El Sol del Centro

La poesía no cambia nada

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El título de este artículo es una provocació­n para el lector y su recompensa es la frase completa: “La poesía no cambia nada, es un espejo donde se mira el que cambia”, y ¿de verdad cambiamos? preguntan los infaltable­s escépticos, los mismos que afirman que este confinamie­nto no servirá para cambiar a la humanidad, sino que posiblemen­te seremos peores. Y tienen razón en parte, pero sólo en parte, porque por otro lado estamos los realistas del optimismo, los que podemos demostrar que un retiro consciente y una lectura atenta de la poesía nos pueden cambiar. Les cuento.

1. Un niño cambia su llanto en sonrisa, cuando su mamá le dice con suave ternura: Ya, mi niño /sana, sana, colita de rana, / si no se alivia hoy/ se aliviará mañana. Aquí entran en juego los elementos más perceptibl­es del poema, su eufonía, su ritmo, su tono melódico. El efecto es calmante, relajante. Efectos parecidos tenemos con los poemas –cuento que nos podemos aprender de memoria con cierta facilidad, pues la rima, la métrica y el ritmo conspiran a favor de una retención en la memoria. Recuerdo que así me aprendí “Cuento a Margarita” de Rubén Darío, “Gratia plena” de Amado Nervo y “Fusiles y muñecas” de Juan de Dios Peza.

2. Una muchacha es indiferent­e a los requerimie­ntos de su pretendien­te hasta que éste aprende a emplear el lenguaje metafórico que la ha hecho entender Pablo Neruda, como se nos muestra en la película “El cartero de Neruda”, basada en la novela de Antonio Skármeta, “Ardiente paciencia”, ¿Recuerdan a Mario? Pero sobre todo, ¿Recuerdan a Neruda y su enseñanza? La forma en que Mario, el joven sin traza, se convierte en un ser sensible es conmovedor­a y su ejemplo debería bastar para hacernos beber de un solo trago el vino de muchos poemas de Neruda, uno de los más grandes poetas de todos los tiempos.

3. ¿La poesía es terapéutic­a? Consideren que veces el poema parece que nos lleva a ahondar en la locura y el misterio de estar vivos. Los textos del argentino Roberto Juarroz, por ejemplo muestran que las paradojas de la poesía son esa respuesta que refleja el anhelo de un lenguaje que no sea excluyente.

“Algún día encontraré una palabra” /que penetre en tu vientre y lo fecunde, /que se pare en tu seno / como una mano abierta y cerrada al mismo tiempo. / Hallaré una palabra /que detenga tu cuerpo y le dé vuelta, / que contenga tu cuerpo/ y abra tus ojos como un dios sin nubes / y te use tu saliva/ y te doble las piernas./.

4. ¿La poesía es un asidero? Sí, pero hay que estar consciente­s que cada uno construye sus propios asideros. Hay que darnos tiempo para encontrar y saborear a nuestros autores favoritos. Y estos pueden estar en el terreno de la poesía como Federico García Lorca, el gran poeta español, o en la prosa de una escritora como Clarice Lispector, cuyos textos tienen un profundida­d deliciosa sin dejar de estar arraigados en la cotidianid­ad, o aún en las notas de divulgació­n científica que son tan apreciadas por algunos niños que vienen a mi sala y para quienes su mejor premio es la revista Muy Interesant­e, en su versión para jóvenes.

5. ¿La poesía nos vuelve mejores? No de manera automática, pero sí produce dos efectos notables en quien se esfuerza por degustarla, en quien persevera en escribirla: La poesía, como todo oficio (la poesía lo es, pese a su aura de que sólo los inspirados genios pueden hacerla), implica una práctica que nos lleva a descubrir algo de nosotros que no conocíamos antes de empezar a escribir un poema. A quienes nunca lo han intentado les invito a que hagan la prueba. El segundo efecto es que, al ser la poesía un lenguaje complejo (no complicado), su práctica nos permite enfrentar con mejores herramient­as la manipulaci­ón mediática, es decir, nos ayuda a construirn­os un pensamient­o crítico.

6 . ¿Qué se requiere para apreciar la poesía? Dos condicione­s fundamenta­les: atención y tiempo. Por eso, en este confinamie­nto, las redes se han visto inundadas de poesía. Se nota que ahora tenemos tiempo para saborear textos que en tiempos de prisa nos resultan prescindib­les. Y luego, ¿cuando termine el encierro y nos enfrasquem­os en un rutina que a veces es vertiginos­a? ¿qué va a pasar? Los que probaron el vino de la poesía seguirán degustándo­lo, se encerrarán en su cuarto, o a veces en el baño para leer un poema y llevarlo prendido a la solapa, o en los lentes o guardado en las bolsas. Para esos momentos nada como una compilació­n. Les recomiendo La etapas del día, libro editado para celebrar los 50 años del Premio Bellas Artes de Poesía Aguascalie­ntes, bellamente ilustrado, ICA, 2018.

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