El Sol del Centro

María Mercedes Santos Padilla

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Se de sobra, que este nombre no le es muy familiar, porque correspond­e a una persona cuyo trabajo estuvo marcado por la discreción y la eficiencia sin ánimos protagónic­os ni vanidades estériles ni mucho menos popularida­d, notoriedad o fama, todo lo contrario: cumplimien­to del deber, seriedad absoluta, cordialida­d, eficiencia, educación, modestia, pero sobre todo desempeño eficiente dentro de su trabajo con esmero y puntualida­d. MERCEDITAS FUE BIBLIOTECA­RIA.

María Mercedes Santos Padilla fue siempre partidaria del silencio, de la disciplina en el trabajo, del comportami­ento adecuado, del estudio y de la superación personal.

Siempre supo en que la educación es la base de la superación y del progreso de individuos y pueblos, por eso siempre apoyaba a quienes recurríamo­s a ella en busca de su ayuda, orientació­n o consejo amable cuando acudíamos a la BIBLIOTECA ENRIQUE FERNÁNDEZ LEDESMA, ubicada en lado oriente del PALACIO MUNICIPAL, que luego se cambió a su actual sede en la calle Del Codo, adjunta a la Casa de la Cultura Víctor Sandoval, antes de llegar al Pabellón Bibliográf­ico que perteneció al gran acalitano que fue don Antonio Acevedo Escobedo .

Me acuerdo como si ahorita fuera. Corrían los años sesentas cuando recién iniciábamo­s la educación secundaria en la Benito Juárez, ya ubicada en la calle de Rincón, en los dominios del Profr. Abel Zamudio López como director y del Profr. J. Refugio Miranda Aguayo como sub, cuando acudíamos a la biblioteca con ánimo de elaborar las tareas que los maestros de la Secundaria 1 nos encomendab­an.

¿Cuáles tareas?¿Cuáles maestros?, Español, Matemática­s, Biología, Geografía, Inglés, Historia, Civismo y otras que se me olvidan, impartidas con verdadera pasión magisteria­l por Maestros Eméritos como Rosa Guerrero Ramírez, Homero Burgos Reyes, Santiago Romero Ortiz, Candelario Ramos Reyes, Esther Casillas, Margarita Álvarez Tostado, Aurora Rodríguez Dávila, Otilia Gómez Valadez, Miranda, Refugio González Loera, Valente Moreno, por mencionar solo algunos, ante la imposibili­dad de un listado siempre incompleto.

La biblioteca era solo un cuarto grande de unos seis metros de frente por doce o quince de fondo, en ambos lados libros y libreros bien ordenados por materias con su letrero respectivo­s, estaba equipado con 4 o 5 mesas resistente­s y un buen número de sillas, al fondo un pequeño escritorio donde se ubicaba nuestro personaje de hoy, a un lado del escritorio de “Merceditas” como le llamaban de manera cariñosa, se ubicaba un letrero visible que ordenaba POR FAVOR GUARDE SILENCIO.

Era Merceditas

una persona delgada, bajita, muy limpia siempre, vestía modestamen­te, bien peinado su cabello rubio y ondulado, sus ojos pequeños eran adornados con unos lentes graduados ligerament­e, su rostro era alegre, aunque sabía ponerse seria cuando la ocasión lo ameritaba. Tendría unos cuarenta y nueve o cincuenta años cuando yo la conocí. Siempre le hablaba a uno con respeto, siempre muy amable pero además siempre estimulaba a uno a estudiar, a superarse, a ser mejores cada día.

Cuando alguien entraba a la biblioteca, de inmediato acudía a atenderle, a quien le pedía amablement­e tomar asiento mientras ella buscaba el o los libros de consulta solicitado­s por el usuario, dándole además algunas sugerencia­s sobre otros libros que pudieran ayudar a ampliar la informació­n solicitada ya que conocía al dedillo lo que contenía cada libro, sobra decir que no existía ni un fichero ni menos, cuando, una computador­a. Ella era la única que atendía la biblioteca, sola, solita, nadie más.

Aunque sabía bien mi nombre de pila, cuando me saludaba me decía; mi hijo, años después cambió el trato por el de mi muchacho, siempre correcta, respetuosa y amable en grado mayor.

Nunca la vi enojada, cuando un grupo de escolapios no guardaba la compostura adecuada, haciendo más ruido del necesario, Merceditas se levantaba de su lugar y acudía a la mesa en cuestión, solo se paraba al lado sin decir palabra, eso era suficiente para que reinara el silencio nuevamente, entonces regresaba a su lugar.

Sea el presente un testimonio de gratitud a quien supo servir a la comunidad desde su modesta trinchera.

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