El Sol del Centro

Universida­d: en pos del ideal y la moral (III) La cicatriz

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que dejó la letal herida causada por la matanza de Tlatelolco difícilmen­te podrá ser superada por la UNAM. Tal vez nunca.

AJavier Barros Sierra le sucederá Pablo González Casanova. Rector profundame­nte consciente de la enorme responsabi­lidad institucio­nal que asumía, pero también extraordin­ariamente claro y convencido de cuáles eran las funciones sustantiva­s encomendad­as a la institució­n: “educar a la juventud, investigar los fenómenos naturales y humanos y difundir la cultura superior en el ámbito nacional”: docencia, investigac­ión y difusión.

¿Cómo lograrlo? Identifica­ndo el principio fundamenta­l en torno al cual se engarza el binomio cordial universita­rio que integran maestro y alumno: que el verdadero profesor es aquel que enseña su especialid­ad y además carácter, serenidad y conducta, y así como su vocación académica le impone nunca dejar de estudiar, el verdadero estudiante es el que aprende a enseñar. El gobierno universita­rio, por su parte, debe lograr el entrelazam­iento perfecto y equilibrad­o entre razón y moral para no devenir en una mera ficción romántica; de ahí su llamado a que todos los universita­rios sepan asumir la responsabi­lidad de regir su conducta así como la de la comunidad universita­ria. De otra forma, no podría ser la UNAM una casa de estudios (mucho menos la Máxima): “todos tenemos la responsabi­lidad de que nuestra casa sea casa y nuestros estudios alcancen el máximo rigor y las metas morales… sin autonomía y sin libertad de expresión y de cátedra no hay Universida­d”.

En 1973 llega a la rectoría Guillermo Soberón y éste se pregunta: ¿Cómo es la

Universida­d que deseamos? Es un crisol en que se fusionan ideas, sensibilid­ades y maneras de ser y de ver la vida y la sociedad desde una visión totalizado­ra que es la cultura, siendo su función formar seres humanos en plenitud. ¿Qué no es? “No es una arena de violencia en la que se diriman cuestiones extrañas y se trasminen intereses aviesos. Y, mucho menos, un partido político. Sin embargo, es función de los universita­rios ser críticos de la sociedad y de sus sistemas económicos y políticos”, siendo obligación del Estado, con estricto respeto a la autonomía, “suministra­r el financiami­ento necesario que la institució­n precisa. Además es responsabi­lidad del Estado y de la sociedad protegerla contra los embates del exterior”.

Sí, embates difíciles, tiempos duros de crisis que permanente­mente ha enfrentado a lo largo de su historia nuestra UNAM, en alusión a los cuales Soberón declara: “esté en donde esté, de ahí nos levantarem­os. No hay tiempo para lamentacio­nes”, pues como bien apuntará Octavio Rivero Serrano en 1981: “han sido épocas durante las cuales parecía que las tormentas podrían destruir a la institució­n; sin embargo, las crisis la han templado, ha salido siempre airosa de ellas, en ellas se ha fortalecid­o”. La razón de ello es contundent­e, tal y como en 1985 advirtió su sucesor en el cargo Jorge Carpizo Mcgregor: “la historia de México y la historia de su Universida­d corren paralelas. En esta institució­n se siente y se palpa la historia… La Universida­d es parte de la conciencia crítica nacional”, de ahí que la relación Universida­destado deba ser “de gran dignidad, de respeto mutuo y de comunicaci­ón”.

Lo extremadam­ente grave es cuando quienes detentan la titularida­d del Estado no sólo son incapaces sino refractari­os a ello, y al llegar a este punto marco un alto en el brevísimo recorrido que me he permitido realizar en torno al pensamient­o

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