Crónica de una tarde en el Pabellón Antonio Acevedo Escobedo
En mi artículo de la semana pasada hacía yo una reflexión ubicando a Antonio Acevedo Escobedo, nuestro apreciado escritor y forjador de cultura, entre “lectores indiferentes y apasionados estudiosos”, ahora regreso sobre el tema para compartir algunas de las experiencias siempre generosas que nos brinda la vida.
Los que estuvimos en el Pabellón ayer por la tarde nos llevamos más de alguna sorpresa agradable. Primero: que siempre somos más de los que pensamos los que estamos interesados en el cultivo y la enseñanza que nos dejan estos actos, estas convocatorias a celebrar la vida de quienes nos han precedido en el cultivo de obras con las que dejan huella de su ser. Qué gusto ver por ahí a personas conocidas como Carolina Castro Padilla, a la maestra Chuyita, a Marco Venegas, a Panchito López, a los alumnos de las carreras de Letras y de Historia, que respondieron entusiasmados a la presencia de su compañera la joven Licenciada en Historia Sara Beatriz Padilla Núñez. Una grata experiencia saludar a Carmelita Arellano y poder recordar con ella sus primeros acercamientos al autor de Sirena en el aula, rememorar cómo ha seguido por varios años la pista a sus libros, a las cartas de sus corresponsales, a sus publicaciones menos conocidas.
Por otra parte, fue emocionante apreciar los cometarios de Dayna Díaz Uribe, quien se desplazó desde Cuernavaca para compartir con sencillez y sensibilidad cuáles fueron los motivaciones que la llevaron a acercarse a la obra de este singular escritor, al ser humano que proyectó desde la infancia los pasos que debería dar para conseguir sus íntimas inclinaciones y ofrecer al público lector un conjunto de relatos de gran calidad literaria a los veintiséis años, seguir una carrera ascendente en cuanto a ocupar puestos en la burocracia cultural y culminar su ciclo vital en la ciudad donde pasó sus primeros dieciséis años. Ayer, la investigadora enfatizó en que AAE no dejó la escuela primaria por falta de recursos económicos, sino porque encontró otras vías de aprendizaje más adecuadas a sus aspiraciones ¡Qué emociónate resulta ir clarificando así la biografía de uno de nuestros escritores más prolíficos y reconocidos en el ámbito nacional!. Esta clarificación también resulta posible gracias a otras contribuciones, que hicieron que Alejandra Chávez y su equipo alcanzaran niveles de emoción cercanos a la euforia. Me refiero a una donación generosa y singular de parte de una de las descendientes de otro hombre preclaro: el Dr. Pedro de Alba: un conjunto de libros de la biblioteca particular de esta honorable familia, a partir de ayer forman parte del acervo del Pabellón AAE. Estos ejemplares tienen dos características que los hacen invaluables: forman parte de las primeras ediciones de los libros de Antonio Acevedo Escobedo y contienen dedicatorias que permiten adentrarse en la intimidad de este escritor. Transcribo dos de ellas, las cuales están relacionadas con el libro Sirena en el aula, la primera está dedicada a su madre: “A mi mamacita, a la preciosa Foma, porque es la madre más buena que hay en la Tierra y porque su complacencia para que yo siguiera mis inclinaciones me ha servido mucho. Con un cariño que va más allá de lo que vivimos uno y otro, su hijo Antonio”. Marzo, 1935. Otra está dirigida a una de sus hermanas: “A mi hermanita Emilia, a quién a riesgo de hacer famosa, cito en este libro. Con un cariño que nunca cambia, su hermano consentido ¡claro!, no hay otro, Antonio”. En la dedicatoria a su madre se ratifica lo que mencionamos:. hay una complicidad de la familia que se mueve a la ciudad de México, para que el hijo “pueda seguir sus inclinaciones”. Agrega la Dra. Dayna que estos últimos hallazgos le permiten postular objetivamente la posibilidad de una edición crítica de Sirena en el aula. ¡Enhorabuena!
Ayer, cuando salí del Pabellón, la noche ya había caído sobre la ciudad, y el panorama que se presentó ante mis ojos me sorprendió por su apacible belleza: lucía el templo catedralicio con sus torres iluminadas y una Virgen de la Asunción esculpida en cantera en una de sus esquinas daba al ambiente un aire místico y sobrecogedor. Yo iba saboreando lo que había vivido y tarareando interiormente los acordes de la inolvidable “Estrellita” de Manuel M. Ponce, interpretada momentos antes por el “Ensamble de cuerdas Cuarteto Ponce”. Me detuve, tomé una fotografía y recordé las palabras que se habían pronunciado esta tarde, sobre todo las que hicieron énfasis en que pocas ciudades del país se pueden enorgullecer de contar con tantos archivos tan nutridos, tan interesantes, tan alcance de la mano de los estudiosos y de los simples lectores. Y elevé a los cielos un deseo: que podamos estar despiertos a estas riquezas.