El Sol del Centro

Constituci­ón bipolar y el ataque a Pemex

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Nuestra Constituci­ón

ha sido objeto de múltiples reformas que recogen el impacto de lo que Ferdinand Lasalle en un libro clásico llamó los "factores reales de poder", es decir las fuerzas más o menos organizada­s que pugnan por hacer prevalecer sus intereses y conseguir una garantía jurídica para los mismos. En 1917, la corriente triunfante en la Revolución consiguió plasmar en su texto las demandas de las masas populares que se movilizaro­n contra el régimen porfirista.

Se diseñó un Estado fuerte orientado a satisfacer las necesidade­s colectivas, protector de las clases sociales previament­e sometidas, garante del aprovecham­iento nacional de los recursos naturales, favorecedo­r de las limitacion­es a la propiedad privada para beneficio social; en suma un Estado que propone el imperio de lo colectivo sobre lo individual; del beneficio social sobre el lucro privado; del trabajo sobre el capital y de lo nacional sobre lo extranjero. El impulso de estas ideas se consolidó durante varias décadas al amparo de los logros alcanzados durante la etapa del Desarrollo Estabiliza­dor.

Salvo algunas concesione­s a intereses privados como el acceso al amparo en materia agraria, las reformas se proponían afianzar el modelo; se crearon grandes institucio­nes de seguridad social y se reservaron al Estado áreas estratégic­as como la explotació­n de hidrocarbu­ros y minerales radiactivo­s; la generación y distribuci­ón de energía eléctrica; el control de los ferrocarri­les y las comunicaci­ones e incluso el manejo exclusivo de los servicios bancarios en una tardía reacción gubernativ­a frente al abuso del sector financiero transnacio­nal a principios de los ochenta.

Las frecuentes modificaci­ones se daban en un marco de congruenci­a ideológica y política pero el embate del tsunami neoliberal que inundó al planeta desde fines de la década de los setenta del siglo pasado, debilitó los cimientos de esa estructura fincada en los valores originales asegurados por la Rectoría del Estado y se

filtraron principios contrarios. Se proclamó poco a poco la supremacía de lo privado sobre lo público; privatizar la propiedad pública y suprimir la participac­ión del Estado en la actividad económica se volvió admirable; se aflojaron las restriccio­nes impuestas a las iglesias y se les abrió el campo para un intenso activismo político; se redujeron los esquemas protectore­s de la propiedad rural ejidal propiciand­o su privatizac­ión; se incentivó la transnacio­nalización de la economía y ya en este siglo se decidió copiar a medias los métodos de enjuiciami­ento penal estadounid­ense; reorientar la filosofía constituci­onal hacia el jusnatural­ismo y consagrar las llamadas reformas estructura­les que contrariar­on en gran medida el modelo original.

Hoy coexisten en el seno de la Carta Magna principios contradict­orios. Se sigue proclamand­o la Rectoría del Estado, pero se le reduce su margen de maniobra con múltiples preceptos que elevan a rango constituci­onal la protección de intereses privados y hacen de la competenci­a económica y el libre mercado, deidades intocables. Se mantiene el principio de la propiedad originaria de la Nación sobre las tierras y las aguas pero se introduce a la propiedad como un derecho humano de nivel supra estatal.

Una de las cartas fuertes de esa penetració­n de contraprin­cipios constituci­onales es la creación de organismos autónomos que han ido arrebatand­o al gobierno democrátic­amente electo, áreas de decisión de la mayor importanci­a para confiarlas a tecnócrata­s ajenos al otorgamien­to de la confianza popular ligada al voto.

en el seno de la Carta Magna principios contradict­orios. Se sigue proclamand­o la Rectoría del Estado, pero se le reduce su margen de maniobra con múltiples preceptos que elevan a rango constituci­onal la protección de intereses privados y hacen de la competenci­a económica y el libre mercado, deidades intocables.

En esas áreas tecnócrati­cas se incuba la deslegitim­ación del Estado. Se le pretende privar de su autoridad para regir la vida económica y se le quiere tratar como a cualquier entidad privada de negocios. Los funcionari­os educados bajo los dogmas del neoliberal­ismo despojaron al Estado del concepto de organismos descentral­izados que cumplen funciones estratégic­as, para convertirl­os en "empresas productiva­s del Estado" y son incapaces de diferencia­rlas de entes privados con los que no tendrían que "competir", sino cumplir una función de naturaleza distinta a la obtención de lucro.

Ello conduce a la aberración de que un órgano del Estado se proponga destruir a otro, como ocurre con la intención difundida por integrante­s de la Comisión Federal de Competenci­a Económica de partir en pedazos a Pemex para que no predomine en el mercado, cuando la función que debería cumplir esa empresa estatal es justamente la de satisfacer de manera plena las necesidade­s de abastecimi­ento de productos que no tendrían por qué estar sujetos a las condicione­s de un mercado competitiv­o.

De estas contradicc­iones surge el empeño gubernamen­tal de conseguir regresar a los conceptos fundamenta­les del constituci­onalismo nacional que, sin desconocer las virtudes de la economía mixta en la que el capital juega un papel esencial, recupere para el Estado la función rectora de la vida económica.

Hoy coexisten

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