Anadie quedará la duda de la coyuntura de un estado en descomposición social que padecemos los mexicanos, no son pocas voces que han señalado como principal causa la filtración y control del crimen organizado en algunos entes públicos (principalmente en las corporaciones policiales, indistintamente en los tres niveles de gobierno), no serán pocos los municipios que se encuentran en las redes de grupos delincuenciales. Cada vez ha ido creciendo el control de la delincuencia organizada en espacios urbanos; por igual en comunidades o ciudades pequeñas y/o grandes, indudablemente se ha invadido la paz y vulnerado la tranquilidad de la ciudadanía. Hace algunas décadas se garantizaba la paz, la tranquilidad y la seguridad mediante la rectoría del estado; así lo registra la historia, el respeto por las familias en la vía pública, el de las mujeres era una realidad, sobre todo en no cometer ilícitos en los espacios urbanos, eran valores hasta cierta medida controlados (o convenidos) por el estado. Los delitos que tenían que ver con hechos de sangre, principalmente los homicidios y lesiones, además de narcomenudeo era mínimo o bien, controlado por el sistema de inteligencia en seguridad a cargo del estado. La violencia que ha venido a trastocar la tranquilidad y la paz de los mexicanos, no solo se debe explicar a partir de la expansión y filtración de la delincuencia (implica un análisis más profundo de las posibles causas que han incidido en el agravante de ese cáncer social que vivimos); sino del descuido y abandono de una de las políticas de mayor trascendencia, la educación. Opiniones dispersas, pero presentes en diferentes sectores que corresponden a diversas generaciones sostienen que los valores morales y los principios éticos se encuentran en crisis, en parte atribuible a instituciones que determinan la estructura para el buen funcionamiento del estado. Los modelos sociales, políticos, culturales y económicos en parte son definidos por circunstancias generacionales, por ejemplo: los Baby Boomers de 19451964 <>; incluso, la generación X, de 19651981<>, tienen una amplia coincidencia en que la educación ha sufrido transformaciones que han impactado o alterado las formas de convivencia social. La generación millennials de 19811997 o los Centennialls o generación Z, ha resistido un quiebre en la calidad humanista. En ese periodo, el estado mexicano a minimizado el deber que garantice una educación con criterios democráticos o la convivencia humana. La conciencia filosófica podría orientar una posible explicación, un punto de partida en el que defina la causa a la pérdida de valores morales y la ausencia principios éticos. El descuido y abandono educativo es retroceso, ante un incumplimiento de los fines del estado propicia crisis social. Zygmunt Bauman nos ilustra con algunas definiciones de la palabra crisis; en Grecia, tiene significado de la sentencia o el resultado de un juicio, el punto de inflexión, selección o decisión. En otro sentido se refiere a la capacidad de discernir, lo crucial, lo apto para juzgar. El autor refiere que la palabra crisis originalmente surge como connotación en el contexto económico o financiero, “hecho de vivir un periodo de coyuntura, se consideraba una transición dolorosa pero necesaria para alcanzar una nueva fase de prosperidad”. De antemano Bauman sugiere hablar de crisis en otros contextos, por ejemplo: crisis matrimonial o crisis de la adolescencia. Para nuestro caso, entonces, consideremos temas cruciales de la actual situación que vivimos en país con la inseguridad, la descomposición del tejido social o la perdida de valores morales como de principios éticos, por decir algunos. En palabras de Zygmunt “crisis evoca la imagen de un momento de transición desde una condición previa de otra nueva; una transición necesaria para poder crecer, el preludio de un estatus diferente y mejor, un decisivo <>. De ahí que despierte menos miedo” El punto inflexión social y de inseguridad que hemos venido resistiendo en los últimos años los mexicanos puede significar, también, un momento de ajuste, de perfeccionar estrategias encauzadas por liderazgos firmes comprometidos con la nación, gobernantes que fortalezcan no que destruyan instituciones. Interlocutores que garanticen una autonomía legitimada en procesos democráticos; pero que además reconozcan la existencia y consolidación de instituciones púbicas en un estado de derecho. Lamentablemente el discurso oficialista (militantes a ultranza o radicales del partido en el poder), así como la oposición (en su generalidad), nos aleja cada vez más de una posible intercesión por el bien común nacional. Habrá que tener en cuenta que las sociedades actuales en un plano sociohistórico colectivo se definen por su pluriculturalismo, así nos hemos autodeterminado en nuestro máximo ordenamiento constitucional.
A salvo está una sociedad civil (por des fortuna, sin organización), decidida a participar en asuntos públicos. No se descartan excepciones para que ese sector social (sociedad civil) participe política y activamente en la alternancia del poder público.