras acciones, porque “nosotros no tenemos derecho (¿?)” de hacer ese algo que deseamos y que sentimos como un reclamo en lo profundo de nuestro ser. La verdad es que sólo yo tendré que rendir cuenta de mis actos ante el Gran Arquitecto del Universo; nadie lo hará por mí y yo no lo haré por nadie más que por mí. Esa culpabilidad enfermiza, que nos hostiga, que nos ataca y que asecha siempre en nuestro fuero interno; ese sentimiento de creer que no tengo derecho a esto o a aquello, me lastima y me empequeñece. El espíritu humano sólo podrá estar limitado por lo que dicte nuestra consciencia; ese regulador natural de que nos dotó el Hacedor Universal, que nos indica lo que está bien y lo que está mal. De igual modo habremos de considerar si lo que deseamos hacer contraviene a las buenas costumbres o sólo es la fijación de lo que se nos dijo en el pasado. Por ello, antes de decir que no podemos, que no debemos, que algo nos impide hacer lo que deseamos, primero pasémoslo al tamiz de nuestra consciencia y de la satisfacción personal. Discurramos con nosotros mismos y decidamos lo que sintamos que es lo mejor, de tal manera que hagamos ¡Que viva México!