Los tiempos del caracol, mi libro de poemas
Leo: “El simbolismo del caracol está intrínsecamente relacionado con la espiral y también con la caracola. La espiral es uno de los símbolos más antiguos del ser humano, significa la unión del hombre con el universo y con Dios; la reconexión espiritual; el movimiento ascendente de las almas en la creación”. Releo y me pregunto si escogí este símbolo sin estar muy consciente de su significado. Cuando di este título a uno de mis poemas emblemáticos, y éste me sirvió para titular el conjunto de los poemas que integraban el libro, pensaba más bien en la lentitud del pequeño ser biológico, en su casa a cuestas y en la sonoridad de su nombre. El caracol se vincula fonéticamente con la locura y está relacionado también con el sentido del oído: esa caracola de carne que conduce los sonidos al interior del cerebro que los decodifica y los devuelve plenos de sentido. Pero, Pilar Palacio, mi amiga ilustradora, ha encontrado además una conexión alucinante con el sentido de la vista, a través del dibujo del ojo misterioso que se asoma desde la entrada al mundo de espirales que ascienden hacia un cielo ignorado.
Todo eso es cierto, pero todavía es bastante abstracto. Me refiero, amables lectores, a las reflexiones a las que me ha conducido la emoción provocada por esta nueva edición corregida y aumentadade mis poemas. Una edición que, en 2004, fue una plaquette que apareció adosada a la revista “Talleres”, del ICA, en los tiempos de Roberto Quevedo, su editor titular. Han pasado casi veinte años desde entonces, y según mi libro, el impulso de volver a escribir me llegó en tiempos de pandemia. Fue entonces cuando se cruzaron tres situaciones: un momento de contención y temor que nos obligó a todos a mirarnos desde otro punto de vista, empató con el encuentro con la poesía escrita por mujeres, a través del proyecto de ALMA. AC y de modo muy importante, con la visión de Arlette Luévano al respecto de mi propia y escasa producción lírica hasta ese momento.
Lo quiero mencionar, porque mi caso no es un hecho aislado. Las investigadoras: Bety, Lupita, Arlette y yo lo vimos de manera clara en las entrevistas a las escritoras nacidas o radicadas en Aguascalientes, cuando muchas de ellas mostraron su resistencia a ser nombradas como poetas, a pesar de sus escritos, incluso a pesar de sus libros publicados y de los premios o apoyos recibidos. Una identidad en proceso, es la otra cara del arrojo y la serena decisión de otras escritoras para optar por la poesía, a pesar de los obstáculos, el silencio y el limitado apoyo de las instituciones.
En mi caso personal, no partí de cero. Había sentido la inquietud de escribir desde la infancia, pero fui una mujer que se casó joven y que tuvo una vocación fuerte por la docencia. Entre la crianza de mis cuatro hijos y el empeño por ser buena maestra, ocupé gran parte de mi vida. Trabajé en el nivel primario y el secundario y luego en la Normal Superior y en la Universidad, donde también me inicié como investigadora de la literatura regional. y la escritura ¿dónde queda? Más allá de la redacción académica, persistía ese espacio vacío que es la escritura creativa como un anhelo de libertad, donde la imaginación realiza un retrato más verdadero de nosotras mismas.
Para lograr esto, tenía que jubilarme. Lo hice después de trabajar 25 años en la Universidad. Pienso que debí haberlo hecho años atrás. Y no tomé esa decisión a tiempo porque me faltó claridad al respecto de mis más hondas inclinaciones. La lección más difícil para varias de nosotras, que pertenecemos a una generación que ha vivido de manera solitaria su camino hacia ellas mismas, es nombrarse poetas o escritoras, sin sentir que ostentamos un nombre que no nos pertenece. Ahora pienso que el soñado nombre de poeta lo habíamos visto como un regalo de la sociedad, cuando es la modesta designación de un oficio. No sabemos si nuestra poesía será calificada de mala o buena, si vayamos a desentonar en una Antología donde otras poetas ostentan este título desde años atrás, pero igual estamos dando la batalla por encontrar una voz, porque sentimos que tenemos algo que decir.
Gracias Arlette Luévano, pues me confirmó que mis textos se llaman poemas y no se nombran con el diminutivo con el que yo buscaba la “captatio benevolencia”. Gracias Rocío Castro, porque su cuidado editorial revela un profundo respeto por su trabajo, pero también por el mío. Gracias Pilar Palacio, porque tus ilustraciones, ya trabajadas por Tito, añaden a mis poemas una nueva lectura. Gracias Liliana Muñoz Sandoval por tus hermosas palabras, gracias a ustedes, mis futuros lectores.