El eufemismo del circo
1.- Antitética por completo de las políticas y leyes de constreñimiento y austeridad espartana que él practica, pregona y promulga en ley suprema aún sin estar facultado para ello, es la dilapidación de tiempo y el derroche de diatribas en que incurre, en que lo emulan y superan sus legisladores y sus equipos de expertos, a partir de los mercadólogos que operan toda la maquinaria de propaganda del caudillo del Sur.
Del despilfarro en dinero se vendrá dando cuenta el amado pueblo que, según él mismo, ya está sintiendo el cambio en sus bolsillos. Cómo no, si se cierne vertiginoso el día que la pérdida de empleos y la draconiana baja de sueldos de los que lo conserven se van a sentir más claras que nunca.
2.- En el extraviado mar de la confusión en que coloca a los opinadores, ya no por la ubicación del aeropuerto, la conclusión de la obra de infraestructura más importante y pivote de prosperidad del último siglo, o la habilitación de dos amarraderos de mulas en la base de Santa Lucía –cuestión que para él nunca ha presentado la menor disyuntiva-, sino por la caracola de consulta en la que el pueblo endosará su deseo; y ayudados por la incontinencia torbellínica de sus proverbios se pierde, como el soberano lo tiene planeado, la discusión sobre asuntos de mayor trascendencia que su consulta, como el ventilador financiero de sus ukases.
3.- El inventor de patrias no se rebaja a consideraciones terrenas, pero sus asesores tienen la obligación de ponderar la sensibilidad de los mercados, y no porque sean fifís de la derecha, vaya que no tienen ideología, las calificadoras de riesgo, los olfatos de incertidumbre y las amenazas en su contra, los dueños del dinero sencillamente se quedan o se van. Por esos síntomas se cae el peso, y quizás cuando dice que el cambio ya se siente en los bolsillos del pueblo –y él no usa bolsillosinconscientemente se refiera a eso.
4.- Se pierde también de vista, aquí tras el parapeto humanitario y de una crisis diplomática con el troglodita de Manhattan, la descarnada explotación de la miseria que hacen las –ésas sí- mafias salvadoreñas al mandar una horda de indigentes a cruzar el país con el vulgar chantaje de llevarlos a Estados Unidos. Esas pobres personas no son más que viles víctimas para la impúdica extorsión a los gobiernos, y ellos no llegarán al norte; se quedarán en México a engordar las filas del crimen organizado del narcotráfico que tanto necesitamos aquí. Sirven también de carne de cañón para enlodar a las autoridades que los contienen, y nadie se atreve a aclarar que lo hacen para regular su paso: decir que lo hacen para reprimirlos es caer en el propio juego de los traficantes.
5.- De modo que mientras los humanísticos condenan y sentencian a las policías que regulan la marcha de centroamericanos y los capos asesinos se salen con la suya por partida triple: en dinero con lo que ya les quitaron; en poder con el chantaje al gobierno, y en esclavos porque aquí los tendrán; y en tanto los opinadores se rompen el coco en la barroca disquisición de si la consulta es legal o no, y si las pistas van acá o allá, el máximo líder ha de disfrutar su espectáculo; al futuro de México lléveselo la trampa, al fin que ya nos han conculcado hasta la historia patria.
El inventor de patrias no se rebaja a consideraciones terrenas, pero sus asesores tienen la obligación de ponderar la sensibilidad de los mercados, y no porque sean fifís de la derecha, vaya que no tienen ideología, las calificadoras de riesgo, los olfatos de incertidumbre y las amenazas en su contra, los dueños del dinero sencillamente se quedan o se van. Por esos síntomas se cae el peso, y quizás cuando dice que el cambio ya se siente en los bolsillos del pueblo se refiera a eso.