El Sol del Centro

¡EN LO QUE NO SABE!

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Henry Graham Greene, sentencia: “El mejor olor, el del pan; el mejor sabor, el de la sal; el mejor amor, el de los niños” en México celebramos el Día del niño el 30 de abril, en Bélgica lo hacen el 14 de abril, en Brasil elz 12 de octubre, en Chile el segundo domingo de agosto, en Rumania el 1 de junio.

Existen fechas y modos distintos para la celebració­n de un día tan importante en el calendario cívico, el viejo Filósofo de Güémez lo hace a su manera y aprovechan­do la fecha para hacer una reflexión en voz alta en torno al tema. Será porque en los niños encuentro una gran escuela de vida que me deja múltiples lecciones, entre otras:

A UN NIÑO NO LE FALTAN MOTIVOS PARA SER FELIZ.

Le sobran argumentos para estar alegre y sonreír.

Su mundo no se mueve en la angustia y los sinsabores de la prisa, sino en la magia que provee el amor.

Un niño no encuentra un solo pretexto para el desánimo.

Un niño vive cada instante de su vida a plenitud, haciendo las mediocrida­des a un lado.

Un niño no avanza desacredit­ando a nadie, mucho menos apropiándo­se de méritos ajenos.

Un niño sabe reír de la vida y con la vida, reír de sus éxitos y sus errores.

Un niño hace que con su visión positiva de la vida, cada instante valga la pena.

Un niño sana con facilidad alquímica, porque su vida se fundamenta en el amor, en una autoestima elevada y un auto aceptación incondicio­nal.

Un niño jamás desaprovec­ha oportunida­d alguna para ser feliz.

Un niño experiment­a a cada instante la envidiable sensación de una sonrisa, que lo convierte en un haz de luz en la tierra.

Un niño no engaña a nadie con emociones escondidas, traslucien­do una vida llena de autenticid­ad y congruenci­a.

Un niño no depende del status social o económico para gozar cada instante de la vida.

Un niño es sembrador neto de amigos. Un niño con los juegos de vida que practica, es contagiado­r natural de felicidad.

UN NIÑO –A PESAR DE SU CORTA EDAD

Es un gigante a quien le llegó la iluminació­n, porque vive una dimensión elevada, Dios utiliza a los niños como ejemplo para que sean una escuela que nos invita a vivir siguiendo sus enseñanzas y descubrir los cientos de milagros que la vida tiene especialme­nte para cada uno de nosotros.

A un niño no le falta nada para ser pleno, goza lo que es y como es, disfruta lo que tiene. Jamás sufre problemas imaginario­s.

Un niño, a pesar de miserias, penurias, hambres, abandonos, dolor, enfermedad, tiene la extraordin­aria capacidad de ver la vida a través del cristal del optimismo.

Los niños pareciese que son ángeles, que en su alegría, sostienen una conversaci­ón secreta con Dios.

Lo del niño me recuerda cuando en la escuela de Güémez dos niños jugaban, uno le dice al otro:

–– A ver, baila el trompo.

–– No sabo –le contesta el otro. –– No se dice no sabo –responde el primero–, se dice no sepo.

La maestra Ergasia que curiosamen­te escuchaba la conversaci­ón de los niños, les dice:

–– No se dice no sabo, ni no sepo. –– Entonces, ¿cómo se dice, maestra? –preguntan los niños.

–– ¡No sé! –contesta amablement­e la profesora.

A lo que los niños le dicen: –– Entonces, porque se mete… ¡EN LO QUE NO SABE!

Un niño –a pesar de su corta edad– es un gigante a quien le llegó la iluminació­n, porque vive una dimensión elevada, Dios utiliza a los niños como ejemplo para que sean una escuela que nos invita a vivir siguiendo sus enseñanzas y descubrir los cientos de milagros que la vida tiene especialme­nte para cada uno de nosotros. A un niño no le falta nada para ser pleno, goza lo que es y como es, disfruta lo que tiene. Jamás sufre problemas imaginario­s.

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